Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 19 de abril de 2015 Num: 1050

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El doble según
Edmundo Valadés

Luis Guillermo Ibarra

Las sagas islandesas: la
segunda piel de Islandia

Ánxela Romero-Astvaldsson

Juan Antonio Masoliver,
un heterodoxo contemporáneo

José María Espinasa

El neoliberalismo
como antihumanismo

Renzo D´Alessandro entrevista
con Raúl Vera

La Venecia de hoy
Iván Bojar

Leer

Columnas:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal

 

Jorge Moch
[email protected]
Twitter: @JorgeMoch

Galeano, Grass, la estulticia, el terror, el abandono

Por reflejo automático nacido del estupor prendo la tele al enterarme, con terrible descontón (áperca, diría Cortázar) de los fallecimientos casi simultáneos de Eduardo Galeano en Montevideo y de Günter Grass en Lübeck. Galeano tenía setenta y cuatro años y un cáncer de pulmón fatal. Grass tenía ochenta y siete. Ambos modelaron buena parte de la literatura y el pensamiento crítico modernos. Ambos cuestionaron el sistema social que privilegia el dinero por encima de la gente, las empresas por encima de sus trabajadores. Ambos eran acérrimos críticos de los expansionismos y cualquiera de sus antifaces hipócritas. Ambos conocían la bestia por dentro y, desde luego, virtuosos pero también falibles, cosecharon filias y fobias, cariño y acrimonia. El hombre corre a una autodestrucción imbécil, fascinado con su propia capacidad de aniquilar, sintetizaron ambos en lúcidos textos, conferencias o entrevistas. Basta echar un vistazo a cualquier periódico para atestiguar que no se equivocaban. Hoy el pequeño Oskar Matzerath, niño cruel que decidió dejar de crecer en El tambor de hojalata, envejeció de golpe. Hoy supuraron más Las venas abiertas de América Latina y el mundo es un poco más que de ordinario esa enorme cabeza podrida de caballo en cuyas cuencas retozan resbaladizas anguilas. Hoy el rodaballo sabe mal.

Mientras se desvanecen dos figuras fundamentales del pensamiento moderno, en la televisión según Televisa, ese hada madrina del régimen actual en México, todo es felicidad. Bueno, los bellos también lloran: el guatemalteco Héctor Sandarti, uno de esos empleados del consorcio que se dicen conductores, nos hace saber que otro empleado de la empresa, Arath de la Torre, conmovió hasta las lágrimas en el programa radial de Juan Osorio, otro empleado de la empresa. Allí no existe la muerte de Galeano ni importa el último aliento de Grass. Allí no hay ingratitudes gubernamentales ni una corrupción rampante que se ha llevado el país a la mierda. Allí, a menos que sea pagada su aparición, no existen payasos como el guanajuatense Diego Leyva, disfrazado de mamarracho para ser otro más del medio millar de diputados vividores que se solazan con cargo al erario y son compinches de la oligarquía mafiosa en lugar de legisladores para el pueblo. Allí no hay partido turquesa fundado por una ladrona encarcelada hasta que se cobra la factura de la propaganda. Allí el pri adquiere mueca esperanzadora en lugar de exponerse como la pandilla criminal que es realmente. Allí al colaboracionismo más vergonzoso y traidor se le llama izquierda.

Esta distopía de afuera que contradice la utopía de la caja idiota (o siniestra), este desencuentro neurótico entre pantalla y ventana, entre fantasía y realidad, la desaparición de la inteligencia y la consolidación de la estupidez, representan la colisión constante en que se contradice y fractura esta dimensión que habitamos. Un imperio –cualquiera de los varios que se disputan nuestra voluntad y nuestra conciencia, el gobierno, la Iglesia, la banca, la televisión– nos inocula su realidad, aunque choque estrepitosamente contra la nuestra, la de Los hijos de los días, a propósito de Galeano: la de la calle, la del pesero atestado al que se suben dos asaltantes, la de la niña robada y prostituida, la de la masacre, la del empleo del terror, la desaparición forzada o el asesinato para despejar el horizonte de todo lo que estorbe megaproyectos trasnacionales, como afirma Federico Mastrogiovanni en Ni vivos ni muertos (Grijalbo, México, 2014) que, por cierto, convertido en documental por el mismo Mastrogiovanni y por el director, Luis Ramírez Guzmán, puede ser visto en YouTube y parece alimentado por la imaginación de Galeano, de Grass y hasta de Cormac McCarthy

Esa realidad en la Europa de la segunda guerra mundial o en la América Latina de 1960 (o México en 2015) nos sigue escupiendo a la cara nuestra verdadera naturaleza oportunista, depredadora, intonsa y cruel. En que desaparecen los pocos creadores de conciencia colectiva que nos quedan mientras se multiplican quienes buscan adormecerla y su rebaño de marionetas de corbata, copete y discurso vacuo. Los que nos dan la razón a los sanamente pesimistas y se siguen llevando egoístamente este país y buena parte del mundo, si no todo, entre las pezuñas al despeñadero.

Adiós, Eduardo Galeano. Adiós, Günter Grass. Nos dejan afortunadamente exquisitos, singulares senderos de imaginación, inteligencia y rebeldía que ojalá muchos transitemos.