Opinión
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Celaya, 6 de abril de 1915
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l 6 de abril de 1915 se encontraron frente a frente en el campo de batalla los soldados de dos formidables caudillos: Pancho Villa y Álvaro Obregón. Corría el quinto mes de la guerra civil que enfrentaba a los vencedores de la revolución (que destruyó entre 1910 y 1914 al régimen porfirista). Los ejércitos de la Convención (villistas y zapatistas) habían obtenido importantes victorias en Puebla, Coahuila, Jalisco y Guanajuato, pero sin lograr destruir ninguna de las columnas carrancistas. Mientras, Obregón avanzó desde Veracruz con contingentes frescos e intenciones claras: separar físicamente al villismo del zapatismo y reducir el espacio vital de los convencionistas.

Pancho entendió a la perfección el desafío planteado por el avance del sonorense, como se lo explicó a Emiliano Zapata en una larga carta fechada el 18 de marzo, donde le cuenta todos los trabajos que he emprendido desde que nos separamos, y presenta los datos fundamentales que preceden a las batallas del Bajío: la creciente dificultad para conseguir material de guerra, el agotamiento de los recursos económicos, la imposibilidad para ayudar debidamente al esfuerzo de guerra zapatista y, sobre todo, la angustia, la sensación de que el tiempo se agota, de que juega cada vez más rápidamente en favor de los carrancistas. Villa entendió la necesidad de detener a Obregón y volver a enlazarse con los zapatistas, a quienes en la misma carta apremiaba a que recuperaran la ciudad de México (cosa que, de hecho, ya habían hecho los surianos).

El Centauro discutió sus planes con Felipe Ángeles, quien trató de convencerlo de no presentar batalla en el Bajío y diferir el encuentro, para que Obregón extendiera su línea de abastecimientos hasta que los zapatistas pudiesen cortarla. Villa lo escuchó atentamente, pero respondió que no podía esperar y que se echaría inmediatamente sobre Obregón. Según Villa, Ángeles no consideraba que la caída de Irapuato en manos de Obregón le permitiría unirse con los 15 mil hombres que los generales Diéguez y Murguía tenían en Jalisco; tampoco, la creciente angustia económica del mando convencionista.

Por eso, el 6 de abril Villa lanzó sus fuerzas (como un huracán, pero no mediante cargas de caballería) contra las defensas de Obregón, iniciando así una serie de batallas que desde ese día hasta el 5 de junio, y desde Celaya hasta León (112 kilómetros en línea), terminarían por decidir la suerte de la guerra en favor de los carrancistas. Al iniciarse estas batallas, hoy hace 100 años, los contingentes movilizados por Villa y Obregón eran una pequeña fracción de los ejércitos contendientes: al mismo tiempo, unos 10 mil carrancistas defendían contra los zapatistas la vía que comunicaba al ejército de Obregón con el puerto de Veracruz. Diez o 12 mil villistas de Fierro y Contreras sostenían en Jalisco el frente occidental. Otros tantos, mandados por Urbina y Chao, intentaban apoderarse de la zona petrolera. Desde Monterrey, Felipe Ángeles envió tres columnas contra Nuevo Laredo, Matamoros y Ciudad Victoria. Además, se combatía o se había combatido en semanas recientes en el Distrito Federal, estados de México, Sonora, Sinaloa, Nayarit, Michoacán, Guerrero, Oaxaca, San Luis Potosí, Campeche y Yucatán. Pero ya en mayo había en los campos de batalla del Bajío más de 30 mil hombres por bando y en los demás frentes las operaciones se habían suspendido o reducido al máximo, pendientes todos sus hombres de lo que ocurría en el corazón de la República.

En los campos de batalla se impusieron los carrancistas, pero los vencidos obtuvieron una victoria en la derrota, pues don Venustiano ya no pudo imponer su proyectada modernización del porfiriato: la izquierda del constitucionalismo, que dominó el Congreso Constituyente y tomaría el poder en 1920, entendió que tenía que hacer suyo parte del programa de los vencidos si quería detener la revolución social y consolidarse en el poder.

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Cuentan que la historia la escriben los vencedores. Durante 20 años he rechazado esa frase, porque como historiador sé que los derrotados también cuentan su versión. Sin embargo, la historia de la derrota de la División del Norte y el Ejército Libertador del Sur ha sido contada, durante décadas, siguiendo el guión diseñado por quienes los vencieron; por quienes tenían que destruir lo que representaban para imponer el modelo político bajo el cual vivimos. La versión de los vencedores arranca con la premisa de que Zapata y Villa, con todo a su favor, perdieron porque no tenían un proyecto nacional ni una estrategia para ganar la guerra. Tras casi 20 años de investigación de archivo, de caminar los campos de batalla, de preguntar y preguntarme, encontré que quizá las cosas fueron de otro modo. Lo expongo detalladamente en mi reciente libro 1915: México en guerra.

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