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Grecia: la otra Europa
E

l acuerdo que obtuvo el gobierno encabezado por Syriza con el Eurogrupo para refinanciar la deuda que abate a Grecia parte de una premisa central: el desconocimiento del Banco Central Europeo, la Comisión Europea y el Fondo Monetario Internacional, la Troika, que hoy se esfuerzan en presentarse bajo el aura de las instituciones financieras como interlocutores legítimos de las negociaciones. Toda negociación política se basa en dos condiciones: la habilidad de los negociadores y, sobre todo, la fuerza que respalda a cada una de las partes. En su primera gran acción, Alexis Tsipras y su ministro de economía, Yanis Varoufakis, lograron que la habilidad se transformara de alguna manera en su fuerza: legitimaron a la opción griega como un asunto efectivamente europeo. Al parecer Grecia no está sola. Y no será sino la mejor parte de Europa la que negocie con estas tres instituciones, que desde los años 90 se dedican a reconfigurar el mapa europeo a través del desmantelamiento, primero gradual, y después de 2008 a pasos acelerados, de las conquistas sociales que llevaron un siglo entero. Digamos, esa parte de Europa convencida de que las reformas estructurales, las políticas de austeridad y la degradación social alcanzaron ya su límite extremo. Este límite no se llama Syriza en sí, sino la razón por la cual una fuerza de izquierda radical llegó –por primera vez en Europa después de la caída del Muro de Berlín– al gobierno: la rebelión social que se inició en Grecia en diciembre de 2008 y que continúa hasta la fecha.

Seamos sinceros. En 2009, después de tres huelgas nacionales, con los bancos hechos pedazos, las comisarías asediadas, las plazas públicas ocupadas y una fuerza pública que se negaba a disparar sobre su propia gente, todo por oponerse a la política de austeridad decretada desde la Comisión Europea, cada ateniense sabía perfectamente el significado actual de la palabra rebelión. La Unión Europea, el gobierno de Angela Merkel y el Fondo Monetario Internacional decidieron hacer pagar a Grecia esta revuelta imperdonable. He aquí el origen de esta dramática historia. Un castigo en el cual colaboraron primero la socialdemocracia del Pasok y después el centro derecha de Saramaz.

Cuando Syriza compara los saldos de este castigo con la devastación que causaron las tropas alemanas de la Wehrmacht en 1942, la metáfora puede sonar exagerada, pero no es del todo inexacta. En tan sólo cuatro años, Grecia perdió 25% de su producto interno bruto; el desempleo alcanza 30% de la población; hay franjas enteras a las que acecha la desnutrición; por falta de medicamentos, la gente muere. Una auténtica catástrofe humanitaria. Nunca antes había ocurrido en Europa Occidental, después de 1945, semejante devastación social –con excepción, acaso, de la guerra en la antigua Yugoslavia–. 1942 y 2014: dos paisajes de guerra. Una con la política de las armas, otra con las armas del mercado.

Pero los griegos resistieron y la semana pasada cosecharon su primer triunfo. Un éxito magro, pero triunfo al fin y al cabo. En el acuerdo con el Eurogrupo se establece que no habrá ninguna nueva privatización, aunque se mantendrán las que ya se realizaron. El salario mínimo tampoco aumentará sino hasta después de las elecciones, aunque se preservarán intactas las pensiones. El IVA se descarta como el centro de la política fiscal, y se dará inicio a una restructuración de impuestos en la que paguen quienes obtienen ingresos por más de medio millón de euros. En rigor, el acuerdo bloquea tres puntales de cualquier –política de austeridad–: impide nuevas privatizaciones, consolida las pensiones y descarta impuestos a través de la circulación. No es casual que el FMI haya manifestado de inmediato su desacuerdo.

El acierto de Syriza consiste acaso en concentrar sus fuerzas en la refutación del concepto de política de austeridad.

Como todo el mundo sabe, después de 2012, el director de Elstat, el instituto griego de estadísticas, se dedicó a falsificar las cifras de las cuentas nacionales para propiciar la intervención de la Troika. Es decir, un funcionario que recibía su salario del FMI, una institución supuestamente encargada de apoyar a los países para salir de la crisis, se encargó durante varios meses de producir el simulacro de una situación de pánico. Antes, las crisis eran vistas como una suerte de corolario natural de las disfunciones del sistema social. Un hecho que se imponía no obstante los esfuerzos en impedirlo. Hoy las crisis son propiciadas deliberadamente. Hay estrategias para hacerlo. Una de ellas lleva el nombre de política de austeridad. Bajo este lema se destruyen instituciones, se lanzan al desempleo a franjas enteras de la población y se deprimen salarios de los que quedan con trabajo. Pero lo central: se desmantelan los centros sociales de resistencia bajo la retórica de la eficiencia económica. En México, el trágico destino de Luz y Fuerza del Centro lo corrobora. Todo en aras de destruir a su organización sindical.

Desbancar el concepto de austeridad del panorama de las opciones sociales implica deshabilitar uno de los dispositivos ideológicos centrales con las cuales se recubre de eficiencia económica una estrategia de desarticulación política. El programa de Syriza incluye 39 puntos más. ¿Cuáles podrá implementar y cuáles no? Por lo pronto ha empezado cerrar los centros de detención de inmigrantes, uno de los puntales de la segregación racial propiciada durante el periodo de los gobiernos de derecha. Es un mensaje directo que lo diferencia de la organización de extrema derecha que se encuentra en su propia coalición.