Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 5 de abril de 2015 Num: 1048

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Philippe Jaccottet:
la hora de un poeta

José María Espinasa

Transiciones: del
papel a la red

Juan Carlos Miranda

Knausgard: escribir
para matar al padre

Carlos Miguélez Monroy

Tortuga
Luis Girarte Martínez

La espiral oceánica
Norma Ávila Jiménez

Arte para la gente
Blanca Villeda entrevista
con Elizabeth Catlett

La miseria de
Stephen King

Edgar Aguilar

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Columnas:
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Hugo Gutiérrez Vega

Vagón petrolero de la Anglo-Mexican Petroleum Company

Durante cinco años fui consejero cultural de la embajada de México en el Reino Unido. Debo reconocer que aprendí a admirar muchos aspectos de la vida inglesa, aunque siempre me molestó el racismo latente y me divirtió la polilla que caía de las periclitadas estructuras imperiales. Como Hernán Lara Zavala, leí cuidadosamente los testimonios y opiniones que sobre México escribieron autores como D.H. Lawrence, Huxley, Greene, Lowry, Waugh. Todos ellos, a excepción de Lowry, nos apreciaron poco y, en pocas palabras, les caímos en los huevos (perdón por mi francés). El que más nos odió fue Huxley. Por razones difíciles de averiguar, nos transmitió las emanaciones de su pésimo humor y sólo salvó algunos pequeños aspectos de la vida cultural de México. Waugh vino al país comisionado por las compañías petroleras, particularmente la Mexican Eagle, para escribir un libro en contra del presidente Cárdenas y de la expropiación. Venía bien pagado el excelente novelista y tituló su reportaje, superficial y calumnioso, “Robbery Under the Law”. El trabajito tuvo escaso impacto y, justo es decirlo, fue retirado de las librerias por el mismo Waugh al darse cuenta de que se había convertido en un simple mercenario. Tiene razón Lara Zavala cuando dice que el que más nos estimó y justipreció fue Lowry, quien vivió dos años en nuestro país y llegó a admirar genuinamente los aspectos contradictorios del “paraíso infernal”.

En mi época londinense funcionaba, con cierto apoyo de Canning House y de nuestra embajada, la British Mexican Society. Muchos de sus miembros eran británicos que habían residido por varios años en México, la mayoría en calidad de funcionarios y técnicos de las compañías petroleras. Se trataba de venerables ancianos que, en las cenas oficiales (frac con condecoraciones), dejaban caer sus imprecisos recuerdos y afirmaban una serie de simpatías por nuestro país inspiradas, en buena medida, por la nostalgia de la juventud. Terminada la cena, nos parabamos para hacer el brindis ritual: To the Queen. Recuerdo a un ancianito ligeramente parkinsoniano que levantaba la copa tembelenqueante, derramaba algunas lágrimas y decía emocionado: God bless her little heart. No faltaban, al final de la cena, los saludos amistosos y ciertos corteses reproches a la expropiación que, según ellos, le había hecho un grave daño a México. Estaban tan viejitos (como lo está ahora el que esto escribe) que sus quejas se unían a la artritis y, además, nunca fueron agresivas ni descorteses.

Con la reforma energética, los patrones de Waugh están ya velando las armas y afilando los colmillos para regresar a los lodazales negros de la costa del Golfo, a los pantanos tabasqueños y a las instalaciones marítimas de la sonda de Campeche. Ya dieron un primer pasito durante la visita del presidente mexicano a la relujada ruina imperial. Con una modesta cantidad de libras esterlinas mostraron su propósito de “apoyar” la reforma en muchos aspectos privatizadora, y de ir preparando sus naves y sus recursos técnicos para el regreso triunfal.

Mi memoria londinense sigue siendo entusiasta y se magnífica con la nostalgia y la admiración por sus escritores, sus leyendas, su sentido del humor, su inteligencia, su disciplina y sus instituciones democráticas y tolerantes. Como de costumbre, el problema es nuestro. Los empresarios ingleses aprovechan nuestros errores y nuestra ineptitud para sacar ventaja, pues es obvio que ese “adelantito” no fue un acto de caridad. Ellos, como todos sus colegas del mundo, no dan paso sin sandalia, mientras que nosostros ya perdimos el huarache para dar el paso. Tal vez valga la pena que algún escritor, parafraseando a Waugh, escribiera algo sobre este nuevo robbery.

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