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Ver día anteriorLunes 27 de abril de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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ay un clima enfermizo, patológico, en nuestro momento político. Se busca esconder el desastre bajo la alfombra electoral. Todos los medios combaten la conciencia cada vez más clara de que las elecciones no tendrán impacto relevante en la situación del país y que la agenda política de la gente no pasa por ellas.

Sólo uno de cada tres electores sufraga en México en las votacio­nes in­termedias, una estricta minoría. Buena parte de quienes votan lo hacen bajo la presión de compromisos impuestos con programas sociales y otros mecanismos más agresivos. Se necesita estar muy alejado de la realidad social del país para sostener que sólo una minoría rechaza el camino electoral. Lo que hoy busca esa mayoría es dar valor político explícito a su comportamiento: que el boicot, la abstención, o los votos rotos o nulos expresen una postura política distinta a la abstención causada por apatía o indiferencia.

Está muy bien eso de los usos y costumbres, declaró un presidente municipal de la Mixteca oaxaqueña en uno de los foros en que se discutía la nueva ley que buscaba respetarlos, en 1995. En mi pueblo la costumbre es votar por el PRI. Así lo hicieron nuestros padres y nuestros abuelos. Así lo seguiremos haciendo. Se hizo costumbre desde que el PRI nació, con otros nombres de la franquicia. De vez en cuando expresó una postura ideológica, por ejemplo para defender la tierra, cuya entrega se le vinculó. En general, aludía a un estado de cosas y era una rutina periódica, que cuando más podía usarse para negociar alguna obra. Para la mayoría de la gente, era difícil deslindar al PRI del gobierno. La relación con el partido era una forma de relacionarse con las instituciones que intervenían continuamente en la vida de los pueblos y con las que era indispensable tratar.

Esa tradición forma todavía parte del voto duro de lo que se sigue llamando PRI, pero ya no puede depender de ella. Está haciendo esfuerzos desmedidos para forzar el voto que se le escapa, sea con la inundación de programas sociales que comprometen abiertamente los votos o mediante el uso de los recursos más agresivos del aparato, que incluyen el asesinato y la cárcel. La coalición inestable de mafias que ahora forman el partido no logra estabilizar sus comportamientos bajo una dirección única, pero todas ellas apelan a sus tradiciones de presión y control.

Este dispositivo se complementa ahora con las iniciativas múltiples de los demás partidos, en general hundidos en la marrullería, la insensatez y formas atroces de demagogia, y con el uso obsceno de los medios, que iniciaron la decadencia final del régimen representativo.

En 1960 sólo 10 por ciento de los estadunidenses tenía televisión. Diez años después sólo 10 por ciento carecía de ella. Mcluhan mostró la manera en que los medios cambiarían la estructura política y social. Aldous Huxley anticipó desde 1958 lo que ocurriría: Mediante métodos cada vez más efectivos de manipulación mental, cambiará la naturaleza de las democracias. Permanecerán las viejas formas pintorescas: las elecciones, los parlamentos, las supremas cortes y todo lo demás. Pero la sustancia subyacente será una nueva clase de totalitarismo no violento. Parece que no tomó en cuenta que, ante las reacciones de la gente, ese totalitarismo podría recurrir a formas terribles de violencia en una guerra abierta contra ella.

Iván Illich consideraba que la democracia de Estados Unidos podría sobrevivir a la victoria de Giap, que supo utilizar la maquinaria de guerra estadunidense para ganar su guerra en Vietnam, pero no podría sobrevivir al triunfo de las corporaciones. Pensaba que éstas pueden servirse del derecho y del sistema democrático para sentar su imperio. Como el aparato estatal se ha convertido en mero guardián de las instituciones dominantes, no puede ya desempeñar su función de gestión política. Por eso es inútil sustituir a sus operadores; el problema está en las instituciones mismas.

La indignación acumulada en todas partes, con la rabia, la rebeldía y la resistencia que siguen mostrando de manera ejemplar los familiares de nuestros 43, están forjando una causa común en millones de personas, que en las circunstancias más diversas se organizan para expresar sus iniciativas. Es ese el caldo de cultivo de las grandes transformaciones. Así es como han ocurrido siempre.

A medida que prende la inspiración de la causa común, nuestro no radical, y esta causa común no se deja afectar por las ilusiones de partidos y candidatos, la energía de las personas ordinarias se concentra en la tarea central: resistir el horror que nos acosa y organizar la supervivencia en torno a la reconstrucción de la vida social mediante la creación de un orden nuevo. Nada más, nada menos.