Opinión
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Isabel Marín

L

a vida del México de las décadas posteriores a la Revolución fue rica en propuestas. Se abría un nuevo panorama y había gran confianza en alcanzar la anhelada justicia con un proyecto nacional que recogiera en parte los anhelos expresados por los diversos grupos que participaron en la contienda.

La recuperación de la identidad y la cultura de los antiguos mexicanos fue una constante, como fue también volver los ojos hacia el arte y la cultura populares. Fue el caso de Isabel Marín, hija del matrimonio jalisciense formado por don Francisco Marín Palomino, que hacía rebozos, y de doña Isabel Preciado Cárdenas. Tuvieron siete hijas; otra de ellas fue Guadalupe Marín, quien se casó con Diego Rivera.

Isabel fue una de las fundadoras del Museo de Artes Populares de Tlaquepaque. Su gran interés por la etnología, la antropología, las expresiones artesanales y artísticas de México la unió con el pintor Wolfgang Robert Paalen; él llegó a México en septiembre de 1939 y se vinculó con artistas antifascistas, como Frida Kahlo, Diego Rivera y Juan O’Gorman. Nuestros paisajes y cultura lo fascinaron, como ocurrió a tantos intelectuales extranjeros que vinieron por voluntad o exiliados en la década de los 40.

Isabel, ya viuda, tuvo a su cargo la museografía de las dos salas de etnografía maya del Museo Nacional de Antropología y participó en la Historia general del arte mexicano, publicada por Hermes en 1974, con el tomo Etnoartesanías y arte popular. Fue miembro del Patronato Nacional de las Artes y Artesanías Populares y del comité consultivo nacional sobre esos temas ante la Unesco.

En este libro, obra pionera en su género, importante por la amplia información que recoge, escribe que “México ha gozado y goza, a través de su larga historia (…) de una rica veta de ingeniosos productores de arte popular”. Considera que esos artistas populares anónimos son quienes han sostenido uno de los rasgos más fuertes, característicos y permanentes de la fisonomía de México y de lo mexicano.

Podría pensarse, considera, que al ser el siglo XX época de mecanización, las artesanías podrían desaparecer, pero, a mayor mecanización, mayor es la necesidad del hombre de comunicarse y acercarse a sus semejantes. Además, las artesanías son un mensaje directo de un lenguaje universal; a ello atribuye su florecimiento en el tiempo en que le tocó vivir.

Cataloga las artesanías de acuerdo con los distintos materiales y técnicas. Una aportación de Isabel Marín es que añade dos temas: Objetos ceremoniales y Manjares de la cocina tradicional. De esto escribiremos luego.