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Tumbando Caña

Fatoumata y el canto africano como reivindicación

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No podemos estar felices viendo a nuestras niñas llorar, afirma Fatoumata DiawaraFoto Ernesto Márquez
L

a presencia de Fatoumata Diawara en México ha sido muy estimulante y aleccionadora, tanto por la gran artista que es como por su sensibilidad social. Fueron dos los conciertos ofrecidos en el Teatro de la Ciudad y mediante solfa y voz hizo saber su pensar y su sentir acerca de tópicos tan urgentes y necesarios como la paz y la reintegración de valores sociales y humanos.

Viajó directamente de París, donde reside, al Festival del Centro Histórico. Desde su arribo a la ciudad de México se le notó alegre y animosa, compartiendo sonrisas y besos con sus allegados.

Viene embarazada, me dijeron. Y sí, ella misma lo reveló en el escenario: No puedo bailar como quisiera, porque tengo algo aquí, dijo señalándose el vientre. “Algo que es maravilloso, muy lindo… pero me lo impide”.

Y es que a Fatou, como se le llama cariñosamente, le gusta bailar. De hecho, se fogueó en la danza antes de dejar establecido que su magnífica voz podía ejercer de gran protagonista con canciones propias que transmiten melancolía, pero también fuerza y voluntad.

Me da mucho gusto volverla a ver, más madura y muy consciente de su papel de mujer, de africana y de música, dijo su amigo senegalés Eri Camara al terminar uno de los conciertos.

“Ha crecido mucho y se ha convertido en un ejemplo a seguir para muchos jóvenes africanos. Por eso ahora que la veo le digo que le toca enseñar a los que vienen lo que es realmente el orgullo y la dignidad de África.

“Me quedé fascinado por su labor artística, que incluye la actoral. El papel que tiene en Timbuktú (la película de Abderrahmane Sissako) me gustó mucho. Pero es muy importante ver también como ha evolucionado su música y la manera de utilizarla para un bien comunitario. Ella sabe que el papel que les toca a los músicos africanos es el de emancipar al pueblo, despertar a la gente… y ahora que está entrando en temas como el de la ablación (mutilación del clítoris), pues me parece muy bien que denuncie ese tipo de hechos que afectan a la sociedad africana.”

Ya en el escenario, en el momento de presentar Boloko, tema de su autoría en el que se refiere a la mutilación del clítoris como práctica en muchos países africanos. Dijo: Aún tenemos eso en África. Necesitamos salvar a nuestras niñas de todo ese daño. Necesitamos plantearles un futuro mejor. No podemos estar felices viendo a nuestras niñas llorar.

Fatou interpreta sus temas en lengua bambara (una de las tantas de Malí), pero se dirige al público en inglés. Are you okey?, preguntó como para cerciorarse de que la cosa iba en el sentido en que lo había planeado. Quiero que esta noche la pasen bien y que piensen mucho en África. Yo soy de allá y ustedes de alguna manera también lo son, dijo con su voz cálida y el público la abrazó con un fuerte aplauso.

Había empezado con Nayan, una canción dedicada a una de sus tías, que quiso y no pudo dedicarse a la música, aunque es también un homenaje a las mujeres de Malí que luchan todos los días por salir avante.

Tras la citada Boloko continuó con Sowa y luego Alama, en las que predomina un pensamiento con el propósito de alentar a las madres para que no abandonen a sus hijos, al tiempo que resalta el sufrimiento de los huérfanos, como el que a ella le tocó vivir por cambiar su destino.

En todo momento la voz de Fatou se manifiesta cálida, tierna e irresistible, aun cuando dobla el tono (octava), y sube el volumen. Viste las letras de sus canciones con una música de marcadas armonías afro que indagan en raíces wassoulou (música raizal de su natal Malí) mezcladas con elementos de jazz, rock, soul, funk y pop. Esa es la tendencia actual entre los músicos jóvenes de Malí que ven (y van) más allá de la música tradicional.

Pero ella no estaba sola. En el escenario vimos y escuchamos a tres espléndidos músicos: el guitarrista francés John Michael Lee y los africanos Tosin Samuel Aribisala, en la batería, y John Mweze Bashengezi, en el bajo eléctrico. Ellos en conjunto afirman las ideas de Fatou que tienen como elementos principalísimos el punteo guitarrístico afro y el ritmo de batería y bajo como soporte, mientras ella rasguea armónicamente su guitarra o realiza solos puntillosos. Se trata de un corpus tonal que incorpora y va sin dificultad de escalas pentatónicas africanas a la escala mayor occidental.

Un momento emotivo de sus conciertos es cuando llama la atención sobre Nelson Mandela. ”¿Saben quién es?”, preguntó, y el público enterado respondió con un ¡síííí! espectacular.

Mandela fue un hombre fuerte, poderoso; un hombre que nos enseñó a luchar y a defender nuestros valores. Necesitamos más gente como él, a quien sólo tengo que decir gracias, gracias padre, por ser Mandela.

Tras los mensajes de amor, paz y armonía Fatou se decantó por el baile y la alegría. Llegaron temas como Kélé, Bissa y Bakonoba, con los que levantó al público de su asiento, le hizo ulular las caderas y agitar los brazos con un frenesí que ella incitó con sus movimientos y la voz, que parece estar compuesta de muchas voces: las de las mujeres de Malí, de África, del mundo.