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Algo sobre el Sancho

D

ice la mitología que a Menelao la mujer se le fugó con un chavito metrosexual y que ello derivó en una guerra sangrienta y prolongada en la que sucumbió la ciudad de Troya junto con miles de sus defensores y otros miles de sus atacantes: el rey de Esparta, furioso por la pérdida de la cónyuge, convocó al resto de los soberanos aqueos, quienes formaron una poderosa coalición que le puso sitio a Ilión durante una década. Hoy ya no nos chupamos el dedo y podemos estar razonablemente seguros de que el motivo no fue la tal Helena y que probablemente en Troya había petróleo, o algo así. También diríamos que a qué viene toda esa insensatez si a fin de cuentas la mujer, hermosa entre las hermosas, a decir de la leyenda, estaba haciendo su real gana, y la infidelidad o el abandono eran un asunto estrictamente personal entre ella y su marido, y no un casus belli entre dos pueblos. Sea. Pero si el mancornador hubiese sido Menelao es poco verosímil que Helena hubiera podido juntar un ejército para cruzar el mar e ir a una ciudad remota a arrancarlo de brazos de la desgraciada, la cual, por cierto, habría sido objeto de un juicio social muchísimo más severo que Paris, quien es visto, en el peor de los casos, como un nini travieso.

Así han sido de injustas hacia las mujeres, por desgracia, la historia y la mitología. También la religión, desde luego. Puede leerse en Éxodo 20:1-17: No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo, lo que significa, para todo buen entendedor o entendedora, que casa, mujer, siervo, criada, buey y asno son monedas de libre convertibilidad en el mercado de las posesiones materiales de los hombres. Y no digan que uno inventa cosas, porque esas palabras se las dictó el mero Jehová-Dios a Moisés cuando éste acudió a hacer alpinismo sacro al Monte Sinaí. Para que no quede duda de la autoría del precepto, éste se repite en Deuteronomio 5:6-21 y luego los cristianos lo hacen suyo (Mateo 22:37-40) hasta llegar a nuestros días en la forma del séptimo mandamiento: no robarás. En una larga parrafada consagrada a explicar esta regla, el catecismo de la Iglesia católica se dedica a fundamentar la legitimidad de la propiedad privada sin hacer mención explícita de las mujeres, por lo que uno puede inferir sin mala fe que para el Vaticano las mujeres son objetos de propiedad (http://is.gd/ls02r9).

A Helena no le fue tan mal, tal vez debido a su pedigrí o acaso porque estaba tan buenísima que los machos que se la disputaban consideraron que degollarla sería un desperdicio. Muchos años después del desmadre troyano Odiseo, en su viaje inacabable de regreso al hogar, se la encontró reinstalada en Esparta y no observó en el marido resto alguno de rencor. Pero a la mayor parte de las mujeres que se decantan por relacionarse sexual y/o afectivamente con alguien más que el esposo o la pareja se les condena, hasta nuestros días, a la deshonra, en el mejor de los casos, o a la muerte por lapidación, en los peores. Las mancornadoras son la peor amenaza a la seguridad nacional de los hombres. Al respecto, la Academia Mexicana de la Lengua se pregunta si es correcto utilizar la palabra mancornadora para referirse a una mujer que es infiel y si se puede decir mancornador para designar a un hombre con la misma característica, y se responde: “es correcto usar la voz mancornadora con el sentido por el que nos consulta. El diccionario la define como ‘mujer que tiene varios amantes’. Se trata de un mexicanismo, palabra propia del español de México. Este adjetivo se aplica únicamente a mujeres. Para referirse a los hombres, entre otras, se usan las palabras mujeriego, donjuán, disoluto, rabo verde” (http://is.gd/DkWrvk).

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Se ha escrito cantidad sobre el léxico empleado para designar relaciones familiares y conyugales, sobre sus paradojas y sobre sus carencias. Por ejemplo, existe huérfano para designar al que perdió a los padres y viudo o viuda para aquellos a quienes la muerte les arrebató al cónyuge, pero no hay una palabra para referirse a los padres vivos de hijos muertos. Hay multitud de voces para mencionar a la pareja formal o de hecho (esposa, marido, cónyuge, concubina, amante, vidamía, cielito, etc.) y una sola, y muy seca, para evocar a quien lo fue y ya no lo es: ex. Luego es notable la ausencia de términos que designen a las otras parejas previas, simultáneas o en ciernes de la pareja, una carencia que debe ser subsanada a la luz del derrumbe contemporáneo de las relaciones monógamas en las que hasta que la muerte los separe. Rival es impreciso y hostil y competidor(a) resulta francamente mercantilista.

En este punto hay que maravillarse de que exista el término sancho o Sancho, que según el glosario de mexicanismos a argentinismos corresponde al “amante masculino. Cuando se dice que una mujer ‘trae su Sancho’ es porque tiene un amante. ‘Sancho González, el que llega cuando tú sales’. También se les dice ‘Sánchez’ o camote” (http://is.gd/4GkTZp). De él dice el son jarocho:

El que duerme en casa ajena
muy temprano se levanta
con el sombrero en la mano
mirando pa’ dónde arranca.

Para seguir con la discriminación, al revés de lo que les ocurre a las mujeres que incursionan en la anatomía de los maridos ajenos, y que son sometidas a escarnio, odio y cosas mucho peores, las aventuras del sancho suelen verse como hazañas dignas de encomio y reconocimiento social. En la lógica de competencia y saqueo (porque las mujeres son sólo eso: bienes ajenos) el sancho es incluso un modelo digno de imitación, un paradigma de comportamiento y un valor aspiracional.

Curiosamente, aunque algunas fuentes afirman que el apelativo Sancho es de raíz vasca (Santxo, Santzo, Santso, Antso o Antzo), acaso porque era muy popular en los reinos cristianos medievales, a ambos lados de los Pirineos, especial y primariamente en el reino de Navarra, otras sostienen que es gentilicio de Sanctus o que Santo o sanctus es el participio pasado de sancio, hacer algo sagrado o inviolable, es decir, santificar o santificado. El significado principal es que el hombre entra a formar parte de lo sagrado, a compartir las ventajas de lo divino, a colocarse sobre el altar. Sancho es así lo relativo a lo sagrado (http://is.gd/Dzkqjp y http://is.gd/xJ7LTB).

Vistas así las cosas, miren ustedes qué paradoja, va resultando que si la mujer que le pone cuernos al marido merece ser llamada puta, el hombre que le ayuda a hacerlo tiene más bien una relación (así sea semántica) con la santidad. O sea que el lenguaje y la historia tienen sus trampas y no hay que descartar que esto venga de muy atrás. Puede ser que todo haya empezado cuando aquel tipo se disfrazó de paloma, aprovechó de la ausencia de un carpintero para yacer con la esposa de éste, (episodio en el que, para mayor agravio, la mujer quedó fecundada) y es conocido urbi et orbi y por los siglos de los siglos como El Espíritu Sancho.

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