Opinión
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Séptima cumbre: entre Malvinas y Cuba
A

punto de cerrarse las puertas, logré zambullirme en el elevador del hotel que albergaba a los jefes de Estado y de gobierno de la primera cumbre de presidentes iberoamericanos (Guadalajara, México, julio de 1991). No más de minuto y medio de viaje vertical, y un brevísimo diálogo de mis acompañantes.

–Ay, Pichulo… estoy tan emocionada. ¡Fidel me dio la mano!

–Sí, mi amor. Un gran hombre…

Pichulo era el voluminoso Guillermo Endara, quien el 20 de diciembre de 1989, en una base militar yanqui, bajo las bombas del ejército invasor, habíase proclamado presidente de Panamá. Y la exultante dama era Ana Mae Díaz de Endara (de bellos ojos achinados), quien se especializaba en hacer morisquetas a los periodistas que apretaban a su esposo en las conferencias de prensa.

Resumiendo las incertidumbres de la época, Fidel clausuró la conferencia con una sentencia lapidaria: Pudimos serlo todo. Somos nada. La revolución cubana afrontaba el periodo superespecial (refuerzo del bloqueo más caída de la Unión Soviética), y los que no arrojaban la toalla pedaleaban en sus bicicletas al grito de patria o muerte.

Años después, el llamado Consenso de Washington y la OEA convocaron a la primera cumbre de presidentes de las mal llamadas Américas (Miami, 1994). Naturalmente, Cuba no fue invitada. Pero estaba. Y algunos le enviaron mensajes de compasión y consuelo: vamos muchachos, aflojen.

En Miami, Washington tuvo que contener a los presidentes que, virtualmente, pedían la anexión al imperio. El mexicano Ernesto Zedillo exaltaba la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC); el argentino Carlos Menem hablaba de relaciones carnales (sic) con el imperio; el chileno Patricio Aylwin le decía a Pinochet todo en orden, mi general; el peruano Alberto Fujimori vivía en el clímax de la guerra sucia (70 mil muertos), y el venezolano Rafael Caldera empezaba a lamentar la excarcelación del molestoso Hugo Chávez, autor de un escrito en prisión: Cómo salir del laberinto.

Hacia finales del siglo, los pueblos de América del Sur estallaron. Pobladas, presidentes derrocados y una vertiginosa recuperación de las masas que nadie se atrevía a explicar por el boom de las commodities. Cuba seguía padeciendo problemas enormes. Pero en los países sometidos al yugo neoliberal los problemas, a más de enormes, eran irresolubles.

A finales de 1998, Chávez ganó las elecciones y proclamó el inicio de la revolución bolivariana. Simultáneamente, en el loco carrusel de las cumbres iberoamericanas y de las Américas, los mensajes dirigidos a Cuba cambiaban de sintaxis. Ahora los gobernantes acorralados por sus pueblos le preguntaban: “Muchachos… ¿cómo hacen para que todo no se vaya al carajo?”

En la última cumbre de las Américas, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner dijo algo que los cubanos asumen con naturalidad. Descartando que la histórica presencia de Cuba en Panamá fuese mérito exclusivo del presidente Barak Obama, Cristina precisó: No, señores. Cuba está aquí porque luchó por más de 60 años con una dignidad sin precedentes.

Y junto con ella, las palabras de Evo Morales y Rafael Correa, sonando a látigo en los oídos de gobernantes como los de Panamá, que en 1989 recibieron la invasión yanqui como liberación, y tan sólo el año pasado detuvieron en el canal un buque norcoreano con armas cubanas de destrucción masiva (sic), mientras en la OEA cedían su sillón para que la mercenaria venezolana María Corina Machado hablara contra la república bolivariana de Venezuela.

No obstante, las luchas emancipadoras de América Latina se aproximan al mar de los sargazos. O sea, aquellas temibles aguas del Atlántico Norte que, ofreciendo calma chicha, asustaban a los navegantes del Renacimiento. Ruta en la que grandes almirantes se perdían, por no hablar de los capitanes que la ignoraban. Pues habrá que ver qué soterrados mensajes de neopanamericanismo y neomonroísmo metió Obama en la botella a ser recogida en otros mares, v.gr.: ¿reafirmación yanqui en el mare nostrum caribeño, a cambio de reconocer la soberanía rusa en Crimea y el mar Negro? ¿Acuerdos con Irán, y que el país persa se olvide de expandir sus negocios en América Latina? ¿Acabar con Dilma, sacar a Brasil del grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) y agradecer al gobierno de Uruguay sus esfuerzos por sepultar el Mercosur?

En Panamá, Cristina subrayó la coincidencia de Estados Unidos y Gran Bretaña, que por el norte y el sur calificaron a Venezuela y Argentina de peligros para la seguridad. Mientras, Jorge Taiana, ex canciller de Néstor Kirchner, recordó el comentario de Bush en la cumbre de Mar del Plata (2005): Yo no sé por qué hay tanta discusión con este asunto del ALCA. Simplemente, se trata de defendernos de los chinos. Taiana concluye que el ex presidente “… tenía más claridad que el resto de nosotros”.