Opinión
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En los zapatos de los zapatos de
D

espués de varias semanas sin noticias de Clarisa Landázuri, hoy recibí La Voz Brava con su columna, más intrigante que de costumbre. Por una razón, aunque el artículo se refiere a la nueva novela de Harper Lee, la única desde que en 1960 publicó Matar a un ruiseñor, su emoción y entusiasmo son tales que parecería que estuviera hablando de sí misma cuando, que yo sepa, aparte de sus esporádicas líneas en la foja de Brava, no se le conoce ningún título, al menos no bajo su nombre.

Cuando se decide y escribe, Clarisa expone algún asunto específico, un comentario por más que especial sobre acontecimientos que hayan ocurrido en el mundo o en su mundo particular, pero documentados. Sin embargo, en esta ocasión no ha sido así. Confusamente, si bien con intensidad, no hace sino expresar su gusto, un gusto que, insisto, es desbordado, exagerado, aunque se refiera a que Harper Lee publicará una segunda novela tras más de medio siglo de silencio. La historia es inquietante, lo admito. Según logro entender a partir de su enmarañada explosión de sentimiento, que no es otra cosa lo que ha hecho esta vez, Clarisa está fuera de sí sencillamente porque va a aparecer una nueva narración de la escritora que se calló una vez que Matar a un ruiseñor tuvo el éxito que tuvo. No es claro a qué se dedicó Harper Lee al apartarse de la sociedad y sus luces hasta que, en un momento dado, se recluyó en una residencia para ancianos, en donde vive a sus 88 años. Clarisa asegura que en la fotografía, aparentemente actual, en la prensa que da la noticia Harper Lee se ve no sólo sonriente sino feliz, radiantemente feliz. Clarisa repite los hechos que recogen las notas. La abogada de Harper Lee encontró el manuscrito que la propia autora daba por perdido. Las dos amigas lo dieron a leer a un puñado de lectores y todos estuvieron de acuerdo en que se publicara, sin alteración de ningún tipo. Y lo cierto es que se va a lanzar al público lector el próximo mes de julio, con una edición que tirará un par de millones de ejemplares. En inglés se titula Go Set a Watchman, que Clarisa se entretiene en traducir como Activa a un vigía. Parece que en los años 50 Harper Lee llevó esta obra al editor y que él le aconsejó que la volviera a escribir, sólo que ahora desde el punto de vista de una niña, la hija del protagonista y, según declara Harper Lee, como primeriza que era, obedeció y lo que escribió fue Matar a un ruiseñor. Así, Activa a un vigía, que será leída como la secuela de Matar a un ruiseñor, en realidad es su antecedente, su punto de partida, la historia original o como debería considerársele. Y si esto es más que interesante de por sí, lo que provoca verdadera impresión es la manera casual como y donde la abogada y amiga de Harper Lee encontró este elusivo documento, sujeto con un clip al primer manuscrito de Matar a un ruiseñor. Exactamente en donde debía estar, parece afirmar confiada Harper Lee. (¿Dónde buscar algo? Exactamente donde lo habrías guardado. O cruzar los dedos y confiar en el azar, los casos de serendipity existen, lo quiera o no lo quiera la razón.)

Landázuri contagia su curiosidad hacia Activa a un vigía. Resiente a cuantos leyeron ya el manuscrito, no a la abogada detective afortunada que lo descubrió, ni a los lectores en cuyo juicio Harper Lee confió para sacarlo a la luz. A quien envidia es al personal de la editorial que está trabajando en la edición. Imagina que el editor reunió a su equipo y los hizo jurar que guardarían secreto lo que leían, las páginas sobre las que trabajaban.

La información recogida asegura que Harper Lee empezó un par de novelas que finalmente dejó inconclusas. Y escribió ensayos, que ahora se recogerán y se volverán a publicar. También se desprende de las notas que la relación de Harper Lee con Truman Capote, que se remonta a la infancia de ambos, cuando fueron vecinos y amigos, se ensombreció, lo que Clarisa se niega a aceptar. Señala que, si Capote ayudó a Harper Lee con Matar a un ruiseñor, no fue sino en la misma medida en que Harper Lee, al acompañar a Capote en sus viajes de investigación, lo ayudó escribir A sangre fría. Si se ayudaron mutuamente, si se acompañaron, fueron amigos para siempre. Según Clarisa, pueden haber dejado de ser vecinos, pero no pueden haber dejado de ser amigos. La amistad, sostiene, mientras se recuerde, persiste.