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Ver día anteriorMartes 21 de abril de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La sociedad negada
E

l sábado pasado nuestro periódico publicó, con gran oportunidad, el texto que Chomsky escribió al recibir el premio Lucha contra la Estupidez, instituido por la revista Phylosophy Now. Pareciera escrito para una cara de nuestra estupidez institucional, como Chomsky la ha llamado.

El mismo sábado La Jornada también publicó la noticia sobre la charla de Carmen Aristegui en El Colegio de México, referente a un capítulo de nuestra estupidez institucional que ella llama el vendaval autoritario.

Ese mismo sábado, en otro capítulo de la desdichada estupidez, Lagarde y Carstens insistieron, con la contumacia de siempre, en las reformas que hay que continuar realizando en México. No hay duda de que para estos ilustres funcionarios el debate de las ideas les es realmente un estorbo fastidioso e inútil. Por eso no lo ven, no lo oyen y no lo entienden. Como ha evidenciado Chomsky, el mundo de hoy nos muestra que es perfectamente posible que individuos inteligentes sean aguerridos operadores de la estupidez institucional. Hace tiempo que hablan para los medios sobre la necesidad de continuar con las reformas, pero ya no se molestan en hacer la menor referencia a las modificaciones de que hablan. Ya son las reformas, y se acabó. Por supuesto, tampoco requieren hacer la más mínima referencia a los resultados desastrosos que han desatado en Europa y en otros largos y anchos lares del mundo.

Y es que en realidad la sociedad no les importa. Quizá sea necesario bordar un poco más en esta posición de absoluta indiferenca sobre lo que ocurre a la sociedad bajo las pautas neoliberales. En una primera aproximación podemos afirmar, con buena dosis de seguridad, que en el discurso de todos los neoliberales subyace la tesis de Hayek: la sociedad no existe, existen los individuos, consideración que pusiera en circulación, en el habla política y económica, la inefable ex primera ministra británica Margaret Tatcher.

En el pensamiento (secreto) de los operadores aludidos subyace (los hechos hablan) la visión que revela esta bella y humana sentencia de Oliver Wendell Holmes Jr –jurista estadunidense, miembro de la Corte Suprema de Justicia de ese país de 1902 a 1932– y que Hayek usara como epígrafe de su ensayo Igualdad, valor y mérito: No tengo ningún respeto por la pasión por la igualdad, que no hace sino glorificar la envidia.

La lectura del texto de Chomsky que hemos mencionado está en otro mundo: “Gobierno significa pueblo. En una sociedad democrática, el gobierno no debe ser una especie de Leviatán que toma decisiones. Existen importantes proyectos de la sociedad civil que intentan desarrollar medios más democráticos. Es una gran batalla por el enorme poder del capital concentrado, el cual, por supuesto, intenta impedirlo de todos los modos posibles. Pero es una batalla que lleva mucho tiempo y existen asuntos fundamentales en juego, entre ellos los referentes a las libertades…”

Son dos mundos sin contacto alguno, porque la estupidez institucional es sorda como tapia. Y no es sorda por naturaleza, sino por interés. El capital concentrado, al grado inaudito que ha mostrado Piketty, está en los hechos limpiando el planeta de todos esos seres menesterosos, que son vistos como subhumanos y ven como riesgo para los privilegios pasmosos del uno por ciento. Ahí están los operadores de la estupidez institucional para hacerles ese trabajo inenarrable. Más allá de las bombas y los asesinatos, el arma más terrorífica es la política neoliberal en curso.

La sociedad negada es también una sociedad partida. Así la vio Raúl Prebisch en 1979, en su ensayo Introducción al estudio de la crisis del capitalismo periférico. A una parte la llamó sociedad privilegiada de consumo, que es el núcleo social capitalista, desarrollado y dinámico que, tomando en cuenta las relaciones de explotación que en su interior subsisten, comprende a un grupo súper privilegiado, los propietarios de los medios de producción compradores de fuerza de trabajo; incluye, también, a los trabajadores asalariados de altos ingresos, sindicalizados, ubicados en la cúspide de la estratificación obrera; a las llamadas clases medias urbanas, de cuyas filas, en combinación con los llegados de más arriba, conforman los partidos políticos. Una característica de este conjunto social es que tiene acceso al mercado de la producción e importación corriente de manufacturas. Este es el grupo moderno, el de la tecnología avanzada, el de los monopolios, el mundo del consumo capitalista. En contraste, el resto de la sociedad –mayor que el núcleo moderno– conforma la sociedad de infraconsumo; sus relaciones con el otro polo son de explotación, de transferencia de valor y de marginación económica y social, sin acceso posible al consumo capitalista. Ambos polos son resultado del patrón de acumulación de capital establecido. Las bases de los narcotraficantes huyen de la sociedad de infraconsumo y se colocan en el cajón social de la escoria del polo privilegiado, pero mantienen relaciones profundas, económicas y políticas con la sociedad privilegiada de consumo.

El problema de los operadores de la estupidez institucional, arma decisiva de la sociedad privilegiada de consumo, es cómo mantener bajo control a los condenados de la Tierra. Se les mantiene atados por hambre, vigilados o golpeados por el ejército y la policía, atolondrados mediante discursos de falsas expectativas, divididos por los dos polos referidos o en las fosas de la muerte.