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La resistencia antimicrobiana
A

vanza en el mundo la preocupación por el aumento de la resistencia a los antimicrobianos. La Organización mundial de la Salud (OMS) publicó a finales de 2014 un estudio que intenta cuantificar el problema de la resistencia a los antibióticos a escala mundial en preparación de su Asamblea de 2015. Parte de la preocupación es que desde 1987 no se ha descubierto ningún nuevo tipo de antibiótico, sino sólo se han introducido moléculas parcialmente modificadas. La investigación abarca algunas bacterias que tienen un impacto importante sobre la salud pública. Asimismo, estudia el grado de vigilancia sistemática que tienen los países a este respecto.

La complejidad de conocer el problema es de dos tipos distintos. Por un lado, es necesario elegir a algunos microorganismos y hacer mapas de su resistencia contra antimicrobianos específicos. Por otro lado, hay un problema político derivado del gran poder económico de la industria farmacéutica privada que se opone a una mayor regulación supranacional de los antimicrobianos, tanto en el ámbito de la salud humana como de su uso animal, que resulta clave en la industrialización de los alimentos.

Las bacterias y antibióticos incluidos son la E. coli respecto de las cefalosporinas de tercera generación y quinolinas; la Klebsiella P. en torno a las cefalosporinas de tercera generación y a carbapenemas; el estafilococo dorado ante la meticilina; el neumococo en relación con la penicilina; la salmonella no-tifoidea respecto de las quinolinas; las Shigellas, a las quinolinas, y el gonococo en torno a las cefalosporinas de tercera generación.

Esos son los agentes resistentes más comunes de las infecciones hospitalarias y de la comunidad. Causan pulmonía e infecciones en vías urinarias, intestinales, venéreas y hospitalarias en cuidados intensivos y neonatales, así como en el tratamiento de pacientes de cáncer y en la prevención preoperatoria en ortopedia, entre otros problemas. En este sentido estamos avanzando a una era posantibiótica con una mortalidad semejante a la etapa previa a la invención de la penicilina.

El hallazgo tal vez más importante es que no se cuenta en muchos lugares con un sistema nacional de vigilancia sistemática del problema, particularmente en África y partes de América Latina y Asia. Esto impide sacar conclusiones firmes sobre la extensión de la resistencia, aunque el análisis que usa los datos sistemáticos nacionales y de estudios más limitados la confirman como un problema de primer orden de salud pública.

México, en particular, tiene una muy baja frecuencia de datos nacionales y es superado por Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador, entre otros. Este hecho debería llevar a las autoridades de salud mexicanas a tomar una serie de medidas dirigidas al sistema de información, la elaboración de protocolos obligatorios de tratamiento y, ante todo, acciones educativas.

El paso más importante en México respecto del problema fue la exigencia de una receta médica en la compra de los antibióticos. Sin embargo, la respuesta inmediata de las cadenas de farmacias fue establecer un consultorio médico anexo donde se hace la prescripción. O sea, instrumentaron un nuevo modelo de negocios que ha tenido gran éxito y un evidente conflicto de interés. Según la Encuesta Nacional de Salud de 2012, 16 por ciento de todas las consultas médicas se dan en estos consultorios lo que corresponde a 42 por ciento de las privadas. Es de suponer que ha incrementado desde entonces.

Urge determinar protocolos estrictos de uso de los antibióticos y un sistema eficiente de fármaco-vigilancia con un componente de reporte de resistencia microbiana, mientras se pueda estructurar un sistema de información nacional sobre el asunto.

El problema más importante es que en México los principales promotores de los medicamentos, entre ellos los antibióticos, son los representantes de los laboratorios farmacéuticos, tanto en el sector privado como en el público. Para contrarrestar esta práctica es necesario instrumentar varias medidas. La principal es una encuesta entre los médicos sobre sus conocimientos y prácticas respecto del uso de los antibióticos, para establecer cursos de educación continua y obligatoria del cuerpo médico. Una medida adicional es prohibir la presencia de los representantes de los laboratorios en las instituciones públicas. La regulación sin elementos de conocimiento es autoritarismo, no una medida para mejorar.