Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 8 de marzo de 2015 Num: 1044

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El cuento de
Amaramara

José Ángel Leyva

Sexo y literatura
Jorge Bustamante García

Yo a usted la amé...
Alexandr Pushkin

Clanes y caudillos
en la Revolución

Sergio Gómez Montero

Bei Dao, una isla
sin mar

Radina Dimitrova

Poemas
Bei Dao

Hermann Nitsch
en México

Ingrid Suckaer

Leer

Columnas:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
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Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
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Prosaismos
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La Jornada Semanal

 
 
Carrancistas
Maderistas
Zapatistas

visiones histórico-literarias de la gesta.
escasa investigación de la labor femenina durante la contienda armada.

Sergio Gómez Montero

Quizá esta nota debiera comenzar con una referencia directa a la serie de televisión Juego de tronos (Game of Thrones), donde los clanes son una de las partes sustantivas de la serie en la cual la lucha por el poder se muestra de manera descarnada y brutal. Otro aspecto también digno de mencionarse desde el principio tiene que ver con la manera múltiple con que se ha abordado el estudio de la Revolución mexicana y lo que ello ha aportado, pero que también ha sido motivo de polémicas diversas que aún no terminan, como si eso fuese el motivo primordial del historiar, como si la verdad en torno a los hechos revolucionarios fuese imposible de establecer y, por lo tanto, el motivo central de la Historia estuviese fundado en el hecho de polemizar. Por lo menos, en lo que toca a los estudios referentes a la Revolución mexicana.

La manera, pues, que tanto la Historia como otras disciplinas afines al campo de las ciencias sociales han incidido en el estudio de la Revolución mexicana ha sido vasto, aunque aún insuficiente si tomamos en consideración las polémicas que subsisten en la materia. Peor aún si a ello se añade un elemento más: la literatura, que desde la ficción creativa (la novela de la Revolución y sus varios continuadores) o el ensayo han contribuido a tener una visión amplia y compleja de ese fenómeno social.

Pareciera, de este modo, primero, que dados los estudios existentes sobre la materia, todo lo que se diga al respecto (de la Revolución mexicana) fuera redundante. Segundo, abonaría sólo a incrementar la polémica. Lo cierto es que esos estudios se han centrado sobre todo en las luchas de facciones y caudillos y, por ejemplo, la microhistoria ha quedado virtualmente al margen (lo escribió don Luis González y González), lo mismo que el papel jugado por los clanes en ese proceso. La historia regional se registraría así como un faltante, en buena medida. Y si eso pasó con la Historia, es evidente también que la literatura siguió hasta hoy los mismos pasos.

Por eso es válido plantear una duda: ¿y los clanes qué papel jugaron en la Revolución? Un clan, habría que precisar, establece sus orígenes en la prehistoria o en tiempos remotos e implica, entre otras cosas, que, como vocablo, proviene de “clan”, que es un término que procede del gaélico clann (“descendencia”) que, a su vez, tiene su origen en el latín planta (“planta”, “brote”). La noción se utiliza para nombrar al “grupo” que exhibe una tendencia exclusivista, cuyos integrantes están unidos por fuertes vínculos (muchas veces de familiaridad). ¿Cómo ello, el “clan”, se mantuvo hasta fines del XIX y mediados del XX en México, y sobre todo cómo se mantuvo y manifestó a lo largo del proceso revolucionario?


Villistas, a la izquierda de Pancho Villa (al centro) el General Maclovio Herrera

Tales dudas surgen a raíz de la lectura de un libro singular: La sangre al río, (Tusquets, México, 2014), cuyo autor, Raúl Herrera Vázquez, se ha distinguido particularmente como un pianista destacado en el país y como administrador en el campo de la cultura. El libro mencionado es una novela, pero construida más que nada a través de testimonios originales diversos de una sola familia, los Herrera, a la cual pertenecieron dos generales destacados en la época de la Revolución, Maclovio y Luis, originarios de Chihuahua, así como todos los miembros de la familia a la que el autor pertenece. Otros archivos oficiales refuerzan las tesis de los testimonios familiares. En esta novela (bien armada, bien escrita, una lectura larga que despierta inquietudes en diversos campos del saber) lo primero que se genera es el desasosiego por saber precisamente cuál fue el papel de los clanes en un proceso social tan complejo como lo fue la Revolución de 1910-1917 en México, y que hasta hoy se ha pasado por alto, a pesar de ser un factor que ha incidido significativamente en los procesos sociales de los siglos XIX y XX, pues en ese tiempo –como lo muestra el libro de referencia– los clanes tuvieron una función determinante en los hechos sociales de la época, dado que eran ellos los que a nivel regional decidían el quehacer en diferentes regiones del país.

En el libro del maestro Herrera se muestra con gran claridad precisamente cómo un clan anclado desde el siglo XIX en Chihuahua va a ejercer durante todo el proceso revolucionario una influencia determinante a nivel regional, y cómo ello lo va a enfrentar continuamente desde 1910, cuando comienza la Revolución, con el clan regional representado por Francisco Villa (o bien con Villa como caudillo, con todo lo que esto representa). En esa lucha de clanes –que aparentemente termina con la muerte de Villa en 1923, en un atentado preparado precisamente por los Herrera–, fallecen varios de los miembros de dichos clanes, incluyendo a Maclovio, Luis, algunos parientes de ellos (entre otros el padre, cabeza del clan) por parte de los Herrera y, por el bando contrario, el representante principal y miembro casi único del grupo: Francisco Villa. En el entramado de esa lucha destaca, primero, cómo al margen de la contienda central que conmovió al país entre 1910 y 1917, a nivel regional se registraban otro tipo de contiendas –como la lucha de clanes– que influyeron determinantemente en los hechos revolucionarios, y que hasta hoy, se insiste, poco se han estudiado, a pesar de que, por ejemplo, en la lucha cristera tuvieron una significación relevante, ya no se diga, precisamente, en casos como el mencionado de Chihuahua o los de San Luis Potosí, Saturnino Cedillo y Gonzalo n. Santos (que también entre ellos se enfrentaron), o en el caso de personajes como Zapata en Morelos, Carranza en Coahuila y posiblemente otros varios que, en esa época, defendieron a morir los intereses de sus clanes junto con los intereses globales del proceso revolucionario general.

En la parte final de La sangre al río la desmitificación de Villa como héroe revolucionario es lapidaria, pues ubica al duranguense como un criminal sanguinario, autor de todo tipo de tropelías, mientras que son las mujeres –las de ambos clanes, aunque en particular las Herrera– las que destacan como eje y sostén de las familias (un aspecto que también, respecto a la Revolución, falta estudiar más a fondo), mientras los hombres se baten en la contienda armada.

No es, pues, de despreciarse el papel de los clanes en el estudio de la Revolución mexicana, como lo muestra de manera polémica la novela, cuya tensión se mantiene precisamente a partir, primero, de cómo se dio el origen del clan y cómo, segundo, se dio el comportamiento de la familia Herrera, de casi todos sus miembros, durante la Revolución.

Ahora bien, si lo que destaca en La sangre al río es la lucha entre clanes, en la novela más reciente de Pedro Ángel Palou, No me dejen morir así (Planeta, México 2014) resalta nuevamente la novela del caudillo y sin duda del caudillo más reconocido de la Revolución mexicana: Francisco Villa (cuya apología hace Rafael f. Muñoz en sus novelas). Palou, luego de una exhaustiva investigación bibliográfica logra, con gran suficiencia literaria, trazar el retrato de lo que fueron los días tórridos y ansiosos que culminaron la vida de Villa y que lo mismo trata sobre quiénes fueron sus gentes más cercanas (madre y hermana, mujeres compañeras y subordinados), que sobre sus dudas e inquietudes que, supuestamente, siempre lo acompañaron. Personaje contradictorio, claro, Villa, según Palou, hasta el final de su vida se vio asediado por las angustias que anunciaban y prefiguraban la manera trágica en que terminaría la vida de este hombre: en un atentado que preparan sus más acérrimos enemigos, los Herrera, quienes desde años atrás (tal como se narra al inicio de la novela La sangre al río), se la tenían jurada.

Muy bien escrita, la novela de Palou se lee sin mayor problema, y si bien es una apología del Centauro del Norte, en ella no dejan de colarse las debilidades de este hombre que son tan bien tratadas en la novela testimonial de Herrera. Pero ambos libros contribuyen, debe considerarse, a seguir replanteando el estudio de la Revolución mexicana y de las múltiples facetas y aspectos que, como fenómeno histórico y social, la recorrieron. Facetas, entre otras, como la representada por la dualidad que concreta, al amparo de ese fenómeno, las luchas de clanes y caudillos.