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Número 224
Jueves 5 de Marzo del 2015


Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus


pruebate

La frontera de la cordura: Trastorno borderline

Ataques de ira, momentos de depresión, de euforia, ansiedad o amor, todo en un lapso tan corto como unos cuantos días. De ésta y otras formas se compone el trastorno límite de la personalidad, problema que de no atenderse, puede desembocar en psicosis, esquizofrenia u otros padecimientos que ameriten hospitalización.

Rocío Sánchez

Fue hasta 1980 que los psicólogos identificaron el Trastorno Límite de la Personalidad o Trastorno borderline (en inglés). “Se llama ‘límite’ porque se consideró que estaba entre la neurosis y la psicosis”, es decir, entre un trastorno psicológico que todavía puede ser controlado y lo que comúnmente se llamaría “locura”, explica Manuel González Oscoy, especialista del Centro de Servicios Psicológicos “Dr. Guillermo Dávila” de la Facultad de Psicología de la UNAM.

“Entre estar un poquito mal y totalmente mal, entre la neurosis y la psicosis, fue que apareció este trastorno donde ya hay una inestabilidad emocional fuerte, donde puede haber ciertos trastornos de pensamiento, pensamientos delirantes, problemas en la relación con las personas”, entre otros síntomas.

Quienes lo padecen (76 por ciento de los casos surgen en mujeres) son tan inestables emocionalmente que la situación se vuelve difícil de manejar, tanto para la propia persona como para su entorno cercano: familia, compañeros de trabajo o de escuela, hijos. “Pueden pasar, de repente, a una agresividad o enojo muy fuerte y de ahí tal vez pasar al llanto”, comenta González Oscoy, quien agrega que esa inestabilidad desconcierta a las demás personas, lo que va minando las relaciones sociales.

Pensamiento mágico
Teresa tiene trastorno límite de la personalidad (TLP) y también fobia a los animales. En una sesión de terapia de grupo, otros participantes hablan de sus mascotas y el cariño que les brindan. Teresa empieza a pensar que si tuviera un perrito a quien amar y cuidar, todo iría bien.

La familia no está de acuerdo pero ella se empeña en que si no tiene una mascota, no podrá mejorar. Finalmente, la familia acepta, le regala un perrito y los primeros días Teresa se entusiasma; su atención gira en torno a su nueva mascota, a la que atiende con esmero. Semanas más tarde empieza a tenerle miedo y se siente culpable porque cree que le ha contagiado al perro su depresión. Dice que no come ni duerme y que si no tuviera al perro, estaría mejor. La familia se lleva a la mascota y días más tarde Teresa empieza a extrañarla. Afirma que ha sido un error y que si tuviera al perrito, estaría mejor.

Con este caso, relatado en el sitio web Trastornolimite.com, la psicóloga española Dolores Mosquera describe uno de los episodios que puede tener una persona con TLP, y que se basa en un pensamiento mágico. Es decir, Teresa pensó que necesitaba un perro para sentirse mejor. Entonces, su único problema es no tener el perro pero, más tarde, el problema es tener al perro. Así, la “solución” es igual de mágica en ambos casos (tenerlo o no tenerlo), una idea que se resume en: “sólo tengo que tener (o no tener) esto para que todo vaya bien”, explica Mosquera.

Síntomas extremos
De acuerdo con la Guía de consulta de los criterios diagnósticos del DSM-5 –de la Asociación Estadunidense de Psiquiatría–, este trastorno está presente cuando se detectan cinco o más de las siguientes condiciones:

La persona hace esfuerzos desesperados para evitar el desamparo real o imaginado; tiene un patrón de relaciones interpersonales inestables e intensas que fluctúan entre la idealización y la devaluación del otro; presenta una inestabilidad intensa y persistente en su autoimagen (cambia de sentirse segura a insegura y viceversa); es impulsiva en dos o más áreas que ponen en riesgo su integridad, como los gastos incontrolados, abuso de drogas o atracones alimentarios; amenazas recurrentes de suicidio o comportamientos de autolesión (cortes en la piel, por ejemplo); episodios intensos de irritabilidad o ansiedad que duran horas o unos pocos días; sensación crónica de vacío; enojo intenso o dificultad pasa controlar la ira, y finalmente ideas paranoides transitorias.

Sin embargo, afirma Manuel González Oscoy, una golondrina no hace verano. “Un solo ataque no es motivo de diagnóstico; tienen que aparecer varias veces durante un lapso de unos tres o cuatro meses”.

Para sanar
Existen diversos enfoques para tratar el TLP que van desde la terapia psicológica hasta la internación en un hospital psiquiátrico. La primera es un paso inicial recomendable, pues ahí es posible evaluar la gravedad del problema y saber si será suficiente con la psicoterapia, la cual puede enfocarse en el control de impulsos, por ejemplo.

Cuando los ataque son más frecuentes o más intensos, es recomendable buscar la atención psiquiátrica donde se pueden suministrar medicamentos. “El trastorno puede darse también por cuestiones de regulación neuroquímica, por ejemplo, desbalances de serotonina o dopamina, dos de los principales neurotransmisores”, por lo que el tratamiento farmacológico ayuda. Este tipo de atención médica está disponible en instituciones públicas de salud como el Instituto Nacional de Psiquiatría o los hospitales psiquiátricos “Fray Bernardino Álvarez” y “Juan N. Navarro”.

Aunque sólo se presenta en 2 por ciento de la población general, es importante saber que existen formas de prevenirlo, según lo detalla un artículo del español Juan Moisés de la Serna, médico especialista en neurociencias y biología del comportamiento. Para ello, es esencial que los hijos e hijas crezcan en un ambiente sin problemas (violencia o abuso de sustancias). También se debe poner especial atención a los primeros episodios de comportamiento autolesivo o intentos de suicidio, que ameritan ayuda profesional sin esperar otros síntomas. También se debe permitir a los niños y niñas que se equivoquen, darles oportunidad de aprender de sus errores y escuchar y validar sus sentimientos como una forma sana de expresar y liberar su frustración.


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