Opinión
Ver día anteriorMartes 17 de marzo de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Eduardo Terrazas en el Carrillo Gil
V

arios estuvimos mayormente habituados a considerar a Eduardo Terrazas como arquitecto diseñador que como artista visual, incluso cuando concretó el logotipo para las Olimpiadas.

Así me sucedió hasta el momento en que observé en el Museo Jumex una serie suya e igualmente recordé el interés que illo tempore manifestó por el tapiz huichol y por otras manifestaciones de esa cultura que matizan en cuanto a material y algo en cuanto a color, algunas de las obras exhibidas en esta exposición a cuya inauguración asistió la crema y nata de la sociedad artística e intelectual de México.

Así sucede en el Carrillo Gil, pero salvo las inauguraciones a veces ocurre que uno es espectador único en las vastas salas y eso es una lástima. Asistí al museo con la intención explícita de observar la muestra de Terrazas, me recibió Adrián, quien con suma gentileza me obsequió el folleto respectivo, ya agotado. Al dirigirme a la sala un buen rato quedó atrapado por la actual curaduría de la colección permanente, que se encuentra en la sala inicial, misma que da para muchas reflexiones.

De entrada, aunque sin poderlo asegurar, celebro que la selección de la obra de Terrazas corresponda a una complicidad entre él mismo y la curadora del Carrillo Gil, Paula Duarte, por cuya intervención pienso que resultó posible obstruir el paisaje urbano visible desde el ventanal, mismo que atrapa inevitablemente la visión.

Se colocó allí una de las piezas mayormente pictoricistas de todo el conjunto, se titula Parteaguas y creo que lo es respecto del resto de la obra exhibida, pues salvo las piezas de muy antigua data, ninguna otra sigue esa tónica; se encuentra realizada a partir de un recurso tecnológico de avanzada: es una caja de luz y se colocó en la fuente de luz natural del museo, buen acierto museográfico.

El resto de la obra exhibida es geometrizante, pero sin que el autor proponga un estilo específico de geometría. Es cierto, no repulsa sino que obtiene el máximo partido de la geometría euclidiana. Al mismo tiempo deja que su propia lógica configurativa se afloje llevándolo por la combinatoria inspirada y proporcionada tanto por la naturaleza como por la historia del arte de varios periodos y latitudes.

A ese propósito cabe señalar el título de la muestra Segunda naturaleza. Interpretando se diría que esta naturaleza está montada sobre la primigenia, la genética. Es una superestructura que va generándose desde la infancia con el resultado de que acaba influyendo y modificando la primera naturaleza, producto del ADN y acaso de las configuraciones astrales, estudiadas por mi colega astrónomo Jesús Galindo.

En esta exposición, Terrazas no sólo reafirma y exalta su absorción de teorías pitagóricas sino también de los juegos geométricos consabidos a lo largo de la historia, de tal manera que las posibles asociaciones con configuraciones modernas, pongamos por caso de Mondrian, de Mathias Goeritz, o de vitrales, mosaicos y otros motivos de cultura ancestrales, se imponen al espectador como asociaciones.

Entre los artistas de generaciones posteriores a quienes puedo citar como hermandades (es un decir, porque posiblemente ni siquiera se conocen) están Fernando García Correa y, en determinados rubros, Alfonso Mena.

Entre lo que puede aprehenderse en el sentido plástico geométrico, con mayor facilidad, está su esquema del universo que es muy sencillo y debería servir de ejemplo a profesores que intentan explicar tal noción a través del dibujo constructivo. Despunta del consabido cuadrado como materia, sobre el que se inserta un círculo, a partir de cuyos polos se genera otro cuadrado.

El diámetro y las diagonales que lo cruzan llegarían virtualmente al infinito. El que está exhibido, realizado por Eduardo Terrazas con hebra de lana sobre soporte cubierto con cera de Campeche, tiene el intenso atractivo de su finísimo artesanado, está entre las piezas principales de la muestra, según mi punto de vista.

Una de las obras que en cierto modo pueden referir a la infancia, donde se gestan en el ser humano las infraestructuras más antiguas, es un muro muy amplio, apaisado integrado por prismas, ábacos, segmentos de paralelogramos (ni una curva aquí), todos pintados con anilina. Aunque no hay arcos, reiteran los dados con los que niños de la generación del propio artista construíamos fachadas, edificios, torres y hasta ambientes urbanos.

Para algunos, estas cajas de dados cuya distribución de elementos era ya un ejercicio fueron coleccionables, debido a la índole sencilla y grata de su manejo y al disfrute básico que el color, sus formas y su textura proporcionaban.

Terrazas recicló estos elementos, que construyó exprofeso en la confección de un muro con entrantes y salientes adheridos a un panel horizontal del tamaño de una pared. Uno puede imaginarse lo atractivo que resultaría en un vestíbulo amplio de cualquier edificio.

La obra forma parte de Proyectos Monclova. No es un proyecto o un esquema, es una realización de fácil traslado dada la distribución permanente de las piezas adheridas al soporte.