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Ante la imposibilidad de subir al tren, llegan lesionados a refugios

Centroamericanos dejan la piel en caminos de México

La política migratoria pone en aprietos económicos a los albergues del sureste

La migración no disminuye y la corrupción crece: voluntarios

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Personal del Albergue Decanal Guadalupano de Tierra Blanca, Veracruz, atiende a migrantes centroamericanos que sufren lesiones tras recorrer largas distancias a pieFoto Sergio Hernández Vega
Corresponsal
Periódico La Jornada
Lunes 23 de marzo de 2015, p. 33

Xalapa, Ver.

Desde que no los dejan subir al tren, los migrantes llegan a los albergues con muchísimos problemas en los pies: llagas, ampollas, heridas infectadas. No pueden seguir caminando y algunos se han quedado más de ocho días, hasta que sanan, dijo Elizabeth Rangel, directora del Albergue Decanal Guadalupano de Tierra Blanca, Veracruz, que auxilia a migrantes centroamericanos.

La activista señala que este es uno de los efectos del Plan Frontera Sur, estrategia del gobierno de Enrique Peña Nieto que incluye vigilancia para impedir a los migrantes abordar el tren en el sureste del país.

Según estadísticas oficiales, por la frontera sur de México ingresaron en 2013 unas 250 mil personas sin documentos; 41 por ciento eran de Guatemala; 32 por ciento, de Honduras, y 19 por ciento, de El Salvador.

Rubén Figueroa, integrante del Movimiento Migrante Mesoamericano, advirtió que para impedir que esta gente llegue a la frontera con Estados Unidos, las autoridades mexicanas reforzaron desde julio de 2014 los retenes y las operaciones sorpresivas en las vías del tren en Tabasco, Oaxaca, Chiapas y Veracruz.

Elizabeth Rangel afirmó que esta estrategia ha reducido el número de personas que viajan por tren, pero no el flujo de migrantes en el sureste de México.

Ellos no paran, sólo que ahora llegan caminando por las vías del tren, por el monte o siguiendo las carreteras, explicó.

Antes de julio de 2014, los migrantes bajaban del tren y llegaban al refugio de Tierra Blanca para comer, tomar agua y descansar dos o tres horas. Acudían en oleadas de 100 hasta 300 personas. Un grupo en la mañana y otro en la tarde.

Pero ahora, la mayoría llegan caminando en grupos de dos a cuatro cada hora y tienen que descansar hasta ocho días, esperando que sanen sus heridas en los pies o a que les consigamos un par de zapatos que sustituyan los que deshacen en el camino.

Carlos Barrios, de 27 años de edad y originario de Guatemala, estuvo ocho días en el albergue de Tierra Blanca. Antes de reanudar su camino, relató: Me quedé una semana aquí. Después de dos días de camino me salió una ampolla, y como así no puedes seguir caminando, la piqué con una espina y se me infectó. ¿Cuántas me han salido? Si me pongo a contarlas, no alcanzo. Salen muchas, pero al final se vuelven callos.

Carlos, como muchos otros migrantes, abordó el tren en la estación de Chahuites, Oaxaca. Sólo nos dejaron estar arriba como 15 minutos, y después aparecieron los (agentes) de Migración y garroteros (de los ferrocarriles). Nos bajaron. A la mayoría los agarraron. Yo corrí. Me tuve que subir como a tres cerros y todavía pasaron como hora y media buscándonos a mí y a un compañero.

Caminaron hasta la estación Unión Hidalgo y la escena se repitió. Volví a agarrar el tren. La máquina avanzó como 15 o 20 minutos y luego nos bajaron. Carlos busca llegar a Estados Unidos porque en Guatemala no hay nada, cuesta conseguir trabajo. Y nada, dice, habrá de detenerlo: Voy a seguir caminando. He caminado en estos caminos, de noche, de día, a toda hora. Voy hasta donde alcance a llegar.

José Luis Vázquez, también originario de Guatemala, dejó el albergue junto con Carlos. Recordó que la última vez que intentó subir a un tren fue en la estación de Ixtepec, Oaxaca: En la noche, como a las 22:30, nos subimos. Caminó como 15 minutos y de pronto se paró. Llegó Migración y todos echamos a correr. Desde entonces caminamos. Hicimos ocho días de Ixtepec a Tierra Blanca. He descansado en el monte y duermo en la calle, donde me llegue la noche. Mi destino es el norte, ahí adonde Dios me lleve.

Vázquez era ayudante de albañil en su país. Su propósito es llegar a Estados Unidos y conseguir trabajo de carpintero o colocador de tejado.

Hace año y medio se dedicaba a eso en Atlanta, Georgia. Tiene claro que la principal diferencia entre la primera vez que viajó al país vecino y esta ocasión es el impedimento para subir al tren. Pero no me voy a detener. Mientras Dios me dé fuerzas voy a seguir caminando, dijo.

El cambio de rutas de los migrantes a raíz del Plan Sur ha puesto en jaque a los albergues de migrantes. Acostumbrados a proveer sólo de alimentos y refu-gio temporal, ahora deben brindar atención médica, alojamiento y comida hasta por ocho días.

Tenemos nuevas necesidades. Hace falta medicamento para atender infecciones y curar heridas. Tenemos que conseguir zapatos porque la mayoría llega con el calzado deshecho, y mochilas, porque en las corretizas muchos pierden sus pertenencias, comentó Elizabeth Rangel.

La directora del Albergue Decanal Guadalupano aseguró que impedir el uso del tren crea la falsa impresión de que el flujo migratorio se redujo y muchos donadores dejaron aportar porque ya no ven migrantes a bordo del tren. Creen que ya no están pasando, pero no es cierto. Sólo que cambió la manera de viajar, acotó.

Carlos Bartolo Solís, director de la casa del migrante Hogar de la Misericordia, en Arriaga, Chiapas, advirtió que otro efecto del plan Frontera Sur es el incremento de los sobornos para permitir el paso de migrantes: “La corrupción es más grande y el coyote cobra más.

Una ruta en la que hemos visto gran actividad en meses recientes, es la del mar. Los migrantes vienen de Puerto Chiapas, llegan a Paredón, en el municipio de Tonalá, luego toman lanchas a Salina Cruz, Oaxaca, y de ahí siguen por carretera. Sostuvo que esta ruta le cuesta a los migrantes 250 dólares y comenzó a ser mencionada en enero por quienes llegaban al albergue de Arriaga.

Rubén Figueroa, del Movimiento Migrante Mesoamericano, explicó que los migrantes están usando nuevas rutas, entre ellas vías marítimas en Oaxaca y Chiapas; en Tabasco se adentran por los montes; algunos más no se alejan de las vías férreas, caminan a orilla de carretera o usan transporte de pueblo en pueblo.

La necesidad mueve a los migrantes, y mientras en sus países no haya condiciones para una vida digna, ellos seguirán viajando, advirtió.