Opinión
Ver día anteriorMiércoles 22 de abril de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Les acquis del neoliberalismo
C

uando el asalto neoliberal empezó a apretar fuertemente al estado de bienestar europeo, los franceses reaccionaron defendiendo aquello que llamaban les acquis: es decir que llamaban a defender los bienes públicos, las costumbres benéficas adquiridas y los beneficios ya ganados.

La defensa de les acquis –el terreno ganado– es un tema central de la política, porque todo sistema social, por terrible que sea, implica algunas conquistas, algunos nuevos valores colectivos. Importa reconocerlos para asimilar y defenderlos, y abanderarlos en los procesos de transformación social. Carlos Marx se interesaba por esta cuestión incluso respecto del sistema capitalista que fue para él objeto de una lucha encarnizada: así, por ejemplo, el capitalismo implicaba la socialización del trabajo (frente a, por ejemplo, la producción artesanal), cualidad que abría la posibilidad de la formación de una conciencia proletaria común que escasamente existía en el mundo preindustrial. Con todas sus injusticias, sus crímenes y sus horrores, el sistema capitalista decimonónico representaba para Marx un camino que importaba recorrer, indispensable incluso para la construcción de una sociedad mejor. Por eso pensaba que las potencias coloniales cumplían un papel histórico, usualmente de manera involuntaria; que la colonización de India por los ingleses, por ejemplo, era un crimen que tenía también un importante lado positivo, ya que ponía fin a un mundo aldeano que era la base de un despotismo conservador. Marx pensaba también algo por el estilo respecto de la anexión de territorio mexicano por parte de Estados Unidos en la guerra de 1847. La disrupción innovadora capitalista traía consigo sus acquis, sus beneficios penosísimamente adquiridos. Importaba reconocerlos.

Ahora que el sistema neoliberal, implementado a escala mundial desde los años 70 y 80, está haciendo agua, vale la pena pensar en los atributos positivos que ha traído consigo la revolución neoliberal, para saber qué es lo que se debe asimilar como conquista colectiva de aquel sistema tan cruel. Importa un ejercicio así porque cada sistema tiene sus beneficios secundarios, frecuentemente involuntarios, y esos beneficios son los que alumbran el camino para las transformaciones venideras, para orientar aquello que se quiera potenciar, o al menos no desechar, en dichas transformaciones venideras.

¿Ha traído algo de bueno el neoliberalismo? Caso afirmativo, ¿qué sería?

Es una pregunta relevante porque demasiado frecuentemente la crítica al neoliberalismo busca implícita o explícitamente la restauración del desarrollismo que existía previamente, un modelo económico que había ya llegado a sus límites, y al que seguramente sería imposible regresar. Pero es también una pregunta compleja, nada fácil de contestar, que pide un trabajo de discusión colectiva.

Hay una serie de valores ampliamente difundidos que habría que discutir como posibles candidatos: el valor de la flexibilidad y las prácticas íntimas asociadas a ella; el valor de la transparencia; el valor de la resiliencia, un término que hasta hace muy poco ni siquiera existía en español, y que es hoy un concepto clave del ambientalismo y de las ciencias de la salud; la identificación de cada persona, por humilde que sea, como un empresario en potencia; la preocupación obsesiva por la juventud; el horror a la obsolescencia y a todo aquello que se pueda calificar de obeso; la sacralización de la multiculturalidad… La lista es larga, y el simple esfuerzo de enumeración ya trae a nuestra conciencia el hecho de que el neoliberalismo no es únicamente un sistema económico, sino que es también una formación cultural.

Por eso, incluso una discusión mínima de los aspectos rescatables del neoliberalismo sería larga. Hoy quisiera detenerme en uno solo, debido a la solidaridad transfronteriza con los jornaleros de San Quintín: a partir del neoliberalismo, la política libertaria o emancipadora tiene una genuina vocación trasnacional.

De hecho, el antineoliberalismo no puede ser ya un movimiento de liberación nacional. Esto se debe a que los movimientos de liberación nacional tienden a plantear al capitalismo como si viniese de afuera, cosa que los lleva inevitablemente al camino errado de una postura anti Estados Unidos. Pero el capitalismo ni comienza ni termina en ese país: hay capitalismo rampante en China, en Japón, Corea, Rusia, Irán, Alemania, Brasil… Fijar el capitalismo geográficamente, o imaginarlo como una característica nacional o étnica, puede ser una arma poderosa del demagogo, pero no responde a la realidad: el capitalismo es por naturaleza una forma de producción trasnacional, y transformarlo requiere de redes de solidaridad a ese nivel.

Y ahí está el ejemplo de los trabajadores de San Quintín. Cuando César Chávez fundó la United Farm Workers en los años 60, pensaba que había que limitar el flujo migratorio de México, porque los mexicanos indocumentados servían a los patrones como esquiroles. Esta tendencia sindical contraria a la libertad de movimiento internacional del trabajo ha estado presente en todos los sindicalismos de las sociedades un poco más ricas que sus vecinos, y aunque frecuentemente se haya alimentado del racismo, el racismo es en ellos más bien efecto que causa.

Pero hoy ya no es posible simplemente desactivar la globalizacíon a partir de controles migratorios. En Francia, el Frente Nacional quizá consiga ganar elecciones, con todo su racismo y su discurso antimigrante, pero no conseguiría su anhelo de regreso a aquella Francia próspera y relativamente homogénea de los años 70. Y se puede decir lo propio de los republicanos del Tea Party de Estados Unidos.

Se comprende la nostalgia de sectores amplios de las antiguas clases medias estadunidenses o francesas, ahora precarizados por la globalización, pero habría que recordarles que fue justamente la derecha a la que pertenecen la que abogó por el libre comercio y por el libre flujo de capitales desde el inicio. Y si hay libre flujo de capitales, habrán migraciones laborales. Y si se imponen límites a las migraciones, habrá fuga de capitales.

El movimiento de San Quintín habla de otra estrategia, distinta incluso a la del César Chávez de inicios de los 60; habla de una estrategia propiamente trasnacional. No es posible ya encerrarse en la política nacional. Si no se puede impedir que el capital atraviese fronteras, se puede al menos promover la organización del trabajo en ambos lados de la frontera.

El neoliberalismo está comenzando a crear una visión trasnacional de la justicia, y la posibilidad de formar movimientos transfronterizos para exigirla. Es un logro muy importante.