Opinión
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Isocronías

Grava suelta

V

ivir como se debe es –diríase, innecesariamente, que siempre– morir como se debe.

La corrección en los demás es una sugerencia, no un dictado, para tu propia corrección.

Acaso no sea popular lo que diré: creo que no supimos valorar apropiadamente el muy difundido ya me cansé de cierto funcionario –¿no fue lo único que sonó sincero de lo que dijo?

La destrucción, en poesía, de una manera extraña es también poesía (Poe, Fellini o la leyenda de cómo Raimundo Lulio decidió cambiar de vida).

Estar en uno mismo, no ensimismado, sino desasido.

La poesía es eso de más que siempre nos hace falta.

El poeta no cuenta sino consigo mismo para hacer poesía, pero –¿paradójicamente?– el poeta no cuenta sino con la poesía para hacerse a sí mismo.

La forma, en arte, deviene sentido. Formar, en arte, es dar fe del sentido.

¿Qué misterio –o truco del consumo– nos hace creer (sentir) que comprado un libro ya está leído?

¿A qué otro misterio –éste me parece que sí lo es, pero quién sabe– se debe que determinados libros nos gustaron mucho (mencionaré nada más dos recientes: La culpa es por cantar, de Malva Flores, y Cómo dibujar una novela, de Martín Solares), y de ellos hablamos (hablo, con entusiasmo) y los recomendamos (recomiendo, ampliamente), pero no sabemos (sé, en todo caso) escribir?

Lo menos que se puede hacer, pero lo menos, en relación con los 43, es un poema. Con diversa fortuna, muchos lo han hecho (sé de cuatro publicaciones que recopilan o están recopilando textos al respecto –de una de ellas, Los 43/ Poetas por Ayotzinapa, de distribución gratuita, dio noticia nuestro diario anteayer). Tengo la sensación –es quizá sólo eso, una sensación–, y desde luego sin demérito de ningún intento, esfuerzo, logro cabal, de que el más emotivo y quizá políticamente efectivo de todos es el performance colectivo de –imagino– origen anónimo que consiste en contar del uno al 43 y rematar con la demanda ¡Justicia!

Shelley, en su Defensa de la poesía, escribió que los poetas eran los no reconocidos legisladores de la humanidad. Tanto en el performance manifestante que digo como en las manifestaciones líricas en apariencia, sólo en apariencia, individuales al respecto, el grito, el impulso, la protesta, claman por el cumplimiento de la ley, por la aplicación (mucho más allá de taimadas interpretaciones, evasiones retorcidas, papeles, posibles mafias y versiones) de la justicia. Son todas juntas también –para citar a Armando Alanís Pulido, uno de los convocados en Los 43– una acción poética colectiva.