Opinión
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México SA

Alimentos y dependencia

México, importador neto

Pescado chino, maíz gringo

E

n esta temporada que algunos consideran santa, con todo y sus costumbres alimenticias, La Jornada informa que en lo que va del presente siglo las importaciones de pescados y mariscos que realiza México se dispararon 936 por ciento o 10 veces más, indican estadísticas del Banco de México. En el año 2000, el país compró pescados, crustáceos y moluscos del extranjero por un valor total de 71 millones 322 mil dólares, pero en 2014 erogó 739 millones 148 mil por el mismo rubro que incluye pescado fresco, refrigerado, en conserva y congelado (excepto filete), así como crustáceos y moluscos en diferentes estados.

Lo anterior, más allá de las creencias y costumbres de algunos mexicanos, resulta verdaderamente alarmante para un país que como el nuestro tiene alrededor de 11 mil kilómetros de costas (con sus 12 millas de mar territorial y 200 millas de zona económica exclusiva) y que algún día –antes del huracán neoliberal categoría 5– contó con una respetable flota pesquera dedicada a la captura de una gran variedad de productos del mar, lo que prácticamente garantizaba la autosuficiencia.

Pero lo que no logró la madre naturaleza sí lo concretaron la corrupción y el neoliberalismo: la tilapia es uno de los pescados más baratos y consumidos por los mexicanos, sobre todo en esta temporada de Semana Santa, pero ahora proviene principalmente de China, la cual concentra la quinta parte de las importaciones, aunque también se compra a Honduras y Estados Unidos. Al comenzar la centuria, México exportaba 8.8 veces más pescados y mariscos que los que importaba (633.2 millones contra 71.3 millones de dólares). El año pasado la diferencia sólo fue de 1.2 veces, ya que vendió 957 millones de dólares de productos del mar y compró 739 millones. La reducción es mayor si en el intercambio comercial se incluyen también las preparaciones de pescados, crustáceos e invertebrados acuáticos, cuyas importaciones se quintuplicaron en el periodo mencionado. Hay 49 países a los que México compra pescados y mariscos, pero sólo tres concentran 87 por ciento de las importaciones: China encabeza la lista con 37 por ciento del total, Vietnam tiene 31 por ciento y Estados Unidos 19 por ciento (La Jornada, Susana González).

Dramático, pues, pero se convierte en situación terrorífica cuando se documenta que los productos referidos no son la excepción, sino la regla, toda vez que México se ha convertido en importador neto de alimentos básicos (número uno en América Latina), de acuerdo con la clasificación de la FAO. De hecho, la información oficial revela que desde la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (primero de enero de 1994), el país ha importado alimentos por alrededor de 275 mil millones de dólares, y contando, 80 por ciento de los cuales proviene de Estados Unidos, mientras se incrementa el número de mexicanos sin acceso a los alimentos y el campo nacional es una enorme fábrica de pobres.

Tan sólo en 2014 la adquisición de alimentos básicos en el exterior significó una erogación cercana a 25 mil millones de dólares (un monto similar al presupuesto federal que ese año se destinó a la educación pública). En 1994 se importaron alimentos por mil 800 millones de dólares, es decir, casi 14 veces menos que ahora.

A partir de la entrada en vigor del TLCAN –que nos elevaría al primer mundo–, la importación de alimentos básicos no ha dejado de crecer. A estas alturas, cerca de la mitad de lo mucho o poco que se sirven en la mesa de los mexicanos es de importación, cinco veces más que en 1993. Por ejemplo, ese mismo año, previo al arranque de dicho tratado, por importación de maíz se pagaron casi 70 millones de dólares; en 2012, sólo por la compra de ese grano se erogaron más de 3 mil 200 millones, 4 mil 500 por ciento más.

De acuerdo con información del Inegi, sólo en el sexenio de Felipe Calderón se erogaron más de 13 mil millones de dólares por importación de maíz, 177 por ciento más con respecto al gasto que por igual concepto se realizó en tiempos de Vicente Fox (4 mil 700 millones) y 251 por ciento por arriba de lo registrado con Ernesto Zedillo (3 mil 700 millones). En el primer año del TLC –1994, con Salinas de Gortari aún en Los Pinos– México importó maíz por 370 millones de billetes verdes, 35 veces menos que con Calderón.

A estas alturas México importa 75 por ciento del consumo nacional de arroz; 30 del maíz y 42 por ciento del trigo. De 1990 a 2010 la importación de carne en canal bovino se incrementó casi 300 por ciento y más de mil por ciento la de aves. En 2010, comparado con 2009, México importó cinco veces más carne respecto de la que exportó; seis tantos de leche, lácteos, huevo y miel; 12 veces de cereales; 3.6 veces de productos de molinería; 30 veces de semillas, frutos oleaginosos y frutos diversos; nueve veces de grasas animales o vegetales, y tres veces de preparaciones de carne y animales acuáticos, y así por el estilo.

Como se ha comentado en este espacio, ante la terrible realidad el gobierno mexicano intenta defenderse y sostiene su tesis de que México se ubica entre los 15 países que más alimentos producen y ocupa el escalón número 13 en exportación de productos agrícolas, mismos que llegan a un mercado de más de mil millones de consumidores en 45 naciones distintas.

Bien, pero ¿qué exporta? Mayoritariamente (65 por ciento del total) hortalizas, plantas, raíces y tubérculos; frutas y frutos comestibles, y bebidas y vinagre. Y ¿qué compra fuera de sus fronteras?: cereales (maíz en primer lugar), carnes y despojos comestibles; leche, lácteos, huevo y miel; semillas y frutos oleaginosos; frutos diversos y grasas animales o vegetales (65 por ciento del total). Entonces, se puede hacer un esfuerzo y dejar de comer lechuga (pobre en calorías y exportable), pero no cereales y productos cárnicos, que son los que se importan. Lamentablemente el problema no se limita a pescados y mariscos.

Las rebanadas del pastel

Siete lustros atrás el gobierno mexicano pugnaba por la autosuficiencia alimentaria fundada no sólo en razones económicas y de justicia social, sino especialmente de soberanía, pues los alimentos se usarán cada vez más como elementos estratégicos de negociación y aun de presión. Por ello, no podemos someternos a las veleidades de la oferta externa y si vamos a ser potencia energética, más nos vale, por lo menos, ser autosuficientes en dicho renglón. A la vuelta de la historia, resulta que México ya no es potencia energética, y mucho menos alimentaria.

Twitter: @cafevega