Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 1 de marzo de 2015 Num: 1043

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

José Emilio Pacheco
hablaba del
Murciélago Velásquez

Leonel Alvarado

Cuando tenga 64 años
Leandro Arellano

El itinerario de
Hernán Cortés

Alessandra Galimberti

La investigación científica
en su laberinto

Manuel Martínez Morales

En torno al
libre albedrío

José Luis González

El mal de la modernidad
y la reinvención
de la política

Marcos Daniel Aguilar entrevista
con Ricardo Forster

Janne Teller, Pierre
Anthon y la nada

Yolanda Rinaldi

Un raro regalo
Kikí Dimoulá

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


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La Jornada Semanal

 

Manuel Martínez Morales

Bohm cree que la ciencia se parece más al arte en
el sentido de que trata con cosas ambiguas.

La ciencia avanza mediante atrevidas especulaciones, que nunca son demostradas o tan siquiera hechas probables, sino que algunas de ellas son eliminadas mediante refutaciones escuetas y concluyentes, y luego sustituidas por otras nuevas especulaciones todavía más atrevidas.
Imre Lakatos

Abraham Moles ha imaginado que el investigador científico, en su actividad, se mueve en un laberinto cuyas paredes constituyen “el muro vertical de la ciencia acabada” ; el científico deambula por el laberinto buscando una salida o, en última instancia, buscando derribar los muros de “la ciencia normal”. Esta imagen ha sido enriquecida por hombres de ciencia cuyas ideas los han llevado hasta la orilla del difuso muro que separa lo conocido, según los cánones de los paradigmas vigentes, del infinito campo de lo desconocido y lo incognoscible.

David Bohm, eminente físico teórico, nos cuenta –después de largos recorridos por el laberinto– que las paredes son en realidad espejos, en los cuales se reflejan mutuamente sujeto y objeto, lo observado y el observador, y que cualquier fragmento del espejo contiene el reflejo del universo entero. Bohm y otros aventureros del conocimiento agregan que la superficie de los espejos es aparente, que el pasaje hacia nuevos paradigmas se encuentra del otro lado del espejo, y que debe cruzarse el espejo para “ver” el mundo bajo una nueva óptica. Cabe decir que esta nueva visión del universo propuesta también por otros renombrados investigadores contemporáneos, como Ilya Prigogine, es “totalitaria”: no puede separarse al sujeto del objeto e incluye consideraciones metafísicas, éticas, sociales y estéticas (“Bohm, coherente con su universo creativo, quiere enfatizar el aspecto artístico de la ciencia. Muchos creen que la física es exacta y que todos sus enunciados tienen un significado exacto. Por el contrario, Bohm cree que la ciencia se parece más al arte en el sentido de que trata con cosas ambiguas. Denomina a las teorías científicas ‘formas artísticas’ que se elaboran para congeniar con la experiencia general pero que nunca pueden darnos una seguridad total de conocimiento.” A través del maravilloso espejo del universo, de J. P. Briggs y F. David Peat; Gedisa, 1996).

El brote de este nuevo paradigma se deriva de teorías y resultados de la física, la biología, la matemática, la neurofisiología, ampliamente aceptados por la comunidad científica contemporánea. Si bien las ideas originales de Bohm fueron enunciadas por éste hace varias décadas, no fueron tomadas en serio por sus colegas sino hasta hace muy poco tiempo y con mucha reserva. En particular, Bohm revisa el concepto de causalidad y propone un principio más amplio: todo causa todo lo demás, lo que ocurre en cualquier parte afecta lo que ocurre en cualquier otra parte. Este pensador, en colaboración con el matemático Basil Hiley, desarrolló toda una teoría matemática para formalizar su novedosa concepción del mundo y el conocimiento. En particular tomaron un álgebra que había sido propuesta el siglo pasado por un matemático polaco y no se consideraba de mayores méritos, puesto que con ella se pretendía modelar el movimiento del pensamiento, nada menos.


Satélite Explorer XVII, lanzado el 3 de abril de 1963

Para acercarse al budismo, nos dice el Dalai Lama en Las cuatro nobles verdades, es necesario asimilar dos principios filosóficos fundamentales: el principio de la interdependencia, que significa que todas las cosas y los acontecimientos del universo son, en tanto que resultado de la interacción de varias causas y condiciones. Todas las cosas y acontecimientos (de hecho, la totalidad de todo lo que es y existe) surgen solamente como resultado de la interacción del conjunto de factores que propiciaron su advenimiento. El segundo principio afirma que cualquier identidad que demos a las cosas será siempre contingente en relación con la interacción que se establece entre nuestra percepción y la realidad misma. Esta afirmación, asevera el Lama, no significa negar la existencia de las cosas; el budismo no predica el nihilismo. Las cosas existen, pero no tienen una realidad independiente y autónoma. Esto corresponde, según mi entender, con la idea del universo como un espejo, en donde el todo y la parte se reflejan mutuamente y el observador está implícito en lo observado; según Bohm toda la conciencia está implicada en la materia y la materia es el despliegue de la conciencia.

El hecho de que dos corrientes filosóficas, una basada en una tradición ancestral y la otra emanada de la ciencia moderna, confluyan en una serie de conclusiones análogas, es sorprendente para la mente perdida en el laberinto de sólido granito del cientificismo, no así para las mentes soñadoras que navegan en el universo de espejos y que no se asombran si un conejo se transforma en un sombrero o si aparece de pronto, en medio de la selva, una mesa de disecciones con un paraguas y un pasamontañas encima.