Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 5 de abril de 2015 Num: 1048

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Philippe Jaccottet:
la hora de un poeta

José María Espinasa

Transiciones: del
papel a la red

Juan Carlos Miranda

Knausgard: escribir
para matar al padre

Carlos Miguélez Monroy

Tortuga
Luis Girarte Martínez

La espiral oceánica
Norma Ávila Jiménez

Arte para la gente
Blanca Villeda entrevista
con Elizabeth Catlett

La miseria de
Stephen King

Edgar Aguilar

Leer

Columnas:
Galería
Agustín Ramos
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Alonso Arreola
Twitter: @LabAlonso

Fui al desierto en un caballo sin nombre

Ejercicio antropológico, el de visitar Las Vegas, funciona si se han hecho otras andanzas importantes o si hay una justificación particular. Verbigracia: el Gran Cañón. Magnética por su pasado mórbido y glamoroso aún más por la decadencia plástica de su presente, la Ciudad del Pecado ofrece menos espectáculos interesantes de lo que imagina nuestra lectora, nuestro lector, y muchas más tiendas, bares y casinos de estética chillante de los que sueña el ludópata incurable. Pero bueno, estando allí se recomienda poner en marcha el plan denominado Entregarse a Fondo para No Echarle a Perder la Experiencia al Ser Amado que Afortunadamente No le Ve Tantas Piedras a los Arroces. Una vez en ese estado, las cosas fluyen y se puede, entre otras cosas, entregar los oídos a la carga sonora del aire. Copas que chocan, repiques de un millón de máquinas, meseras de atuendo diminuto susurrando el nombre de bebidas multicolores, televisiones con deportes y carreras, encendedores que chasquean recordándonos que el vicio es bienvenido, que no hay desierto suficiente para acabar con el aire acondicionado y los extractores de humo. Nunca escuchamos una celebración victoriosa venida de dados o cartas; muy seguido, en cambio, el “uuuuuuuuuuuuuu” de un “ya merito”. Lo cierto es que todos ríen, aunque la casa siempre gane.

Ahora bien, nos habían dicho que en los audífonos del helicóptero que nos llevaría al Gran Cañón habría música, pero mientras nos pesaban en la báscula los nervios le restaron importancia al comentario, por lo que tampoco atendí al repertorio de la limusina que nos llevó al sitio de despegue. Lo que sí recuerdo es que desde la ventana del absurdo automóvil las fachadas inspiradas en Venecia, París, Nueva York, Egipto y demás ciudades resultaron de una comicidad insoslayable, reducción del mundo a ese espejismo que desde los años treinta insiste en su quimera: sobra el dinero. Pero bueno, la verdad es que la selección del helicóptero fue la mejor del viaje. ¿Ejemplos? “Under the Bridge”, de los Peppers;  “Desert Rose”,  de Sting;  “Learning to Fly”, de Pink Floyd; “La Valkiria”, de Wagner;  “El bueno, el malo y el feo”, de Morricone;  “Don’t Stop Believing”, de Journey; “Beautiful Day”, de U2;  “A Horse Without Name”, de America y, claro, “Viva Las Vegas”, de Elvis.

Ello nos lleva a la noche en The Strip, avenida que casi mató a la vieja Fremont del downtown (donde las figuras de neón dan una nueva y brillante batalla). En ella el caos recuerda al Caribe ocupado por spring breakers, pero potenciado con más dinero y gente, con menos policías. Hombres y mujeres caen desvanecidos aferrándose a sus vasos como si fueran secciones de tubos invisibles. O pasan tambaleándose, sin amigos, con las camisas vomitadas. O dialogan con las docenas de inmigrantes que reparten tarjetas de prostitutas. De las ventanas bajas salen bandas de covers; de las altas los beats de clubes exclusivos abocados a la electrónica. (Cosa curiosa: casi no hay pop en Las Vegas.) Justo en uno de esos clubes nos vimos maravillados por el diseño de audio, pero brindando al son de “la peor música con el mejor sonido sigue siendo la peor música”. Muy distinto al delicado ambiente de los añosos y elegantes restaurantes Golden Steer y Hugo’s Cellar, así como del persistente Du-Par’s, cuyos finos cancioneros se comparan con los de las tiendas de antigüedades de Main Street en el Distrito del Arte.

Ahora lo obvio. Estrenado en 2006, Love del Circo del Sol es infalible gracias al repertorio de los Beatles remezclado por George Martin y su hijo, quienes lo dotaron de la dimensión perfecta para las estampas oníricas que suceden en el teatro circular del hotel Mirage. A pocos kilómetros, empero, Penn & Teller actúan desde hace catorce años mostrando un humor cáustico. Se trata de dos magos libertinos con numerosos libros y programas de televisión en los que proponen polémicas frente a gobiernos, religiones y charlatanes. ¿Por qué mencionarlos? Porque cada noche antes de empezar su actuación presentan a un espléndido dúo de jazz. El pianista es Mike Jones, virtuoso celebrado globalmente. El contrabajista… es un hombre de sombrero que evita enfrentar a la audiencia, entonces invitada al tinglado para revisar objetos “mágicos”. Sorpresa: se trata del mismo Penn Jillette, quien redondea su show con el viejo truco de hacer música sin ser reconocido.

Cerramos viaje en un club de caballeros. La primera hora fue decepcionante: mala música, mala actitud. En la madrugada, sin embargo, renació la noche gracias a Lara y Tamara, cuyos movimientos decían:  “No importa cuál sea tu especialidad en el mundo del espectáculo, siempre hay maneras de actuar con clase y transparencia.” A su actitud se sumó la croupier china en una ruleta del Bellagio: “Cuando se gasten esos veinte dólares váyanse de aquí”, dijo. “No importa si ganan o pierden. Ese es el límite de apuestas en su vida.” De acuerdo. No más. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.