Los milagros de San Quintin

¿Qué saben ellos de “focos rojos”? De a tiro por viaje los agarran en curva y los gobernantes, nuestros a pesar nuestro, reaccionan con una morosidad que resulta incluso sospechosa, aunque de entrada revela ineptitud y arrogancia. Lo vimos con la masacre y el gran secuestro de Iguala, lo veníamos viendo en Michoacán, Estado de México, Chihuahua, Morelos. Ahora fue en San Quintín, el milagroso corazón agrícola de una península de desiertos. De nueva cuenta en una coyuntura bastante fortuita, saltó a la cara de México (y Estados Unidos) a qué grado se abusa en México de los trabajadores agricultores. De las mujeres. Los niños. En este caso triquis, mixtecos, zapotecos o mestizos; todos eran ya de por sí despojados, o expulsados de sus comunidades originarias. En las tierras mediterráneas de Baja California alcanzan la condición de esclavos, o de mano de obra desechable si bien les va.

El hallazgo de un campo de concentración para familias raramuri, traídas con engaños a las granjas bajacalifornianas, y una cobertura mediática conmiserativa como siempre que se trata de indios, de rasgarse las vestiduras y alardear “pero lo resolvimos”, desnudó una situación generalizada. Ni cuenta se dieron de que un levantamiento en forma, pacífico y legítimo, les taparía el lucrativo paso de una carretera transpeninsular que dan por descontada para el trasiego de frutas, legumbres y verduras para el mercado del “libre comercio”. Pudimos ver cómo funciona: los políticos son empresarios que se benefician con el sometimiento desnacional, o empresarios que se hacen políticos (ya nunca se distingue la diferencia) y comercian directamente con los marchantes de Estados Unidos, las grandes cadenas de supermercados, los distribuidores. Y los bancos. Viven en dólares, pero pagan en pesos. Si es que eso puede llamarse paga.

El señor Kiko Vega, como Aguirre y Peña Nieto con Iguala, no lo tomó en serio. O lo hizo de la manera equivocada. No se presentó él, ni comisionó negociadores. Mandó granaderos y provocadores charros, y dialogó a macanazos con los inconformes. La receta que se saben. Pero hete ahí que el problema es serio, verdadero, urgente; reclama justicia y humanidad de un sistema político y económico que no las tiene. Exhibido como discriminador y racista, el mandatario panista enseñó el cobre. Como todos y cada uno de los que recibe la gota de ácido de la realidad en posición de Estado. Ya vieron que no les pasa nada. Entre ellos se hacen fuertes, y pueden ir a pasear su cinismo a Beverly Hills y a los mejores resorts del mundo.

Nada es aislado, “foco rojo” que se pueda encerrar en un circulito rojo y agregar a una lista. La defensa de los territorios indígenas, la inconformidad de los maestros independientes, la elocuente autonomía zapatista, la inagotable fuente de resistencias que son Guerrero y Oaxaca (Distrito Federal, Estado de México, Morelos, Veracruz, Michoacán, Puebla, Sonora, la península maya de Yucatán), la protesta contra los feminicidios, las desapariciones, las contaminaciones, los despidos. Son una misma. Se originan de las mismas injusticia y corrupción que reinan, y ningún partido político podría arrojar la primera piedra. Ah, pero cómo vomitan propaganda, aún ahora que ya demostraron, con el Pacto México, que no nos representan.

El milagro de San Quintín no son las empresas ni las fortunas de sus dueños y socios, sino el jornal cotidiano de los trabajadores y las trabajadoras agrícolas. Saben más de la tierra y de la Tierra que sus patrones, pero ellos no los respetan, los amarran, los degradan y les pagan una miseria. Su despertar no es parte del milagro. Es la voz del futuro.