Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 8 de marzo de 2015 Num: 1044

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El cuento de
Amaramara

José Ángel Leyva

Sexo y literatura
Jorge Bustamante García

Yo a usted la amé...
Alexandr Pushkin

Clanes y caudillos
en la Revolución

Sergio Gómez Montero

Bei Dao, una isla
sin mar

Radina Dimitrova

Poemas
Bei Dao

Hermann Nitsch
en México

Ingrid Suckaer

Leer

Columnas:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Orlando Ortiz

A casi un año (II Y ÚLTIMA)

En mi columna anterior dije que en esta oportunidad abordaría algunos aspectos de Emmanuel Carballo que han sido eludidos en cuanta semblanza se hizo después de su fallecimiento.

Fundó la editorial Diógenes, con el apoyo de don Rafael Giménez Siles, quien sabía mucho de libros y cuestiones editoriales; en su país, durante la República, organizó las bibliotecas ambulantes, unos vehículos con estantería y libros que recorrían las poblaciones más pobres y olvidadas para acercar los libros a la gente de escasos recursos. Aquí, don Rafael fundó la, en su momento, increíble Librería de Cristal de la Alameda, y Empresas Editoriales, que editó varias colecciones, algunas de ellas con títulos emblemáticos e inconseguibles actualmente. Recuerdo, de manera muy especial (siempre  quise tenerla y nunca lo conseguí) La comedia humana, de Balzac, en volúmenes preciosos y con pasta dura. Emmanuel había colaborado muy cerca de este español singular y encomiable por cuanto hizo por crear una cultura del libro en nuestro país. Reconocía el talento de Carballo y escuchó sus ideas respecto a colecciones y autores nacionales.

Emmanuel, como ya lo he dicho, era beligerante, desenfadado, irreverente (aunque no por eso dejaba de reconocer el valor de algunos autores demodé, como lo constata en su Protagonistas...), las ideas bullían en su cabeza y simpatizaba con los movimientos contestatarios y la rebeldía, individual o gremial. Ese hervidero de ideas y actitudes contradictorias tal vez era producto de una permanente agonía. (“Me repugna el elitismo, despierto y dormido me considero un pequeñoburgués avergonzado de sus canonjías, en constante lucha con los intereses propios de su clase y, al mismo tiempo, ávido de gozar ‘en los agridulces suburbios del sistema’ las oportunidades sensibles e intelectuales que me ofrece la burguesa civilización occidental.”, escribió en su Párrafos para un libro que no publicaré nunca.)

En Diógenes, Carballo comenzó a publicar autores latinoamericanos, relevantes todos aunque en nuestro país fueran poco o nada conocidos. Apostó también por los autores mexicanos jóvenes y, en el colmo de su desafío al sistema, publicó libros  que difundían ideologías “exóticas y subversivas”. Esto último ocurrió después del Movimiento estudiantil del ‘68: la literatura paulatinamente pasó a ser sólo una de las líneas editoriales, y comenzaron a preponderar títulos de enfoque latinoamericanista, con evidente carácter político, social y antiimperialista. En esos años las dictaduras dominaban en muchos de los países de nuestro continente, y también en muchos de esos países había movimientos guerrilleros, sin excluir a México. Las noticias al respecto en los medios impresos y electrónicos eran “muy objetivas”, en otras palabras, no decían nada, no explicaban nada. En el mejor de los casos, “informaban” los aspectos amarillistas de las confrontaciones. Se hablaba de la guerrilla urbana pero no había una idea precisa de lo que era. Aquí, la guerrilla seguía siendo eminentemente rural. A Emmanuel se le ha calificado, a veces, como un crítico de la literatura mexicana; sin embargo, creo que asimismo fue un conocedor de la literatura latinoamericana y también difusor de la idea de una América Latina unida, libre del imperialismo. Creía fervorosamente en la llegada de “el hombre nuevo”, sin prejuicios y revolucionario.

Si mal no recuerdo, uno de los primeros libros que aparecieron, marcando el nuevo rumbo de Diógenes, fue Che comandante, de Luis Agüero et al., le siguieron La oligarquía en el Perú, de Francois Bourricoud et al., La revolución chilena, de Gustavo Canihuante, Con las armas en la mano, de Camilo Torres, El proceso de dominación política en Ecuador, de Agustín Cueva, Para leer a Althusser, de Enrique González Rojo, Maquiavelo y Lenin, notas para una teoría política marxista, de Antonio Gramsci, dos volúmenes con las actas tupamaras, también dos volúmenes con textos de Carlos Marighella (revolucionario brasileño), Mi campaña con el Che, de Inti Peredo, Tania la guerrillera, de Marta Rojas y Mirta Rodríguez, y Cristianismo y revolución en América Latina, de Manuel Mercader Martínez. Estos sólo son algunos títulos.

Hablar de eso, en la actualidad, debe causarle risa a algunos “activistas de izquierda”, pero en tiempos de Díaz Ordaz y de Echeverría, publicar ese tipo de literatura era un atentado al pudor y estaba muy lejos de ser una “posición política correcta”. La guerra sucia era lo cotidiano. Emmanuel, se diga lo que se diga, creo que siempre fue fiel a sí mismo y congruente con sus ideas.