Indígenas y multiculturalismo
(contra un texto de immanuel wallerstein)

Frontera sur, Chiapas, 1990. Foto: Luis Jorge Gallegos

Víctor de la Cruz

A más de uno le parecerá una necedad, en esta época de globalización comercial y económica, que alguien se ocupe de la historia y la escritura de un pueblo indígena, sin  comillas, como lo eran binnigula’sa’ o zapotecos prehispánicos y como lo son sus descendientes, los binnizá, que conservan su lengua, el diidxazá; cuando los habitantes ricos del mundo abandonaron ya la modernidad y viven de lleno la posmodernidad; mientras una mayoría depauperada, entre ellos los indígenas indoamericanos, viven en la miseria y usan todavía utensilios del periodo neolítico en su hogar —para muestra solamente hay que recordar los metates y los molcajetes en los hogares de los campesinos mexicanos. Como dijera un filósofo a propósito de la época actual:

…no hace falta esa mirada sobre toda la tierra para percatarse de la contemporaneidad de lo no contemporáneo. También en un solo lugar pueden coexistir varias épocas yuxtapuestas o sobrepuestas. No sólo el procedimiento comparativo de las ciencias históricas, también la simple reflexión sobre nosotros mismos nos enseña que la historia se estanca, se recarga. Ante todo, continuamente se edifica lo nuevo con materiales viejos. (Hans Freyer, Teoría de la época actual. Traducción de Luis Villoro, Fondo de Cultura Económica, Colección Brevarios, México, 1976).

Entre los sorprendidos, y tal vez irritados, están los economistas de derecha e izquierda a quienes les molesta el multiculturalismo y sólo entienden este fenómeno, que ha estado presente en toda la historia de la humanidad, como lucha entre los grandes bloques comerciales y para quienes la pluralidad lingüística es sólo un estorbo para los tratados de libre comercio y para la libre circulación de capitales en los bancos; pero no entienden las consecuencias del plurilingüismo que se traduce en la sutilezas de las formas del pensamiento humano. Uno de estos economistas es Immanuel Wallerstein, quien se considera asimismo como intelectual de izquierda y así es considerado en el medio académico e intelectual.

Leyendo a Wallerstein (“El multiculturalismo y sus dilemas”, La Jornada,  22 de febrero de 2015), parecería que a los economistas no les gusta el multiculturalismo, desde Marx hasta sus actuales seguidores, y la idea de que haya indígenas que teóricamente tengan prioridad en sus derechos por aquello  del principio jurídico. “El que es primero en tiempo es primero en derecho”; por eso  Wallerstein pone entre comillas el término “indígenas” en el artículo. Es cierto, existen “indígenas” con comillas o sean aquellos que se hacen pasar como miembros de un pueblo originario para aprovecharse de los recursos públicos que deberían ser para los indígenas sin comillas o auténticos indígenas, en nombre de los cuales se han enriquecido políticos, funcionarios y antropólogos, quienes adornan sus discursos con beneficios supuestamente otorgados a aquellos que por ser primeros en tiempo deberían ser los primeros en derecho. Repite Wallerstein algo que ya sabemos:

Donde quiera que residan grupos humanos, siempre ha habido quienes de algún modo se consideran más indígenas de la región que otros. Los “indígenas” han tendido a usar una retórica de pureza cultural, que ellos consideran que es profanada o está amenazada por otros que son marginales  o de nuevo arribo a la región, y que como tal tienen menos derechos que los grupos indígenas.

No nos sorprende la retórica y el alegato de Wallerstein a favor de la inmigración y su descalificación de los reales y supuestos “indígenas”, pues él es originario y residente en un país de inmigrantes, sobre todo originarios de las islas que conforman el viejo Reino Unido; lo que olvida es que el reclamo de los auténticos indígenas no es contra los inmigrantes —que en todo caso se asimilan a la cultura y muchas veces adoptan la lengua de la región donde inmigran—; sino que su lucha es contra la colonización externa e interna procedentes de los países europeos y anglosajones, las cuales imponen sus culturas y sus lenguas a los pueblos indígenas en contra de su historia y proyecto de vida propios.

Hay aquí, entonces, un hecho y un derecho. El hecho es que, a pesar de la violencia de la colonización europea y anglosajona en este continente, algunos grupos indígenas sobreviven, aunque sea empobrecidos económica y culturalmente y con su población muy disminuida por la explotación y las enfermedades que trajeron los europeos en su expansión por este lado del mundo. El derecho es el de la autoidentificación que forma parte de lo que en términos actuales se llama derecho a la vida, el cual, por su parte, forma parte de lo que hoy se llama derechos humanos. Escribe Wallerstein:

Los reclamos de los grupos “indígenas” en pos de mantener sus patrones culturales y sus valores colectivos tienen una tonalidad bastante diferente en el caso de ser una resistencia a la inmigración de grupos que están al fondo de una escala social, que cuando se trata de personas que se sitúan en la cúspide esa escala.

Si se insiste en vivir y ser distinto dentro del gran conglomerado humano que está forjando la globalización económica y cultural de nuestro tiempo, eso quiere decir que se reclama el derecho a una identidad propia, la cual es producto de un proceso histórico, con raíces diferentes a las que trajeron los colonizadores, entre ellos los que hablan el mismo idioma que Wallerstein. Esto quiere decir que estamos a favor de un relativismo cultural que permita la convivencia de la pluralidad étnica, lingüística y cultural en el actual territorio de los Estados Unidos Mexicanos y a nivel mundial, aunque sean excluidos del sistema-mundo.

Me parece que muchos de nosotros que nos autoidenficamos como miembros de un grupo indígena en nuestro país (¿algún país es nuestro?), hemos asumido dos actitudes contradictorias, como lo vio Luis Villoro. Una, de desencanto frente al presente, al cual nos ha conducido el proyecto modernizador del sistema mundo; y otra de renuevo ante las posibilidades de tomar los hilos de continuidad de nuestras propias historias. Aunque el relativismo es un signo del desencanto, según Villoro tiene una doble cara:

Por un lado permite la tolerancia, la aceptación del otro como sujeto con las mismas pretensiones de validez que nosotros. El desencantado, al no considerar su razón como universalmente válida, está dispuesto a admitir las razones del otro. Al cabo, piensa, ninguna es definitiva. Pero la otra cara es el descreimiento en criterios de valor y de verdad que pudieran ser generales (Luis Villoro, “Filosofía para un fin de época”, Nexos l85, mayo de 1993).

Nuestra posición ante la vida es relativista, porque no estamos encantados ante la situación a la que han llevado a los indígenas los sucesivos gobernantes criollos que han tenido el poder en el país, y porque es el resultado de una actitud defensiva ante las pretensiones de validez universal de la razón occidental, la cual elimina la pluralidad del discurso humano al imponerse como única.

Ante esa paradoja de “entrar en la modernidad justamente cuando los países modernos empiezan a no creer en ella”, los que nos identificamos como indígenas queremos aprovechar la ventaja de entrar en ella cuando ya conocemos sus defectos y desencantos; si no hay otro camino para el futuro humano, queremos entrar en la modernidad con una actitud de renuevo:

Estamos en la situación privilegiada de ingresar a la modernidad, conociendo de antemano su desenlace. Podemos entonces proseguir la modernización con la advertencia de los peligros a que conduce, e intentar evitarlos. No puede ser nuestro el desencanto de la modernidad, pero sí la previsión y prevención de sus resultados. Nuestra actividad intelectual puede orientarse entonces, no por la cancelación del pensamiento moderno sino por su renovación radical (Villoro, op. cit.)

Me anima el optimismo que nos heredó Luis Villoro en su obra, pero no estoy seguro si podemos evitar los peligros de la modernidad y si por este camino es posible la reconstitución de los pueblos indígenas y a partir de qué momento del pasado podemos intentar esa reconstitución.

Víctor de la Cruz, poeta, escritor e investigador binnizá, traductor y autor de importantes textos en castellano y diidxazá. Entre sus obras: Poemas/Diidxa’ Guie’, Jardín de cactus, Cuando tú te hayas ido y Los niños juegan a la ronda. Compilador de La flor de la palabra/Gui’st’ diidxazá, el “libro más clásico de la poesía zapoteca”, según Manuel Matus.