Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 19 de abril de 2015 Num: 1050

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El doble según
Edmundo Valadés

Luis Guillermo Ibarra

Las sagas islandesas: la
segunda piel de Islandia

Ánxela Romero-Astvaldsson

Juan Antonio Masoliver,
un heterodoxo contemporáneo

José María Espinasa

El neoliberalismo
como antihumanismo

Renzo D´Alessandro entrevista
con Raúl Vera

La Venecia de hoy
Iván Bojar

Leer

Columnas:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Agustín Ramos

Poder decir

En series eminentemente shakespeareanas como Juego de tronos y Los Tudor resuena un Shakespeare “actualizado”.

Sin embargo,  para conseguir esa sensación de proximidad no se necesita la imaginería mercadotécnica y tecnológica, basta comparar dos formas de titular las mismas obras: Los dos hidalgos de Verona, Los dos caballeros de Verona, La doma de la bravía, La doma de la fiera, Trabajos de amor perdidos, Trabajos de amor en vano, A vuestro gusto y Como les guste. Las primeras corresponden a la traducción de Luis Astrana Marín para Aguilar. Las segundas son versiones contemporáneas reunidas por Andreu Jaume para Random House (en México acaban de aparecer Comedias y Tragedias, primeros dos de cinco tomos).

Aunque el trabajo de Astrana Marín se remonta a los años treinta del siglo pasado, sigue vivita y coleando. Escuchen: Enrique VIII finge consolar al cardenal Wolsey diciendo: –Muchos enemigos no saben por qué lo son pero, semejantes a los perros de una aldea, ladran cuando oyen a sus compañeros…. Esto, en México, se traduce casi mecánicamente al dicho de un jilguero priísta: “Los disidentes son como los perros de rancho, nomás el primero sabe por qué ladra.”
A mí me gusta imaginar una farsa donde Macbeth es Salinas, Colosio es Duncan y las brujas son los sectores priístas (o bien, ahora, en 2015, sus partidos comparsa de izquierda y derecha), representando la dictadura en vías de perfeccionamiento. No, no pretendo ser original (Macbird es alusión a Kennedy, West Side Story se basa en Romeo y Julieta, Hamlet es una puesta al día de La Orestiada…), lo que pretendo es repasar la lección.

Más adelante, también en Enrique VIII, Astrana explica a pie de página por qué tradujo cierto giro que está en español en el original, y concluye: “los acostumbrados al lenguaje shakespeariano saben bien cuánto abunda nuestro poeta en osadías de expresión que han hecho de su estilo el más vibrante de los existentes”.

Al presentar las traducciones contemporáneas, Andreu Jaume, apoyándose en T.S. Eliot, pondera el peso del habla del vulgo dentro del canon shakespeareano. En su teatro, dice, “conviven armónicamente el estilo elevado y el demótico. En este sentido [Shakespeare] hizo lo mismo que Dante por el italiano, es decir, moldear un habla y construirle una casa en la que pudiera habitar”.

Hay otras semejanzas. Como el estilo. El mejor, según Middleton Murry, es el estilo que combina la máxima expresión de la personalidad y la mayor impersonalidad posible. Otra similitud es la voluntad de transgredir los géneros canónicos. En su momento, Dante no encontró un género adecuado para clasificar su obra cumbre, y Shakespeare, como anota Jaume, “se atuvo muy pocas veces a las reglas clásicas de los géneros y lo que hizo –y con mayor libertad a medida que engordaba su obra– fue mezclarlos, violentarlos y subvertirlos…”

¿Esta perdurabilidad se explica por el poder transgresor, por la sensibilidad de quienes trasladan a Shakespeare a sus presentes o por la perdurabilidad de un estilo que se enriquece del habla vulgar y le paga con réditos desde el escenario?

El asunto no se agota en las traducciones o en las exégesis multidisciplinarias. Mucho menos, en el texto.

En un reportaje modelo de nuevo periodismo sin estridencias titulado ”Las serenas cosas benéficas”, el escritor indobritánico Ved Mehta relata que el librero británico Basil Blackwell le reveló a un ilustre crítico shakespeareano algo que este último desconocía de Shakespeare.

“–¿Qué le dijiste, Viejo –preguntó Lady Blackwell.

–Que en la versión original de Hamlet el fantasma no decía nada. Simplemente aparecía y le hacía una señal a Hamlet, y Hamlet pasaba cierto tiempo con él fuera de escena. Puesto que nadie sabía lo que el fantasma le había dicho a Hamlet, los motivos de sus acciones ulteriores quedaban en el misterio. La obra era mucho más interesante así. Fue el gerente del teatro quien insistió en que Shakeaspeare escribiese un parlamento para el fantasma. El gerente… dijo que  el público era demasiado lerdo para seguir un tratamiento tan oblicuo.

La esposa del librero pregunta a su esposo cómo se enteró de esto y él responde que nada más lo imaginó. Esta anécdota me lleva a pensar que la imaginación en la literatura le exige parejo al escritor y al lector, a quien propuso y a quien dispone.

Para la época contemporánea Shakespeare debe y, sobre todo, puede decir más.