Opinión
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Mar de Historias

Tarde libre

O

bligada por el semáforo, Aurelia se detiene en el cruce de las dos avenidas. Sonríe al ver a un grupo de muchachas con vestidos de fiesta que corren rumbo a la iglesia. La escena y el tañido de las campanas le recuerdan su boda. Piensa en qué estarán haciendo su esposo y su hijo. Lamenta haber tenido que separarse de Mauricio y Emmanuel en domingo. No lo habría hecho de no ser porque hoy le toca hablar. La perspectiva le provoca un arranque de antipatía hacia la licenciada Medina. Por causa suya Aurelia no está con su familia en el único día que pueden convivir.

Cambia la luz del semáforo. Confundida entre los paseantes dominicales, Aurelia atraviesa la avenida y de nuevo consulta su reloj. La fastidia comprobar que es demasiado temprano. En el Auditorio Uno la esperan a las 11:45 de la mañana, quince minutos antes de que empiece su conferencia. La primera, dice extrañada de ser protagonista en vez de público. Abre la bolsa para cerciorarse de que lleva su discurso. Lo tiene memorizado, lo vivió, podría recitarlo, pero teme que los nervios la traicionen y prefiere apegarse a lo escrito.

Según los ensayos que ha estado haciendo en los últimos días, leerlo le tomará cuando mucho veinte minutos: la tercera parte de la hora fijada para su intervención. ¿Y después? Aunque no encuentre más qué decir tendrá que permanecer en su sitio para dar oportunidad a que sus compañeros le hagan preguntas. Resultarán parecidas a las que ella le ha formulado a otros expositores. Se arrepiente de haber oído sus respuestas sin atención y disimulando apenas los bostezos y el deseo de abandonar el Auditorio Uno.

El salón se encuentra en el último piso del edificio que ocupa Algo más que belleza, justo encima del área donde Aurelia trabaja haciendo pruebas de color para una línea de cosméticos. El recinto tiene usos múltiples. Los viernes por la tarde se destina a los cursos de superación personal y los primeros domingos de cada mes a la conferencia del orador en turno.

La licenciada Medina, titular de Recursos Humanos, ideó esa práctica mensual porque considera que estimula el desempeño de los empleados y favorece su convivencia; ella es también quien elige los temas a exponer. Abarcan desde familia y participación ciudadana hasta rutinas y ejercicio de la libertad. Es el tema sobre el que Aurelia disertará hoy.

II

Desde que supo llegado el momento de su comparecencia, Aurelia decidió mantenerla en secreto. Temió que Mauricio, al verla preparar su discurso, quisiera monitorearla indicándole lo que debía o no decir. En cuanto a Emmanuel, estuvo a punto de preguntarle cómo organizar su exposición, pero al verlo tan lleno de tareas prefirió resolver el problema según sus propios medios y sin ocupar su computadora.

Compró un block donde ir anotando, a deshoras y a escondidas, las ideas que se le fueran ocurriendo a partir de la palabra libertad. Quiso explicarla, pero no encontró una manera satisfactoria de lograrlo y recurrió al diccionario: Estado de la persona que no está sujeta a la voluntad de otra.

Después de copiar la definición y releerla se dio cuenta de que como hija, hermana menor, nieta, sobrina, amiga, novia, esposa y madre, muy pocas veces había hecho valer su voluntad sobre la de sus allegados. Se preguntó si su invariable acatamiento había sido consecuencia de su buen carácter o del temor a equivocarse a la hora de tomar aun las decisiones menos importantes. El segundo argumento le dio la respuesta y trató de explicarse su comportamiento.

Sometida a horarios, etiquetada, aceptó que rara vez había tenido oportunidad de actuar por y para sí misma. La última oportunidad de hacerlo se le presentó un domingo en que Mauricio, por exigencias de su trabajo, necesitó viajar a Río Frío. Emmanuel aprovechó la ocasión para irse a ver un torneo con sus compañeros de karate.

De momento, Aurelia se sintió abandonada por los hombres de la casa, pero luego trató de ver la situación desde un mejor ángulo. Contaba con la mañana y la tarde para darse gusto paseando o haciendo cosas sin programa establecido. Pensó que sería formidable incluir a su hermana en la aventura. Eugenia lamentó no poder acompañarla. Ella y su esposo tenían que asistir a unos quince años, pero le sugirió que aprovechara su día libre para ir al nuevo centro comercial, comer en un restorán, meterse al cine, tomarse un cafecito, y ya en la tarde, cargada de bultos y de culpas, regresarse a la casa.

Inspirada por Eugenia, con la radio encendida en la estación que le gusta, Aurelia se arregló como si fuera a una cita; tomó el Metro y se dirigió al nuevo centro comercial. Estaba decidida a recorrer las tiendas y mirarlo todo sin tantas prisas, como cuando la acompaña Mauricio. Luego elegiría un restorán. Más tarde, si se le antojaba, podría ver la película atrevida de que tanto le han hablado en su trabajo.

Aurelia se sorprendió de encontrar el centro comercial repleto de familias y de jóvenes con pantalones holgados y mochilas a la espalda. Le recordaron a Emmanuel, pero la distrajo un aparador con maniquíes en ropa primaveral. Entró en el almacén con ánimo de comprarse algo bonito. Estuvo una hora en el vestidor sin decidirse por ninguna prenda. Necesitaba, como tantas otras veces que había ido de compras, la aprobación de Mauricio.

Salió de la tienda con las manos vacías, fatigada y hambrienta. La isla de comida rápida no entraba en sus planes y prefirió buscar un restorán en donde comer una buena carne con ensalada y un vaso de vino tinto. Las raras veces en que lo tomaban, Mauricio lo elegía sin que ella pusiera atención en los nombres. Su ignorancia no iba a ser obstáculo para disfrutar de su domingo libre. Cuando el mesero le ofreciera la carta de vinos ella señalaría uno fijándose más en el precio que en la región.

Un restorán con fachada de madera y alfombra verde la atrajo. En el sitio, muy acogedor, Aurelia eligió la mesa del fondo. Enseguida apareció un empleado de filipina blanca y le preguntó si esperaba a otras personas. No, dijo, y se dio cuenta de que nunca antes se había atrevido a comer sola en un restorán. Era el momento indicado para superar esa limitación. Millones de mujeres lo hacían a diario, ¿por qué ella no? Por pena, por temor a no saber elegir correctamente, por…

¿Le traemos un aperitivo? La pregunta del mesero la sobresaltó. En vez de responder, Aurelia se puso de pie, tomó su bolsa y dijo: acabo de darme cuenta de que olvidé una cosa en la tienda; luego regreso, y enseguida salió. Segura de que su comportamiento había provocado la burla de los meseros, tomó elevador al segundo piso, donde estaban los cines. Se exhibían sólo películas de acción. Eran las preferidas de su esposo y de su hijo. Si ellos la acompañaran entraría a ver alguna, pero sola, ¿para qué? Sólo para quedarse dormida. Dio media vuelta, bajó las escaleras y se dirigió al sitio de taxis. Adoró al chofer que manejaba de prisa y en silencio. En el trayecto pensó en lo que iba a decir a Mauricio y a Emmanuel cuando le preguntaran cómo la había pasado.

En cuanto llegó a su casa fue en busca de su block, se acomodó frente a la mesa de la cocina y se puso a escribir su experiencia dominical. Así se llama la conferencia que Aurelia leerá en el Auditorio Uno exactamente a las doce del día.