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Comes y te quedas
C

on un apretón de manos y una plática bilateral, los presidentes de Cuba y Estados Unidos concluyeron el primer tramo de lo que será un largo y complicado camino hacia la normalización de las relaciones entre los dos países. Ocurrió hace unas semanas en Panamá, durante la séptima Cumbre de las Américas, la primera desde que se iniciaron en 1994, en la que estuvieron presentes todas las naciones del continente.

En días pasados mucho se ha dicho y escrito sobre el acercamiento (¿deshielo?) entre La Habana y Washington. Unos han aplaudido la actitud de Obama; otros la han calificado de una maniobra más del imperio. Se elogió el papel del Vaticano y Canadá al propiciar el encuentro. Se lamentó la ausencia de México en ese proceso. Se habló de los peligros de una apertura económica, la llamada mcdonalización. Y, sobre todo, se han descrito los múltiples obstáculos que habrán de vencerse para levantar el bloqueo contra Cuba, empezando por un Congreso dominado por los republicanos.

De lo que no se ha hablado es del empeño de Cuba en la Asamblea General de la ONU por denunciar el bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por Estados Unidos. De este tema hablaremos más adelante. Antes subrayemos la importancia del gesto de Obama hacia Cuba.

En el homenaje a Nelson Mandela, el 10 de diciembre de 2013, el presidente Barack Obama acabó con una obsesión de los mandatarios estadunidenses cuando saludó cordialmente a un grupo de jefes de Estado latinoamericanos, incluyendo al presidente Raúl Castro. Un año más tarde, el 17 de diciembre de 2014, Obama y Castro anunciaron que Estados Unidos y Cuba reanudarían relaciones diplomáticas.

La alergia de los mandatarios estadunidenses a un encuentro (por casual que sea) con los hermanos Castro se remonta al inicio de las tensiones entre los dos países tras el triunfo de la Revolución en Cuba el primero de enero de 1959. En abril de ese año Fidel Castro viajó a Washington, pero el presidente Dwight D. Eisenhower no quiso recibirlo y le pidió al vicepresidente Richard Nixon que lo viera. Para entonces Eisenhower ya estaba tramando la invasión de Cuba que su sucesor, el presidente John F. Kennedy, intentaría sin éxito en abril de 1961.

Castro quería normalizar la relación con Washington y pidió que se levantara el embargo de armas a Cuba impuesto por Estados Unidos en 1958. Eisenhower se lo negó y Castro se fue de compras. Encontró un socio en la Unión Soviética. Así inició una larga relación con Moscú.

Cuando Washington decidió en julio de 1960 reducir sus importaciones de azúcar cubano, Moscú ofreció comprarlo. Cuando los dueños estadunidenses de las únicas tres refinerías en Cuba rehusaron procesar el crudo soviético, Castro decidió nacionalizarlas. Estados Unidos respondió imponiendo su primer bloque comercial a Cuba y en enero de 1961 rompió relaciones diplomáticas con La Habana.

Siguieron décadas de enfrentamientos entre Cuba y Estados Unidos. Entre ellos cabe destacar la expulsión de Cuba de la Organización de Estados Americanos en enero de 1961, la ya mencionada invasión fallida en abril de ese año y la crisis de los misiles en octubre de 1962.

La llegada a Estados Unidos de miles de refugiados cubanos muy pronto se tradujo en la aparición de un fuerte grupo de presión dentro del Congreso estadunidense. Se fue endureciendo el bloqueo económico, comercial y financiero contra Cuba.

Pese a su destacado papel dentro del movimiento de países no alineados y, paradójicamente, sus vínculos con el bloque soviético, La Habana no llevó el tema del bloqueo a la ONU durante el auge de la mayoría tercermundista en la Asamblea General durante las décadas de 1970 y 1980.

Curiosamente, no fue hasta 1992 cuando Cuba sometió a la Asamblea General el primer proyecto de resolución sobre el bloqueo. Lo hizo el 23 de noviembre y sin un solo copatrocinador. Fue una reacción a lo ocurrido en el Congreso estadunidense.

En efecto, un mes antes la Cámara de Representantes había aprobado la llamada Ley de Democracia Cubana, impulsada por el congresista demócrata de Nueva Jersey Robert Torricelli. La supuesta meta de esa legislación era promover la transición pacífica a la democracia en Cuba mediante la prohibición del comercio con la isla de filiales de compañías estadunidenses con sede fuera de Estados Unidos, de viajes a Cuba de ciudadanos estadunidenses y de remesas a familiares en Cuba.

La resolución se aprobó con apenas 59 votos a favor de los entonces 179 miembros de la ONU. Tres votaron en contra (Estados Unidos, Israel y Rumania), mientras que 71 se abstuvieron y 46 se ausentaron. Fue un resultado sumamente modesto pero desde entonces la resolución anual sobre el bloqueo contra Cuba fue obteniendo más y más apoyos. En 2014 fueron 188 votos afirmativos de los ahora 193 miembros de la ONU. Sólo Estados Unidos e Israel votaron en contra y hubo tres abstenciones. Esa participación masiva y positiva es un homenaje a la diplomacia multilateral cubana (los detalles de esas votaciones se pueden consultar en mis artículos sobre la ONU en el sitio desarmex.org).

Hace años que el aislamiento de Washington en esta cuestión preocupa al Departamento de Estado y sin duda influyó en la decisión de Obama de modificar el rumbo de la relación con Cuba. Ese cambio, propiciado por el Vaticano y Canadá, también servirá para cerrar un triste capítulo.

En efecto, se trata de otro aspecto del gesto de Obama hacia Cuba que afecta directamente a México. En dos ocasiones la reticencia de los mandatarios estadunidenses de coincidir en una reunión internacional en México con Fidel Castro complicó nuestra relación con La Habana. En 1981 antes de la cumbre de Cancún el gobierno mexicano supo explicárselo a Fidel; en 2002, en vísperas de la conferencia de Monterrey fue muy torpe. Gracias a Obama, quizás no habrá una tercera ocasión.