Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 19 de abril de 2015 Num: 1050

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El doble según
Edmundo Valadés

Luis Guillermo Ibarra

Las sagas islandesas: la
segunda piel de Islandia

Ánxela Romero-Astvaldsson

Juan Antonio Masoliver,
un heterodoxo contemporáneo

José María Espinasa

El neoliberalismo
como antihumanismo

Renzo D´Alessandro entrevista
con Raúl Vera

La Venecia de hoy
Iván Bojar

Leer

Columnas:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal

 

Juan Domingo Argüelles

La circunstancia del yo-lector

En las Meditaciones del Quijote, José Ortega y Gasset escribió su célebre frase: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo.” Manuel Ortuño, Txetxu Barandiaran y Manuel Gil, editores y promotores del libro de la madrileña revista Texturas (Trama Editorial) quisieron aplicar de manera práctica la sentencia orteguiana y, a mediados del año anterior, recurrieron a editores y promotores del ámbito de la lengua española para conocer su estado de ánimo que reflejara la circunstancia editorial. Comparto con los lectores el resultado en mi caso.

Me llamo Juan Domingo Argüelles, y en el sector del libro o como mero lector se me conoce como Juan Lector. Me gusta leer porque leer es un verbo aparte y placentero. Es cierto que, además de los libros, las revistas, los periódicos, etcétera, se leen también el cine, la pintura, la música, la danza y nuestros semblantes y nuestras actitudes. Pero leer en la cultura escrita es aportar imaginación, emoción e inteligencia a un universo simbólico que exige una atención dialógica que no siempre se da en las otras lecturas.

Soy escritor, editor y promotor de la lectura. Cuando le cuento a un extraño (sólo si me lo pregunta) por qué me gusta leer o por qué ando entre libros, le digo que no tiene nada de extraordinario y que más bien me parece asombroso que haya personas que no tengan relación con ellos.

Mi día a día es así: Me despierto y leo. Luego escribo y leo. Antes de dormir, leo. Y a veces sueño que leo y otras veces, al despertar, he soñado una escritura que, si es algo intensa, puedo anotar en una libreta y convertirla después en objeto de lectura. Ser lector es una especie de enfermedad o de síndrome de locura. La gente realmente cree que los que leen libros están locos o enfermos de algo. Aún más, si te dedicas a lo mío la gente no dejará de tocarte las narices con la esperanza de entender qué tipo de espécimen es ese orate que en vez de discutir sobre futbol habla de lecturas.


José Ortega y Gasset

He perdido el entusiasmo por lo que hago cuando me doy cuenta de que la lectura es sólo un tema de moda en la retórica de los políticos y de los periodistas; cuando me doy cuenta que la lectura les importa un carajo pero es políticamente correcto decir que leer es bueno; cuando me doy cuenta que el tema de la lectura, en general, es sólo un pretexto para ennoblecer la idiotez política y burocrática que lo invade todo.

Lo mejor de mi trabajo es, sin duda, comunicarme con profesores, promotores, lectores comunes y corrientes, que desean y propician el diálogo sobre lo que nos emociona y nos deleita: leer. Uno de mis mejores días en lo laboral fue cuando, agotado y enfermo, renuncié a la oficina y mandé al cuerno todas las exigencias absurdas que no permiten hacer nada que no sea jalar la rueda burocrática como un bruto, y donde todo el entusiasmo se ha perdido en los laberintos del sinsentido tecnocrático. Cuando quiero tomarme un descanso me dedico a ver películas y escuchar música, caminar sin rumbo y dar por azar (¡qué casualidad!) con una librería de usado.

Me preguntan (y yo también me lo pregunto, aunque sólo de vez en cuando) cómo veo el futuro de mi profesión. Lo veo así: un futuro casi imposible para ser profesionista. Editar (y, por tanto, leer) más que una profesión, es una pasión, ni siquiera un oficio, sino un vicio, en un mundo donde la gente lo único que quiere es contar y acumular dinero.

Eso sí, si un día logro jubilarme querré pasar el tiempo que me queda dormido, porque ya habré leído lo suficiente (más quizá de lo que debía) como para saber que es imposible agotar todo lo que merece ser leído. El último libro que he leído ha sido Firmin, de Sam Savage; llegué tarde a él; no lo leí cuando fue una novedad en español en 2007, pero sé que uno llega, tarde o temprano, a los libros que no debe perderse. Lo conseguí en una librería de usado. Y el primero que recuerdo que leí fue Corazón, diario de un niño, de Edmundo de Amicis, un libro que todavía se deja leer, pero que ya casi nadie lee. En mi mesilla tengo ahora para leer las Cartas a Juan Antonio, de Julio Ramón Ribeyro.

Un día de octubre de 2011, en Cali, Colombia, escribí un poema que creo que resume mi vida con los libros y la lectura. Se titula precisamente “Lectura” y está en mi libro Final de diluvio (Hiperión/Universidad Autónoma de Nuevo León, 2013): “Ser y no ser lector/ mas leer siempre/ la luz, el aire, el sol,/ la lluvia, el mundo./ Y leer para ser/ –sólo un segundo–/ la luz, el aire, el sol,/ la lluvia, el mundo./ Ser y no ser lector./ Nadie ha podido/ pasar sin ser lector/ por este mundo./ Leemos, nos leemos/ y nos leen también/ los que sólo leer/ saben el mundo./ Ser y no ser lector,/ mas leer siempre,/ porque nunca el que vive/ se arrepiente/ de vivir y leer,/ salvo el suicida/ que sin embargo lee/ en el trágico libro/de su vida.”