Opinión
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Ruta Sonora

La adolescencia de la escena

E

l crecimiento genuino que ha tenido el rock hecho en México en los últimos 15 años, hablando sobre todo de composición, desempeño instrumental y producción, es innegable. Mas nada de esto habría sido posible si las audiencias no hubieran crecido de igual forma en cuanto a buen gusto y expectativas: hace mucho que tiene integrada a su vida la cultura del concierto, además de que exige cada vez, mejores curadurías. Asimismo, las productoras de conciertos son ya una industria: el rock no sólo ha crecido en calidad musical, sino en comercialización. Sin embargo, en medio de este mundo de personajes que integran la escena hay un eslabón que no ha crecido a la par del músico: esto es, muchos de cuyo trabajo puede emanarse el crecimiento o estancamiento de la misma escena: mánagers, publicistas, periodistas musicales, empresarios, entre otros.

Lo que según la experiencia de quien escribe, mediante diálogos, observaciones, lecturas y vivencias como periodista y como creadora, es que mientras los músicos y personal técnico cercano se profesionalizan, muchos de quienes escriben sobre música o la promueven, quienes eligen elencos o la integran al circuito de lo visible en cualquiera de sus formas, se conducen de manera deficiente. El contraste es duro: en la contraparte están esos músicos que se parten la crisma componiendo, grabando, cargando, tocando a cambio de una paga usualmente por debajo de su esfuerzo. Es sabido entre músicos que muchas bandas (no todas) de las que de la nada empiezan a figurar de forma artificial en festivales, radio y foros frecuentes, sin respaldo de un público, lo hacen porque poseen un management hábil. Esto no es malo, pero quien está en medios debiera saberlo: sorprende notar que muchos lo ignoran y atribuyen la presencia múltiple de un artista o banda a que tiene genuino seguimiento popular.

Pero esto es sólo un ejemplo. Pareciera que muchos de quienes escriben de música (obviamente hay honrosas excepciones) estuvieran interesados en cualquier otra cosa, menos en la música. Ponen por delante sus privilegios, sus entradas a conciertos, el figurar como estrella. No se esfuerzan por apreciar a fondo el desempeño artístico de quienes dan vida a esta industria, sino en qué tan bien les cae un mánager o el mismo artista. Figuran más los alcances del mánager que la aportación cultural del ejecutante. Incluso privilegian a quienes conviven de forma personal con ellos en francachelas, por encima del músico al que no le interesan ese tipo de relaciones, sino ser un mejor músico. Les importa más si su vestimenta, diseño y sonido (ah, sí, la música también es importante) se parecen o son calca de algo ya varias veces refriteado entre los círculos hipsters angloparlantes. La originalidad musical es castigada al grito de: “no suenas a algo ya existente, ergo: no tienes onda”.

Tampoco se preocupan por tener un bagaje que les permita apreciar la música profesionalmente (e incluso son deficientes a la hora de escribir o manifestarlo). Todo es al ahí se va. Sacar la nota, mal escrita, sin mínima visión cultural, con el único fin de que los acrediten. Reseñar música es cada vez más visto como un oficio menor, dado el poco rigor que muchos han ido imprimiendo.

El cronista o crítico de rock mexicano actual (o quienes eligen quiénes han de figurar) parecieran desconocer que vivir en torno a la música es una responsabilidad para con quienes se parten la crisma haciendo música, así como con los escuchas. Ser promotor o cronista es un oficio que debiera poseer un espíritu de servicio que se propusiera mejorar el entorno cultural. Pero todo esto parecieran ser palabras mayores o demasiado adultas, para una escena que se niega a abandonar la adolescencia. Una cosa es el músico caprichoso, quizás adolescente por siempre, sin lo cual quizá no crearía, y muy otra el promotor, cada vez menos preparado, más frívolo, más afín al nepotismo (deporte nacional tan de nuestra política) que al mejor conocimiento de su fuente, de la historia musical, del trabajo de otros colegas; más afín a las bagatelas, que a la lectura, a la apreciación musical profunda, al diálogo con músicos para entender lo que éste tiene que vivir para lograr una canción, un disco, una gira. Muchos de medios ven al músico como un objeto del cual asirse para destacar por encima de aquél: no les interesa la empatía con el músico, sino verlo como el pobre diablo al que hay que juzgar con el ego de quien cree saberlo todo.

La escena de rock en México no tendrá un mejor nivel, ni dejará de ser pedestre, mientras quienes promueven la música sigan valorando mucho más todo lo vulgar que rodea a la música, por encima de la misma música. (Recomendaciones de conciertos).

Twitter: patipenaloza