Cultura
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Un chucho mejicano
 
Periódico La Jornada
Martes 17 de marzo de 2015, p. 5

(Publicado el 15 de marzo de 1998) (fragmento)

Un danés grande como un castillo le sacó un ojo.

Los vecinos se dieron cuenta por casualidad, pues Sami no se quejaba. Anduvo por la colonia tuerto y callado hasta que una vecina se dio cuenta, y compadeciéndose de él recolectó algunas decenas de pesos para llevarlo en su coche al veterinario. Y ahí Sami estuvo puritito charro y valiente, muy a la altura de las circunstancias: no mordió a nadie, ni orinó donde no debía, y ni siquiera dijo ándale, o híjole, o guau, que es lo menos que un perro mejicano puede decir en tales casos. Silencioso y estoico, fue devuelto a la calle vendado, cosido y curado, como si volviera con Villa de la toma de Zacatecas. Y los vecinos, impresionados por las maneras del chucho, empezaron a interesarse por él, a cooperar en su restablecimiento con huesos y medicinas. Gente que sólo se conocía de vista, que no se había dirigido nunca la palabra antes, se paraba en la calle a preguntar por Sami; y, como consecuencia, a interesarse los unos por los otros. La cosa se acentuó cuando a Sami lo atropelló un coche. Un equipo de emergencia compuesto por la dueña de la librería de la esquina, un señor a quien llaman ‘el licenciado’ –todos los vecinos ignoran su nombre– y la escritora Verónica Murguía, que también vive allí, lo envolvieron en una colchoneta y lo llevaron al veterinario; donde un par de vecinos más acudieron a interesarse por su estado, y antes de que entrara a cirugía le dieron una apresurada sesión de transmisión de energía positiva llamada reiki, ante el asombro de los veterinarios. Y se quedaron todos afuera, fumando, esperando, mientras a Sami lo operaban a vida o muerte.