Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 22 de marzo de 2015 Num: 1046

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

¿Un Carlos Marx
del siglo XXI?

Leopoldo Sánchez Zúber

Los dos mestizajes
de Duverger

Miguel Ángel Adame Cerón

Francesco Rosi:
reflejar la realidad

Román Munguía Huato

Quiroga y la
influencia bien asumida

Ricardo Guzmán Wolffer

Tzvetan Todorov:
un paseo por el
jardín imperfecto

Augusto Isla

En la alcoba de Eros
Ricardo Venegas

Leer

Columnas:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


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La Jornada Semanal

 

Jorge Moch
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¿Quién manda en los medios?

Para Carmen Aristegui, Kiren Miret,
Juan Omar Fierro, Salvador Camarena,
Irving Huerta, Daniel Lizárraga, y el resto
de su equipo, con admiración y afecto

La reciente arremetida contra Carmen Aristegui, otra vez desde la propia empresa con la que venía manteniendo una relación contractual de varios años y de nuevo originada en el rencor presidencial, da cuenta de que, en franca regresión social, los poderes fácticos cupulares encabezados por un gobierno corrupto y vergonzoso apuestan a subordinar la actuación de los periodistas incómodos a los intereses y criminales secretos del régimen, tal que estuviéramos en las décadas de la guerra sucia y sí, de nuevo bajo la opresión del monolito priísta que en realidad nunca dejó el poder y apenas lo disfrazó de otros colores durante la docena trágica del PAN; la mayoría de los funcionarios que ocuparon –y mantienen– puestos estratégicos en los (des)gobiernos de Vicente Fox y Felipe Calderón, cuando se articuló una presunta alternancia, y del nefasto modelo de ineptitud, petulancia y supina frivolidad que encarna Enrique Peña Nieto, provienen casi todos de las filas del salinismo neoliberalérrimo y entreguista: son acólitos de las privatizaciones y de las permisivas sumisiones a los dictados de Washington, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, y por ende enemigos tácitos de los intereses del pueblo mexicano.

Es, o al menos era hasta hace poco, cierto que quienes estamos hoy en los medios transitamos autopistas de libertad de expresión que pavimentaron con mucho esfuerzo nuestros antecesores. Por eso es inadmisible que se ponga zancadilla a la labor investigativa de comunicadores críticos o que se cierren espacios periodísticos aunque a uno no le guste lo que allí se diga. Y mucho menos es admisible que la orden de despido de una periodista incisiva como Carmen venga, como todos sabemos, de Los Pinos, como venganza de esos mafiosos cobardones a los que en sus reportajes ha exhibido y cuestionado.

Igualmente deleznables son aquellos que celebran que se amordace a Aristegui y a su equipo de periodistas. Al margen de simpatías o fobias francamente idiotas, nacidas muchas veces de la envidia del mediocre que sabe que jamás alcanzará la altura profesional del objeto de su acrimonia (¿verdad, Ricardo Alemán?), no podemos aplaudir que se silencie a nadie en un país en que cada vez es más asunto de emergencia nacional divulgar información de interés público; y es de vital importancia para el público saber cuándo un funcionario está siendo favorecido con canonjías indebidas por asignación de contratos, o lo que dilapida en viajes pagados con nuestro dinero, el erario. El enriquecimiento ilícito, el conflicto de interés y el tráfico de influencias, como el caso de Enrique Peña Nieto y su mujer con el rancio asunto de la casa blanca de Las Lomas o las casas de Luis Videgaray, deben estar en la cima de la agenda nacional, tanto como la trata y la pederastia clerical, la violencia derivada de las actividades de los grupos criminales (aparte del gobierno, se entiende) que operan en el país, el tráfico de armas y estupefacientes o aquellos renglones donde se vulnere la seguridad nacional (allí los recursos naturales, el agua, los hidrocarburos, las concesiones infamantes a agentes extranjeros, las violaciones o interpretaciones a modo de las leyes electorales y un largo etcétera que encierra no pocos casos de flagrante traición a la patria). Y allí mismo, entre los urgentes pospuestos constantemente por los emergentes, la obligatoriedad de los medios con la información oportuna y veraz, y no sólo con los dictados autoritarios de una clase política y empresarial esencialmente corrupta que ya se ha vuelto lamentablemente indistinguible, y que con demasiada frecuencia (o deliberada perfidia) olvida que una cosa es el oficio periodístico y sus inherentes obligaciones (diría Francisco Zarco que sin algo de ideología es imposible un buen periodismo) y muy otra hacerle el caldo gordo al régimen con ese maridaje nauseabundo que convierte a los medios en meras vocerías oficiales, como es el triste caso de las principales televisoras en México y ahora de mvs; ruines, serviles, lacayunas agencias de propaganda, como pasa también con buena parte del resto de los medios en este México reinstalado en la década de los setenta.

La represión a la disidencia política y social o las caricias de los medios serviles parecen no resultarle suficiente bocado de cardenal al dinosaurio. Va por las libertades elementales. La de expresión y prensa, la de manifestación.

Tenemos que aprestarnos a romper grilletes.

Y las manos de quienes los pretenden imponer.