Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 5 de abril de 2015 Num: 1048

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Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Philippe Jaccottet:
la hora de un poeta

José María Espinasa

Transiciones: del
papel a la red

Juan Carlos Miranda

Knausgard: escribir
para matar al padre

Carlos Miguélez Monroy

Tortuga
Luis Girarte Martínez

La espiral oceánica
Norma Ávila Jiménez

Arte para la gente
Blanca Villeda entrevista
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La miseria de
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Una escatología de los sentidos

José Ángel Leyva


El ojo histórico,
Eduardo Mosches,
Universidad Veracruzana,
México, 2014.

Una de las primeras ideas que viene a la cabeza cuando se avanza en la lectura de El ojo histórico de Eduardo Mosches es escatología de los sentidos del sentido. Literal resulta el título y, poco a poco, el testimonio que enhebra esta obra lírica de connotaciones épicas. Es paradójico que el libro sea parte de la serie Ficción de la Universidad Veracruzana, cuando se trata de poesía, y cuando lo que menos se propone el autor es ficcionar o fabular acerca de su propio conocimiento de la historia del siglo xx, de la historia universal, de su propia experiencia. Escatología de los sentidos y de la conciencia, como lo refieren de manera recurrente las citas que, a manera de epígrafe o de aviso, van orientando al lector por la placidez uterina, la percepción del mundo exterior y de sí mismo. El empleo de noticias, fragmentos de libros, comerciales, sucesos, tienen en común 1944, año de nacimiento del autor. “El niño acerca los objetos entre sí y los combina. La percepción de la dualidad hace su aparición… Es sensible a los sentimientos de los demás.” Henri Wallon.

El yo y los otros parecen discernir la tragedia de su disolución, del desconocimiento del dolor ajeno, del triunfo aparente de Narciso sobre el movimiento natural de la cosas, de su nacimiento y caducidad, del carácter efímero de la existencia. La memoria y el olvido discurren por estas páginas movidas por la lucidez del instante, del pulso racional atraído a la sentimentalidad de la historia. “Todo es música en la envoltura del embrión de la palabra” (“El vuelo de los sentidos”).

La poesía de Mosches no se convierte ante el testimonio de los sobrevivientes en una mancha informe y negra en la mirada, sino en un mural descarnado sobre la condición humana. Eros y Thanatos en una lucha encarnizada por dominar la escena del mundo. Los horrores y los errores suelen correr juntos; no obstante que marcan líneas diferentes, parten de motivaciones distintas, los primeros son producto de la crueldad y la infamia, los segundos, que también pueden desembocar en tragedia, nacen de la falibilidad del individuo y de las comunidades, pero también, según nos muestra la memoria, incurren en desastres humanos de proporciones inverosímiles, en experiencias donde la idea se impone a la necesidad y a la libertad. El Holocausto y el avance tecnológico del siglo sirven a Mosches de telón de fondo para el conocimiento y reconocimiento de una era.

La reiteración de los títulos funge como ostinatto que impone su ritmo recurrente y nemotécnico. Las otras voces, las de los poetas referidos: Paul Celan, Ilya Ehrenburg, Lea Goldberg, Jaim Guri, Pablo Neruda, Octavio Paz y Nelly Sachs –indicadas con cursivas, pero sin nombre de los autores– se entreveran con las voces masivas de los campos de exterminio, de los revolucionarios abatidos en la negación de la utopía o en las fauces de sus predadores, o de pueblos enteros cuyo castigo vino de preguntar por otros mundos posibles, de otras formas de vida, de otros caminos a la muerte.  

La estructura formal del libro organiza los poemas como un teatro de la memoria y construye su propio Aleph desde donde puede sentirse el transcurrir de la vida de un extremo a otro en la biografía de un hombre, en este caso del poeta, que se observa a sí mismo en la pasividad del desarrollo cognitivo, en la evocación de los sonidos propios y ajenos, en el ruido de la historia.

Este es sin duda uno de los libros más maduros, y el más osado, del autor; la intertextualidad es ejercida sin cortapisas para dialogar con grandes poetas desde su perspectiva cultural judía y laica, librepensadora. Es un poemario donde la necesidad de contar se somete al impulso lírico y a la respiración de las imágenes en ese resquicio abierto a la totalidad. No es un libro escrito en la juventud con afanes de originalidad a toda costa, sino un libro juvenil que rezuma sabiduría, síntesis del paso del hombre a lo largo de un siglo, de una época de construcciones y derrumbes, de totalitarismos y aceleramiento en los cambios civilizatorios, en el vértigo de la tecnología, en el achicamiento de las cosas, en la polarización de la modernización y los fundamentalismos religiosos, entre la virtualidad y la carne.  “Recogemos los días en la cazuela de la nueces/ el guiso de lo porvenir/ perfuma el sonido deseado de la espera.”

Eduardo Mosches nos entrega su testimonio afectivo y espiritual sin restricciones, entregado al oficio de quien cree en la utilidad inútil de la poesía, comprometido en el decir despojado de certidumbres, de estigmas, de consignas. Con la humildad de quien expresa: “Se ha encontrado la forma sagrada de entender”, o como quien escucha versos de Dylan Thomas: “Y la muerte no tendrá señorío.”