Opinión
Ver día anteriorDomingo 15 de marzo de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Estados Unidos, guardián de la democracia por la fuerza
N

unca he creído en guardianes de la democracia. No soy partidario de tener un gendarme protector que avise, según su entender, cuándo se traspasa el límite de lo políticamente correcto. Rechazo, por principio, los discursos paternalistas y soberbios, llenos de consejos maniqueos mostrando los peligros de refrendar proyectos antimperialistas, democráticos y socialistas. Siempre lo mismo, bajo el tópico se los advertí, Estados Unidos han actuado para salvaguardar sus intereses y el de sus socios, las oligarquías criollas.

Desde el siglo XIX no hay continente que se le resista. En África, Asia, Europa y América Latina no han tenido remilgos en dirigir, subvencionar y patrocinar acciones desestabilizadoras cuando los gobiernos electos no son de su agrado y les plantan cara. En ocasiones, a los gobernantes estadunidenses les ha bastado con redactar una carta reclamando deudas y su pago inmediato. En otras han ido más lejos, negando préstamos, obstaculizando exportaciones, cerrando el flujo de inversiones previamente acordadas. Asimismo, las presiones se han transformado en sanciones si no obtienen los resultados previstos, doblar la voluntad soberana de los pueblos. Aquí, el abanico cubre todos los espacios de las estructuras de poder. Sanciones económicas, políticas, diplomáticas, sociales y culturales. El bloqueo de cuentas bancarias y la paralización de importaciones, convenios bilaterales de cooperación e intercambio de tecnología buscan generar caos, inflación, desabasto y parálisis productiva.

Por otro lado, las sanciones políticas suelen tener un impacto inmediato en el terreno de la opinión pública mundial y afectan las relaciones internacionales bilaterales y multilaterales. Se trata de expulsar personal diplomático, negar visados y promover resoluciones condenatorias bajo la acusación, por ejemplo en el caso venezolano, de seguir una deriva que pone en riesgo la paz interna, dividiendo el país, el orden regional generando un conflicto entre países hermanos y mundial albergando terroristas y narcotraficantes. En otros términos, la gobernanza, según el establishment estadunidense, no cumple con los estándares de la democracia diseñada por el Pentágono.

Para dar publicidad a las sanciones políticas cuentan con todo un aparato internacional en manos de trasnacionales de la comunicación. Por citar algunas, CNN, Efe, BBC, Rai, Reuters y France Presse, sin olvidarnos de las cadenas de televisión, radio y prensa escrita que en cada país reproduce el relato, mañana, tarde y noche, llamado a romper el orden legítimo. El discurso no cambia. Se trata de adjetivar un gobierno electo, democrático, respetuoso del orden constitucional como un gobierno totalitario que persigue a la oposición, encarcela a sus dirigentes, tortura y rechaza las reglas del juego democrático. En América Latina los ejemplos sobran. Durante la guerra fría, Guatemala, Chile, Cuba, Brasil, Bolivia, Panamá, Nicaragua, Perú, Uruguay, Argentina o Paraguay fueron objeto de esta trama. Post guerra fría, otros países se han convertido en las víctimas predilectas del acoso estadunidense: Venezuela, Ecuador y Bolivia, por citar a los que mantienen su proyecto a pesar de presiones, sanciones y bloqueos. Honduras y Paraguay no tuvieron la misma suerte. Los golpes de Estado triunfaron bajo la atenta mirada del Departamento de Estado.

La estrategia de la tensión también conlleva presiones militares. Maniobras entre las fuerzas armadas de países frontera y la flota estadunidense. Demostrar el apoyo a los grupos golpistas, dejar sentados a quienes son los amigos y, de paso, enviar un mensaje clarificador: Estados Unidos sabrá recompensar a sus fieles servidores. Baste recordar a los dictadores centroamericanos de mediados del siglo XX. En esta maniobra envolvente, las embajadas juegan un papel fundamental. Los agregados militares y miembros de los servicios de inteligencia afincados en el país comienzan articulando a los sectores proclives al golpe militar. Se trata de los contactos entre militares ambiciosos, descontentos con la política de ascensos o visceralmente contrarios a los proyectos populares y antioligárquicos. Se les mima y ofrece regalías. Ascensos, cursos de adiestramiento en las academias de guerra estadunidenses o se les compra con dólares o meretrices.

Las presiones, sanciones y acciones desestabilizadoras marcan la frontera que Estados Unidos crea para identificar al amigo que acepta los consejos y vuele al redil, bajo la atenta mirada del pastor que guía su rebaño y el enemigo, demonio al cual perseguir, excomulgar y eliminar. El destino de la oveja negra será su sacrificio, y la sangre vertida el pago por la osadía de no querer ser rebaño.

En otros términos, Estados Unidos se autoproclama juez, redactor de las reglas de juego, árbitro y público, considerándose legitimado para cambiarlas, expulsar jugadores y declarar vencedor al equipo que le venga en gana, en función de sus intereses. En un símil futbolero, es salir al campo sabiendo de antemano que el partido está perdido, siendo la única manera de ganar, perder la dignidad y aceptar las migajas de un triunfo espurio. Aún así, no siempre lo logran. En eso consiste la lucha democrática, plantar cara a la soberbia y no dejarse avasallar. Tarea difícil, pero no imposible.