Opinión
Ver día anteriorMartes 10 de marzo de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Los murales callejeros, ¿legitimados?
N

o hay duda que la versatilidad del arte contemporáneo multimedia puede aludir a episodios sociopolíticos e históricos valiéndose de configuraciones que a veces directamente y otras mediante alusiones conceptuales o sígnicas refieren a hechos concretos. En ocasiones menos directas son las caracterizaciones manejadas por los artistas, producto de sus quehaceres particularizados y de sus predilecciones iconográficas las que se adjudican a situaciones de protesta. Pero como dijo José Clemente Orozco, ningún tema por noble que sea redime un trabajo mediocre. Muchas de las manifestaciones actuales suelen ser inteligentes y coherentes y son siempre bienvenidas, pero no si implican, como me parece que sucede en el caso que voy a comentar, la aparente justificación de un arte de protesta ligado a la promoción de una galería en lo particular.

En esta sección, el pasado viernes, se publicó una nota firmada por Alondra Flores que llamó poderosamente mi atención, porque me hizo suponer que en pleno Centro Histórico, en la calle Motolinia, la pared de un edificio se había constituido en soporte de un mural en el que aparece un simio enorme con orejas mayúsculas, tocando unos platillos, cuyo perfil es el de las monedas mexicanas de a peso. La obra se adjudica al artista boloñés (es hombre, pero se llama Erica) conocido artísticamente como Erica il cane. Además esa imagen, aunque alterada, es básicamente una ilustración anterior.

Se debe advertir que la fotografía publicada no es analógica, es decir, no fue tomada directamente; fue proporcionada por la Galería Fifty24MX, que según el reporte auspicia la creación del proyecto Manifesto, referido a murales en espacios públicos de la ciudad de México.

Si cualquier lector se topa con esto sin mayor advertencia, inevitablemente se pregunta, ¿cualquier proyecto de arte público puede llevarse a cabo sin el aval del propio jefe de Gobierno citadino sumado a algún comité especializado? O bien: ¿No le concierne esto a la dirección de arquitectura del Instituto Nacional de Bellas Artes?

No hay que confundir arte callejero (o sea los grafiti) con lo que entendemos por murales. Los grafiti son arte urbano y pueden cancelarse, sustituirse o repintarse; tal es su índole, su razón de ser. A pesar de eso, existen parámetros para su ejecución y conservación temporal. Los murales por tradición son patrimonio cultural. La noción de murales callejeros no es clara, porque muchos murales fueron callejeros y están a la vista, baste mencionar como ejemplo la cerca del Polyforum Siqueiros tan comentada recientemente.

De existir realmente la representación de un gorila cuyas dimensiones en la fotografía se antojan enormes, en una pared pública del Centro Histórico, ¿qué efecto puede tener? No involucra sólo a los vecinos del lugar, sino también a los innumerables transeúntes de la zona.

La fotografía original y a color de este simio que toca platillos se ha exhibido y fotografiado en un ámbito interior, visible desde el exterior, debido a una ventana abierta que divide el espacio hasta por medio de un enrejado de balcón. El artista Erica il cane es boloñés, cuenta con una serie nada desdeñable de exposiciones, una de las más importantes, en 2009, lo lanzó al estrellato del grabado (no de los grafiti) en la Galería Carmichel de Los Ángeles, California. Tiene seguidores, una de ellas es la artista colombiana Bastardilla, quien participó en la bienal de arte urbano de Cochabamba en Bolivia. Por su parte il cane que ha expuesto hasta en Chicago, auspiciado en parte por el Instituto Italiano de Cultura, al parecer tiene o tuvo una estancia reciente en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, donde dejó pintada en sitio público una iguana verde, enorme, un poco con aspecto de dinosaurio. Vale la pena recordar que en Tuxtla se encuentra uno de los más connotados zoológicos del país.

Bastardilla (obvia alusión a la letra cursiva), integrada igualmente al proyecto Manifesto, dedica (no realiza) una pieza a los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa; dedicar es una cosa que casi cualquiera puede hacer. Traer el hecho al presente, como lo coordinó Francisco Toledo por medio de los papalotes con impresiones de los retratos de los normalistas, lanzados al aire, es acción incluso poética que no implica promoción de artista alguno en lo particular, ni siquiera de los artesanos que fabricaron los papalotes.

Aquí no se ha convocado, que yo sepa, ninguna Bienal de Arte Urbano, como sí sucedió en Cochabamba. Así que las autoridades citadinas deben echar ojo a la índole de este proyecto, si es conceptual y se va a exhibir en la propia galería que lo auspicia o en otros sitios que la misma consiga para exponer obras en diferentes puntos de la capital, santo y bueno. Pero si deveras existe la pretensión de realizar murales, aunque no pretendan ser perennes y se elaboren con método grafitero, en espacios públicos, la situación es otra.