Opinión
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Pactos en el Distrito Federal
E

n todo, pero especialmente en política, hay términos y tópicos que se ponen de moda, que muchos se ven en la necesidad de repetir consciente o inconscientemente, por imitación lógica o extralógica, ésto es sin percatarse siquiera de que se imita. Así pasó hace años con las cartas intención que impulsó el gobierno de Carlos Salinas y con las que pudo envolver al PAN de ese tiempo y pasarlo del lado del sistema; así ha sucedido con giros de lenguaje como agenda, asignatura pendiente, competitividad y otros similares, que de pronto aparecen en el panorama político y son repetidos una y otra vez, vengan o no al caso.

Actualmente, en el Distrito Federal está en cartelera celebrar pactos; me refiero a dos en particular: al de civilidad, al cual convoca el gobierno citadino, y el de por México, que según afirma el dirigente local del PRD no tendrá lugar en nuestra ciudad, hoy en plena efervescencia electoral.

El Pacto por México ciertamente es irrepetible, fue único y sorpresivo, como un descontón; lo urdió el equipo del presidente Enrique Peña Nieto, el visible y el de tras bambalinas, para sacar adelante las reformas estructurales que están destruyendo a nuestro Estado nacional; para lograrlo, se aprovechó de que los partidos grandes de oposición estaban encabezados por políticos que combinaban equilibradamente dos características muy peligrosas: ingenuidad y ambición personal. Salió adelante porque, aprovechándose de ellas, los llevaron al baile junto con sus partidos.

En el D F ni hay una mente tan truculenta y manipuladora para poder imponer un equivalente al Pacto por la Ciudad de México, ni la oposición verdadera, me refiero en especial a Morena, caería en el garlito; ni están en venta ni son tan ingenuos.

El otro pacto, que puede estar bien intencionado, el de civilidad, parece más bien un distractor y simultáneamente un buen motivo para la foto política, a la que tanto se han habituado algunos hombres del poder. Daría motivo para ruedas de prensa, declaraciones ampulosas, protestas de honestidad y honradez, y tema para hablar de lo obvio y eludir los problemas de fondo de nuestra entidad, que son muchos.

Como saben los estudiosos del derecho, entre particulares rige un principio según el cual la voluntad de las partes es la suprema ley de los contratos; en el mundo de los negocios privados cada quien se obliga en los términos en que quiere obligarse; en el mundo del derecho público ésto no puede ser así; las autoridades y los organismo públicos no pueden ir nunca ni más allá de la ley ni eludir su cumplimiento.

En el derecho público, dentro de él se encuadra sin duda la rama electoral, no se necesitan pactos ni convenios, son inútiles, porque no se pueden celebrar para incumplir las leyes, serían nulos de pleno derecho, y tampoco es necesario que se celebren para cumplirlas. Salen sobrando. La ley debe regir la conducta de los partidos y de los candidatos, con pacto o sin pacto, tiene validez intrínseca que no depende de la voluntad de sus destinatarios, por tanto, es ocioso que los partidos y el mismo gobierno, se comprometan unos a otros a cumplir conductas a las que ya están obligados por ley.

¿Pacto de civilidad? La civilidad implica el respeto a los demás, a sus libertades, a su dignidad y a los derechos de los otros; civilidad, de la misma raíz que ciudad y civilización, significa también hablar con la verdad, no engañar, no prometer lo que no se va a cumplir, no aprovecharse de la pobreza, de la ignorancia o de la necesidad de los votantes para constreñirlos a una conducta impuesta, no obligarlos moralmente a que den su voto en un sentido o en otro.

La civilidad exige que en las campañas se busque convencer con ideas y propuestas, principios y programas políticos y no solamente por medio de publicidad para ojos y oídos. La civilidad se tiene o se carece de ella, no se logra mediante un pacto, por bien intencionado que sea.

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