Opinión
Ver día anteriorDomingo 12 de abril de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
La tentación de leer
G

race Paley es una escritora tan presente para mí que a cada rato se me olvida que se murió hace unos diez años. Cuando era joven estudió poesía con W. H. Auden en un conocido centro de estudios de Nueva York. Luego un día, ya hecha toda una poeta, toda una mamá y toda una esposa también y activista y además amiga, fue muy amigable, muy querida y querible, fue a visitar a su papá en el hospital, ya viudo longevo, médico ruso emigrado para salvarse de la persecución a los judíos, y tuvo una conversación con él que amplió el alcance de la expresividad de ella pues, al despedirse y tomar el Metro de regreso a casa en un viaje largo, reflexionó en la conversación que había entablado con su papá y apenas llegó a su cocina, y precisamente ante la mesa de su cocina, escribió en prosa con enorme entusiasmo la conversación, y al hacerlo se convirtió en cuentista, sin dejar en ningún momento de ser poeta. Escribió cuentos como había escrito poemas, con todo el corazón, pero al mismo tiempo que participaba, con todo el corazón, en manifestaciones en contra de la guerra y luchaba por los derechos de la mujer, el primero, el de ocupar un lugar en el mundo que no fuera el segundón sino tan a la cabeza como el otro. Escribió su autobiografía en forma de ensayos, en los que destaca los puntos clave, los formativos, los determinantes, a lo largo de su existencia. La tituló algo así como Tal como pensé. Ya la compré, pero la condición que me autoimpuse para leerla fue primero registrar mis impresiones de la lectura de su libro póstumo de poemas, Fidelidad, que me regaló una amiga mía poeta el día en que celebramos la dada de alta de una de las dos precisamente del mismo mal del que había sido dada de alta un tiempo atrás la otra. Estábamos muy contentas las dos, y comentamos que nuestra admirada Paley había vencido igualmente el mismo mal al menos durante el tiempo suficiente para vivir, contenta y activa, hasta pasados los 85 años de edad. Leí Fidelidad y lo releí casi de inmediato. Aparte, no he dejado de llevarlo conmigo en la bolsa para que la voz de Grace Paley me siga acompañando, con su profunda aunque en apariencia entrecortada y sobre todo muy particular melodía, movida tanto por sentimientos que alegran como por los que entristecen, pero tan de la vida diaria ambos, tan de la vida real aunque se pueble de sueños y tan de la vida real aunque se nuble a cada rato, que estremecen, en un sentido o en el otro. Va y viene, esa alegría clara de Paley por la vida y esa tristeza clara también, también por la vida, porque se alternan, se despejan y se imponen uno sobre otro y luego se despejan, el uno del otro. Como siempre que me enamoro de un libro en inglés, me acometió el deseo de traducir al español este poemario póstumo de Grace Paley. Entusiasmos montaña, éstos que irrumpen en mí de tanto en tanto, escalables, pero para mí solamente en mi mundo interno, pues en el externo deben ser dejados en paz, porque en mí son desviaciones del camino más que caminos en sí. Debo dejarlos en paz al menos hasta mejor ocasión, cuando no tenga entre manos sueños anteriores que atender mientras palpiten como seres vivos en mí. Luego pensé que ya que no me iba a sentar a traducir Fidelity de Grace Paley, podía quizás escoger uno o dos de sus poemas estremecedores por naturales y melodiosos en su alegría o su tristeza de todos los días, tuyas y mías y de él y de ella y de nosotros, los humanos hombres y mujeres; escoger uno o dos de los poemas póstumos de Paley, digo, y ya que no puedo de momento traducirlos porque no tengo tiempo entonces memorizarlos. En eso oiría la voz del papá de Grace Paley decirme, como le decía a su hija cuando ella le contaba un cuento para entretenerlo un rato en su agonía, Qué mala conclusión alcanzaste, esa de memorizar un poema que te gusta y que por pereza no te sientas a traducir. Idea otra, me ordenaría desde su cama de hospital. Así que me pregunto cuál podría ser una conclusión que él aprobara. No lo sabrás, me contesto yo misma, mientras no la idees y la pongas a prueba. De modo que empiezo a tantear. Si por alguna razón no me siento a traducirlos, y si memorizarlos no es una buena conclusión para el papá de Grace Paley, entonces voy a traducir aunque sea sólo uno de ellos con tal de darlo a conocer porque, sabes, lector amigo, con lo que te apasiona no hay sino que compartirlo.