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Penultimátum

Vindicación papal

M

uchos son los silencios de la jerarquía católica ante las tragedias que enlutaron el siglo XX. Los hubo a la hora del ascenso del nazismo y la invasión de las tropas hitlerianas a Europa y África. Ninguna crítica por la masacre de judíos, homosexuales y minorías étnicas. Lo prioritario para el papado era apoyar a Alemania y sus aliados en su lucha contra el enemigo de entonces: el comunismo. Derrotado el fascismo en 1945, no pocos criminales nazis recibieron protección y facilidades para huir hacia Suramérica por parte de la Iglesia de Roma.

Silencio hubo por los crímenes que cometió por lustros Francisco Franco y sus compinches, que en 1936 se alzaron en armas contra la República Española. Por el contrario, la jerarquía católica local y El Vaticano doblaron la cerviz ante el que llamaron Caudillo de España por la gracia de Dios y Salvador de la civilización cristiana.

Silencio casi generalizado de la jerarquía católica ante los crímenes de las dictaduras de Brasil, Uruguay, Paraguay, Chile y Argentina. Ninguna condena cuando entre los torturados y desaparecidos figuraron sacerdotes y monjas que no comulgaban con los regímenes dictatoriales que asolaron América Latina. El asesinato de Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de El Salvador, como ejemplo máximo. Pronto será declarado santo.

Por fortuna, otro silencio acaba de romperse: durante la Primera Guerra Mundial, las tropas del imperio otomano (aliado de Alemania), masacraron millón y medio de armenios y otros 600 mil los deportaron en caravanas de la muerte de los lugares que habitaron por siglos. En paralelo se dio el saqueo y apropiación de los bienes de las víctimas, el vano intento por destruir la herencia cultural del más antiguo pueblo cristiano.

El domingo pasado, por primera vez un Papa calificó la tragedia armenia como el primer genocidio de la era moderna, al que llamó atroz y descabellado exterminio. En clara alusión al gobierno turco que se niega a reconocer lo evidente, Francisco señaló: La ocultación o la negación del mal es parecido a dejar que una herida siga sangrando sin vendarla. En una ceremonia celebrada en la Basílica de San Pedro, el pontífice también proclamó doctor de la Iglesia a Gregorio de Narek, gran poeta místico armenio del siglo X, a quien Octavio Paz admiraba. Ese genocidio lo reconocen Italia, Francia y otros 20 países, y la mayoría de los estados de nuestro vecino y socio comercial. Pero no oficialmente el gobierno estadunidense. Turquía es su fiel aliado.

La airada reacción del gobierno turco evidencia lo que el Nobel de Literatura Orhan Pamuk expresó al exigir un mea culpa por ese genocidio: No podremos hablar de un país moderno, multiétnico y democrático mientras no nos reconciliemos con nuestra pesada verdad histórica.