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El director de teatro estadunidense de origen mexicano dirige la ópera en Madrid

El público, de García Lorca, es un canto de libertad y de ansias de volar: Robert Castro

La puesta en escena es celebrada por transmitir la profundidad poética del granadino

Corresponsal
Periódico La Jornada
Miércoles 18 de marzo de 2015, p. 6

Madrid.

Robert Castro es un brillante director de teatro estadunidense con orígenes mexicanos: su padre es un purépecha de Michoacán y su madre es originaria del norte de México, de Chihuahua. Tras una larga y prolífica trayectoria en el teatro y la danza, recientemente ha incursionado en el complejo mundo de la ópera, de la mano de una de las grandes figuras de la dirección de escena: Peter Sellars. Castro dirigió El público, de Federico García Lorca, para el Teatro Real, en lo que fue el estreno mundial de una ópera singular que pone fin a un largo proyecto que inició el agitador cultural belga Gerard Mortier, fallecido en marzo del 2014.

“Las páginas de El público son un canto de libertad, de evocación de las ansias de volar de un creador único y enorme”, explicó el director en entrevista con La Jornada. Castro realizó un trabajo celebrado tanto por la crítica como por el público por su vocación onírica y su capacidad de llevar a escena la profundidad poética y dramática de García Lorca.

El pblico es la obra más misteriosa de Lorca; de hecho, su existencia se debe a que uno de sus amigos rompió su compromiso de destruir el manuscrito que el propio poeta le dio para realizar un ensayo con la condición de que si le ocurría algo lo destruyera, pues no quería que viera la luz tal y como estaba escrito en ese momento.

El texto fue escrito por Lorca en Cuba, justo después de su viaje a Nueva York, en una época de intensa experimentación artística y vital, en la que no sólo cuestionaba los lenguajes y las vías de comunicación artística, sino también exponía con naturalidad sus propias preferencias sexuales, a pesar de que la homosexualidad estaba tan perseguida entonces. La música de la ópera es del compositor Mauricio Sotelo y el libretista Andrés Ibañez, que suman su trabajo al escultor y escenógrafo Alexander Polzin.

“Yo fui la última persona en llegar al proyecto. Ya estaban decididos los cantantes, el compositor y el guionista, pero entiendo que Gerard Mortier estaba buscando a la persona ideal para llevar a cabo la dirección de escena. Y así fue como al final se decidió por mí, pues ya me conocía en mis trabajos con Peter Sellars en Ainadamar y en The Indian Queen”, explicó Castro.

El director de escena explicó que en Estados Unidos suele ocurrir que al ser un artista latino hay ciertos prejuicios raciales; así que si eres latino sólo trabajas y escribes sobre temas y autores latinos, o si eres negro, igual. Así que en mis inicios como director de teatro, posiblemente para huir de este prejuicio y encasillamiento, no dirigí nunca una obra de Federico García Lorca. Ni siquiera lo había estudiado. De hecho, me obsesioné con el arte japonés y con la cultura de la India. Hasta que hace unos años me invitaron a trabajar en un proyecto de García Lorca y me enseñaron toda la profundidad de su obra, y así fue como se acerca a la vida de los campesinos, de los gitanos y de la cultura popular, al mismo tiempo que desarrollaba un lenguaje muy vanguardista y con personajes de una enorme complejidad dramática y estética.

Castro añadió que su “viaje a Nueva York fue muy importante. De alguna forma descubrió una nueva forma de ver las cosas, una nueva cultura que le hizo sentirse de alguna forma más libre, no sólo de expresar sus emociones, sino también de dejar fluir su propio lenguaje literario, con sus giros, sus colores, sus matices, sus metáforas; para expresar cosas como su homosexualidad, la soledad, sus contradicciones o las preguntas básicas de quién soy, por qué y para qué estoy en el mundo o qué busco con mis obras.

De alguna manera, después de su viaje a Nueva York todas sus creencias filosóficas, religiosos, políticas y estéticas las desarrolló con más claridad y entonó su gran canto a la libertad. E hizo su gran liberación personal por medio de alcanzar su deseo, su amor y su libertad, advirtió Castro.

Al director de escena también le conmovió la vida de García Lorca y su muerte, ejecutado en un descampado de Granada por los militares fascistas alzados durante la Guerra Civil (1936-1939): Todo eso tiene que ver con la persecución por sus ideas políticas, pero también con el desprecio de su condición de homosexual de una sociedad muy conservadora e intolerante. De alguna forma, ese mundo era incapaz de soportar una figura tan visionaria, libertaria y controvertida. Su asesinato fue un intento para sofocar su impulso creativo y su afán de búsqueda de la belleza y la poesía.