Opinión
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Taza y plato
M

uchas de las construcciones importantes del siglo XVIII, como los conventos, hospitales y colegios, solían tener talleres conocidos como de taza y plato. Eran cuartos amplios de techos altos, con tapanco. En la parte inferior el artesano, comerciante u orfebre tenía su taller o negocio; en la superior, la habitación en donde vivían los maestros, que enseñaban los oficios y en algunos casos la familia.

Estos espacios no tenían acceso al interior de la edificación, eran locales exteriores para renta, que les producían ingresos a las instituciones.

Una de ellas, que increíblemente todavía conserva estas accesorias, es el Colegio de San Ignacio, conocido como las Vizcaínas, por el origen de sus fundadores. Corría el año de 1773 cuando tres acaudalados comerciantes de origen vasco paseaban por los alrededores de la ciudad y al ver a varias niñas mestizas jugar en un paraje, que era un basurero, les preguntaron si por ese rumbo había alguna escuela; la respuesta negativa los llevó a crear el colegio.

El establecimiento nació con una característica muy peculiar para la época: era laico; ello le acarreó problemas y tardó varios años en funcionar como institución educativa. Ésto lo salvó de desaparecer cuando se aplicaron las Leyes de Reforma y hasta la fecha funciona como colegio, actualmente es mixto.

La arquitectura en estilo barroco es bella e imponente; la fachada de tezontle y cantera está compuesta por dos pisos, con tres portadas, las de los extremos de igual composición y diferente a la central que corresponde a la entrada de la capilla. Ésta fue obra del notable arquitecto Lorenzo Rodríguez. Destacan sus inmensas ventanas enmarcadas de cantera, mismo material de las pilastras que seccionan el cuerpo del edificio y se coronan con pináculos y molduras que la recorren a manera de festón. En el entablamento, un conjunto de molturaciones sostienen los escudos español y el mexicano.

El interior es impresionante, con varios patios, el principal de grandes dimensiones, rodeado de arcos en dos plantas tiene en el centro una hermosa fuente. Conserva una bella capilla que resguarda retablos realizados por el maestro dorador y ensamblador Joaquín de Sallagos.

Los talleres de taza y plato rodean dos fachadas del edificio, la mayoría cerrados. Por fortuna uno de ellos, que se encuentra en el Callejón de San Ignacio, accesoria 45, lo ocupa Panóptico. Es un taller donde dos jóvenes fotógrafos, Patricia Banda y Arturo Talavera, han vuelto a dar vida a procesos fotográficos del siglo XIX. Su labor es investigar, difundir y enseñar; el resultado es extraordinario. Es una labor artesanal que da como resultado obras únicas, con atmósferas particulares según el proceso utilizado.

El sitio tiene todo el carácter de los talleres del siglo XVIII, con su techo de vigas y el tapanco con gruesas duelas. Por todos lados hay cámaras fotográficas antiguas que aquí cobran vida y frascos con sustancias coloridas que nos evocan la alquimia medieval.

Los procesos nos retrotraen en el tiempo: daguerrotipo, colodión húmedo, platino paladio, papel salado, fotograbado y albumina, entre otros. Con cada uno de ellos, el efecto de una misma imagen varía totalmente.

Muchos de los materiales que se utilizan no son fáciles de adquirir y son costosos. Entre las labores que desarrollan está la investigación de los procesos químicos, lo que les permite realizar varios de los materiales. Ésto los hace accesibles y más baratos.

Además de su propia obra que incluye bellos libros, trabajan para artistas e imparten talleres. La mayoría son los fines de semana y de verdad se antoja tomar alguno. Asisten tanto fotógrafos como aficionados que desean desarrollar su creatividad a través de estas añejas y seductoras técnicas. Informes al número de celular: 553210 17117.

A unos pasos, sobre el Eje Lázaro Cárdenas 46, segundo piso, se encuentra la Casa Rosalía, que desde hace cerca de 80 años ofrece comida española. Cotidianamente hay un menú generoso con cuatro platillos, que incluye su famosa paella.