Opinión
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Paisajistas británicos en el Munal
E

n palabras de sir Nicholas Serota, por tanto tiempo director de la Tate Gallery, esta exposición “se complementa perfectamente en el Munal con la exhibición permanente (allí) de la obra del célebre pintor del paisaje mexicano José María Velasco…”

Su alocución toma visibilidad con el paisaje del Valle de México, de Daniel Thomas Egerton, obtenido en préstamo concedido por la embajada británica, a la que pertenece, por moción del director del Munal, quien tuvo la pertinente ocurrencia de contraponer ese soleado paisaje que ofrece, como los paisajes de Velasco, un conjunto de figuras humanas que determinan la escala.

Es una soleada pintura, realizada en Londres por el autor del famoso álbum de litografías mexicanas, producto de su primera estancia en nuestro país al que regresó. Desgraciadamente fue, junto con su dama, víctima de un crimen atroz cuyos bárbaros pormenores fueron perseguidos hasta el cansancio sin que las causas hayan sido del todo elucidadas a través de años de juicio. El caso ha sido exhaustivamente estudiado por varios autores de ambos países, en México, entre otros, por la historiadora Claudia Canales.

Un destacado pintor mexicano, que recién acaba de retirarse voluntariamente de la docencia en la hoy día Facultad de Arte y Diseño de la UNAM, después de 30 años de formar a varias generaciones de estudiantes en cuya formación influyó directamente, me dijo que no hay que juzgar, sino centrar los enfoques en describir, porque la descripción homenajea al objeto centrando la atención sobre el mismo. Muy cierto, pero observando y describiendo, quienes suelen emitir opiniones (que es lo que hacemos sin pretensiones dogmáticas), caemos necesariamente en la comparación.

Así, puedo decir libremente que uno de los cuadros del rubro descubriendo la Gran Bretaña sobre una escena de cacería en Ashdown Park, cuyo autor es James Seympur a mediados del siglo XVIII, es fatal en cuanto a la representación de los canes, todos idénticos, como si estuvieran hechos con plantilla, cosa que yo tomo como un desdén a la condición canina británica si recordamos historias de perros como la que nos brindó Virginia Woolf, o bien ciertos episodios de celebradas películas y series. Hay cuadros mucho mejores de la misma época, aunque no cuenten con perros, sino con vacas u otros animales como protagonistas. Cosa que puede constatarse en las mismas salas del Munal.

Más de un siglo después, el paisajista Atkinson Grimshan ofrece un hermoso nocturno: Vista de Heath Street. La similitud de este paisaje urbano con los nocturnos de Whistler me hizo recordar la diatriba legal que orquestó el artista estadunidense afincado en Londres con quien fue el más importante de los críticos de arte de su momento: John Ruskin, por entonces Slade Professor of Fine Arts. El proceso legal tuvo lugar debido a un ataque de Ruskin contra el Nocturno en negro y oro, exhibido en la Galería Grosvenor, de Londres, junto con otras obras de Whistler.

El denuesto fue grave, pero a Ruskin lo asistía la libertad de expresión propia de un profesor tan importante que según Oscar Wilde el juicio fue un asalto a las prerrogativas del crítico. Como quiera que sea, ese trial que duró poco tiempo fue nefasto tanto para Ruskin como para Whistler. El primero se sintió vulnerado y renunció al profesorado retirándose de la vida pública, murió poco después. El pintor que tuvo que pagar los costos del juicio vio afectadas en sus ventas, no por el juicio, sino por las repercusiones en la prensa, cayó en bancarrota y debió vender su bonita casa en Tite Street. Logró reponerse, viajó a Venecia, recobró en parte sus fueros y sobre todo destacó en el campo del grabado (entre otros), incluso se llegó a decir que fue en ese momento uno de los más eximios grabadores posteriores a Rembrandt.

No les fue bien a ninguno de los dos, pero a la postre Whistler nos es conocido no sólo por ser un artista de vanguardia en su momento, sino por su perspicacia verbal. Su credo artístico, que es bien interesante, y sus diatribas pueden consultarse en un libro de su autoría de curioso título: The Gentle art of Making Enemies, publicado por primera vez en 1890 y con muchas rediciones que llegan a la actualidad. Ha sido glosado hasta en verso.

Whistler asimiló en gran medida ciertos rasgos del humor inglés que fueron propios de no pocos artistas británicos, como Sickert o, como tiempo antes, Hogarth; eso sin hablar de los iluminados, como Turner o su antecesor William Blake.

La exposición británica tiene muchos espectadores y se espera que sean aún más los que la visiten, entre otras razones porque a su variedad, que incluye por supuesto algunas imágenes de los prerrafaelitas, adhiere un buen contingente de obras del siglo XX que traen a colación la existencia de la llamada School of London.

Se exhibe además una gran pieza de David Hockney, armada de 50 telas que parece ideada a propósito para el espacio que ocupa.