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Economía Moral

Un pensamiento mundano. Seminario sobre la obra de Armando Bartra

Oportunidad para renovar el diálogo con él sobre la persistencia campesina

C

on el subtítulo de Más allá de Marx: pesquisas y digresiones, durante 11 sesiones, programadas los miércoles, desde el 11 de marzo hasta el 20 de mayo de este año, está teniendo lugar en la UAM Xochimilco, donde Armando Bartra (AB) es profesor-investigador, este original seminario. Para cada sesión, AB escribió un texto, con cuya lectura se inicia la sesión del seminario, y después tres comentaristas que han recibido el texto respectivo con anticipación, lo comentan. Seré comentarista en la sexta sesión (denominada Rusticanas 2). Esta entrega es un adelanto de lo que comentaré en el seminario. El texto para la sesión se denomina Esa quimera llamada campesino. En la breve introducción, AB en su muy original y creativo estilo pone en el centro el enigma de la persistencia campesina:

“En los últimos 30 años a los campesinos mexicanos les ha ido mal. Y si se descuidan les puede ir aun peor. Pero ahí siguen, contrariando a la economía, a la historia y a la sociología que una y otra vez anunciaron su muerte. Dice la leyenda de la ‘acumulación originaria’ que la muerte del campesinado fue el sacrificio ritual necesario para que nacieran la burguesía y el proletariado. Chance. Pero en todo caso en el tercer día despertaron de entre los muertos y más de dos siglos después las mujeres y los hombres de la tierra siguen entre nosotros. En el tercer milenio los campesinos son nuestros contemporáneos. ¿De qué están hechos estos fronterizos siempre al borde de la extinción y siempre sobreponiéndose? El campesino no es el bueno ni el malo de la película… es el feo, el pícaro, el sobreviviente. Y por tercos, salidores, claridosos, aferrados, memoriosos, avispados y luchones, los rústicos son una clase, una clase moderna como la que más. Son sus acciones vistas globalmente y en la perspectiva que da el tiempo las que dan fe de su condición como clase, pero hay también una matriz estructural en la que se mueven”.

Para analizar su carácter de clase, AB dice que, a diferencia de la burguesía y el proletariado que tienen una matriz económica simple, los campesinos se sustentan en una base económica compleja, abigarrada, mudable. E ironiza: quien los crea apegados a definiciones simplonas tales como productores familiares que no venden ni compran fuerza de trabajo, es que no los conocen más que en los libros. Los campesinos son diversos por razones estructurales, añade y concluye que se trata de una pluralidad radical que permite llamar campesinos a quienes son parte de sociedades campesinas aunque no sean agricultores ellos mismos. “Las clases canónicas (proletariado y burguesía) lo son de la modernidad, son recién llegadas, mientras que, por la profundidad histórica de sus raíces, el campesinado aparece, en primera instancia como pre-moderno, como remanente del pasado, como vestigio, como reliquia… Para ganarse su derecho al futuro han tenido que terquear durante más de dos siglos”. Continúa argumentando que si queremos pensar a los campesinos como clase tenemos que flexibilizar y enriquecer el concepto; y que si los asumimos como segunda clase explotada del capitalismo tenemos que explicar cómo ha ocurrido su inesperada pervivencia y cómo son explotados. Y aquí retoma, y explica, su teoría de la persistencia campesina basada en la renta diferencial de la tierra. Menciona, de pasada, el debate que él y yo sostuvimos en las páginas de La Jornada en marzo-abril de 2007 y que yo relaté en Esbozo de una teoría de la pobreza y la sobrevivencia del campesinado. Polémica con Armando Bartra (Mundo Siglo XXI, N° 18, otoño 2009, pp. 27-41). La explicación actual es la siguiente:

“Otra razón de la persistencia campesina, además de la irreductible terquedad de las mujeres y hombres de la tierra, es que la diversa y climáticamente voluble base natural de la producción agropecuaria genera cuantiosas rentas diferenciales que incrementan sustancialmente el costo total que el resto del capital tiene que pagar por las cosechas. Distorsión en el reparto de la plusvalía que se atenúa o revierte si la parte de la producción de mayores costos es llevada al mercado por productores familiares cuyas cosechas pueden ser sistemáticamente sub-retribuidas, pues sus ofertantes siguen produciendo aun sin ganancias y con tal de obtener un ingreso de subsistencia”.

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Cartel de Un pensamiento mundano. Seminario sobre la obra de Armando Bartra

Bartra remite, para ahondar en esta explicación, a su importante libro El capital en su laberinto. De la renta de la tierra a la renta de la vida (Itaca, 2006, pp. 195-123. Basándome en esta obra expliqué así en el artículo citado (p. 37), la teoría de AB:

“Mientras la renta absoluta de la tierra es la porción de la renta que corresponde a cualquier unidad de tierra, la diferencial es la que asocia a los rendimientos agrícolas determinados por su diversa fertilidad. En la medida en que estas diferencias no se puedan superar, los precios de venta deben fijarse a un nivel que haga rentable la producción en las tierras menos fértiles, generando así la renta diferencial. Los diferenciales de productividad en la industria, en cambio, son atribuibles a diferencias tecnológicas que mientras duran generan una plusvalía extraordinaria, que desaparecerá al generalizarse la tecnología más productiva. Si los productores agropecuarios en las mejores tierras son también propietarios de éstas, la renta diferencial se les aparecerá como una tasa de ganancia más alta, mayor a los capitales de otras ramas, interfiriendo así con la tendencia a la igualación de la tasa de ganancia entre capitales. Quizás por eso dice Bartra que el privilegio de los capitalistas agropecuarios es en prejuicio del resto de los capitales”.

Lo anterior se sintetiza diciendo que la renta diferencial deriva del hecho de que en la agricultura el principal medio de producción, la tierra, es natural y no producido como la maquinaria en la industria y, por tanto, no se puede aumentar a voluntad. Nuestro debate se ha mantenido en posteriores ocasiones, particularmente en nuestras respectivas ponencias al Seminario Internacional sobre Pobreza y Persistencia del Campesinado, celebrado en El Colegio de México en 2012. Mi explicación de la persistencia (y pobreza) campesina en el capitalismo se deriva de la estacionalidad agrícola que se expresa en demanda desigual de fuerza de trabajo a lo largo del año. Como en el capitalismo los precios sólo reflejan (como costos) los salarios de los días efectivamente pagados, el precio al que venden los productores campesinos independientes que compiten con empresas capitalistas (y son tomadores de precios en dichos mercados), sólo remunera los días en efecto trabajados. Es decir, el costo de la estacionalidad es absorbido por los campesinos que deben, entonces, vivir en pobreza permanente y convertirse en proletarios errantes en busca de ingresos complementarios. Por tanto, concluyo, el capitalismo agrícola no puede existir en forma pura: sin la oferta estacional de mano de obra campesina, la agricultura capitalista sería imposible. La persistencia de la economía campesina, por tanto, hace posible el agrocapitalismo. Pero un campesino sólo se verá obligado a vender estacionalmente su fuerza de trabajo si es pobre. En nuestros debates, AB y yo hemos estado de acuerdo que nuestras dos explicaciones no son antagónicas. AB sostiene que la estacionalidad es una explicación válida, pero que no es la única ni la más importante y que la explotación campesina por el capital es multidimensional: a) al absorber el costo de la estacionalidad; b) al sufrir la ley de San Garabato, comprar caro y vender barato (intercambio desigual); y c) al migrar. A mí me ha quedado la duda de si AB ha realmente demostrado que disminuir la renta diferencial sea necesario para el desarrollo capitalista. Los precios relativos altos de alimentos en Europa y Japón no parecen darle la razón.

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