Opinión
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Apuntes postsoviéticos

Patente de corso

A

hora que está por cumplir 15 años al frente del Kremlin se suele recordar que el anterior presidente, Boris Yeltsin, se decantó por Vladimir Putin como sucesor después de que éste, cuando era jefe del servicio federal de seguridad y en abierto desafío a la policía, sacó de Rusia, en un avión privado, a su antiguo jefe, Anatoli Sobchak, ex alcalde de San Petersburgo, quien iba a ser detenido bajo acusaciones de corrupción.

Impresionado por el gesto, Yeltsin concluyó que Putin era un hombre leal y que nunca pondría en tela de juicio los privilegios de los miembros de su familia. Cierto es que, hasta ahora, Putin ha cumplido el acuerdo y, contra viento y marea, también protege a los subordinados que le profesan la misma fidelidad que él tuvo hacia Sobchak.

Pero dos hechos recientes sugieren que la magnanimidad presidencial está deslizándose hacia extremos en que se produce una peligrosa sinonimia entre lealtad e impunidad.

En el primer caso, tras una exhaustiva investigación del mayor escándalo de corrupción en el Ministerio de Defensa, con infinidad de privatizaciones fraudulentas, la fiscalía consideró probada la culpabilidad de la principal imputada, Yevgueniya Vasilieva, amante del titular de la cartera que fue despedido e indultado, y pidió al juez dejarla en libertad condicional durante ocho años, después de pagar una multa de menos de 300 mil pesos.

Asimismo, Vasilieva deberá, junto con sus cómplices, devolver la tercera parte de los mal habidos casi mil millones de pesos de ganancias que obtuvieron. Aunque el juez todavía no dicta sentencia, la propia fiscalía anuncia que sigue integrando otro expediente contra ella por 34 estafas más por un valor cercano a los 5 mil millones de pesos.

En el otro caso, detenidos el presunto autor material y algunos de los que participaron en la logística del asesinato del político opositor Boris Nemtsov, la investigación no puede seguir adelante debido a que desapareció quien se supone sirvió de enlace con el autor intelectual. Los servicios secretos rusos ubican al personaje, con otra identidad, en una residencia de lujo en un país del golfo Pérsico, pero carecen de autorización política para proceder.

En ese contexto, el presidente de Chechenia ordenó abrir fuego contra cualquier policía o agente secreto ruso que se atreva a entrar en su territorio sin su permiso, lo que se interpretó como mensaje de que no va a permitir que sus subordinados vuelvan a ser detenidos en operaciones encubiertas por las dependencias federales, poniendo en entredicho la preeminencia de Moscú sobre Grozny.

No es claro si estos excesos se cometen sólo porque Putin les otorga patente de corso. Tampoco hay que descartar que, en los ejemplos expuestos, la fiscalía pudiera actuar por su cuenta para complacer al presidente o que el subordinado haya decidido imponer su voluntad sin que el jefe nada pueda hacer.

Las tres posibilidades son igualmente nefastas.