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González: los falsos profetas
L

os falsos profetas. La premiación en Hollywood por segundo año consecutivo a realizadores mexicanos por películas hechas en Estados Unidos pone de relieve, de nueva cuenta, el escaso reconocimiento en nuestro país a las películas independientes realizadas aquí por otros cineastas mexicanos. Compárese la suerte que en estos momentos corren en taquilla Birdman, de González Iñárritu, y González, de Christian Díaz Prado, un notable director egresado del CCC (Centro de Capacitación Cinematográfica). Es posible que con una salida de 40 copias en el país y su estreno en una sola sala del centro capitalino y pocas más en la periferia, el destino de esta última película sea sobrevivir acaso dos semanas en cartelera y encontrar un amable refugio en la Cineteca Nacional. Al parecer, nadie es profeta en su propia tierra.

Y sin embargo, González es una película muy meritoria, con una temática original y arriesgada, y dos formidables actuaciones (Harold Torres y Carlos Bardem) premiadas en el Festival Internacional de Cine de Morelia en 2013. Aunque por su tema (la corrupción en sectas religiosas que lucran con la fe), su trama podría situarse en cualquier lugar del mundo, en particular en otros ámbitos latinoamericanos, el realizador y guionista le da una ubicación precisa en nuestro país, aludiendo en su lema publicitario Sufrir es el mejor negocio al insistente llamado Pare de sufrir difundido en nuestros medios.

Su protagonista (Harold Torres) es un hombre de 28 años, tiene varias rentas atrasadas en su domicilio, una enorme deuda en su tarjeta de crédito, se ha quedado sin trabajo, posee una vaga formación en computación (me gusta trabajar en equipo, afirma), y busca infructuosamente empleo. Confundido en la grisura de una ciudad inhóspita, la cinta sólo identifica a este hombre sin atributos y de apariencia hosca por su primer apellido, González, y para subrayar su condición de ente anónimo, le asesta otro González como apellido materno. Cuando el joven encuentra finalmente un trabajo como operador telefónico en una moderna Iglesia de la Luz Universal, cumple la función con indolencia, dando apoyo espiritual a interlocutores anónimos, presionándolos para que asistan al templo, ofrezcan su diezmo al Señor, y sean continuamente esquilmados por un pastor inescrupuloso que interpreta Carlos Bardem con solvencia maliciosa.

Para conferir un realismo mayor a la cinta, director y actores lograron infiltrarse en templos religiosos parecidos que proliferan en las ciudades, construidos algunos en terrenos de viejas salas de cine. Muchos pastores de estos templos, influenciados por el auge de los predicadores evangelistas en Brasil, improvisan al hablar una mezcla de portugués y español para acentuar el atra- ctivo exótico de un fanatismo de importación con lazos verbales más directos con el cielo. El público al que se dirigen (su target empresarial) son las clases populares, y su medio de comunicación idóneo, la televisión, esa providencial prolongación del templo. En Brasil conquistan incluso los estadios.

De esa globalización de la superstición y el engaño masivo da cuenta, a su manera, González, un thriller de narración muy ágil y temáticamente emparentado con una vena del cine estadunidense que va de Elmer Gantry, ni bendito ni maldito (Richard Brooks, 1960), la charlatanería como espectáculo, hasta El rey de la comedia (Martin Scorsese, 1980), el espectáculo del fracaso. En lugar de ofrecer una vociferante cinta de denuncia, el director Christian Díaz propone hábilmente el intenso drama de un fracaso individual orillado a decisiones extremas y también un crudo registro de fanatismos colectivos presentes tanto en la religión como, añadiríamos, en la política. Acentuando en su fotografía las tonalidades de un incipiente cine negro mexicano, González no vacila en exponer el cinismo de los falsos profetas con un lenguaje sin concesiones (Tú no eres un indio ignorante como esos que vienen a rezar aquí, le dice el muy castizo pastor Elías/Bardem a un González ya rebelde).

González, el ciudadano hermético y desconfiado, harto ya de su extrema vulnerabilidad social, arremete contra el fariseísmo de quienes lucran con la miseria humana, pero lo hace sin actitud heroica ni propósito redentor, simplemente como una pieza más de una exasperada reacción en cadena contra quienes en política y religión siguen convencidos de que la ignorancia es siempre el mejor negocio. González no es, sin embargo, un vengador inmaculado: germina ya en él la semilla de la corrupción: es un nuevo pastor en busca de mejores oportunidades.

La cinta explora estas crudas situaciones inspirándose tal vez en el cine de Hollywood, pero con los pies firmemente plantados en una realidad nacional; esa es su gran virtud y también su gran limitación, el abismo que la separa hoy de un reconocimiento masivo.

Se exhibe en salas de Cinépolis y en la Cineteca Nacional.

Twitter: @Carlos.Bonfil1