Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 3 de mayo de 2015 Num: 1052

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

En memoria de Ramón Martínez Ocaranza
Evodio Escalante

FINI: Festival
Internacional
de la Imagen

Wendy Selene Pérez

Un encuentro entre
la idea y la imagen

Francisco García Noriega

Helena Araújo, una
Scherezada en el trópico

Esther Andradi

Leer

Columnas:
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Agustín Ramos Aguilar
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Naief Yehya
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Paso a Retirarme
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Cabezalcubo
Jorge Moch
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Drones en el Festival de Tribeca: Good Kill

Fin de una era

Parte del daño colateral que trajo la “guerra contra el terror” de la dupla presidencial Bush-Obama, fue la destrucción de la leyenda del piloto de guerra heroico, del aviador desafiante y cínico que no conoce el miedo, mezcla de John Wayne, Gregory Peck y un poco de Tom Cruise. Las guerras de la primera mitad del siglo xx se impregnaron de la mística de las confrontaciones en los cielos, los célebres dogfights. La tecnología avanzó rápidamente en el terreno aeroespacial, los jets se volvieron cada vez más versátiles, veloces y letales. Sin embargo, la mayoría de sus misiones era en contra de naciones y enemigos con mínimo o nulo potencial aéreo, como Vietnam, Irak y Serbia. Los exuberantes jinetes de los cielos, al estilo Top Gun, heredaron la carga romántica de los pilotos que se jugaban la vida en aviones frágiles con armas extremadamente falibles en la primera guerra mundial, pero también arrastraban el legado de la destrucción indiscriminada de los bombardeos masivos en Alemania, Inglaterra y Japón. El fin de la Guerra fría marcó también el ocaso de una era del despilfarro desenfrenado en aviones extremadamente costosos, como el F35 (178 millones de dólares). Y entonces alguien tuvo la idea de usar aviones sin piloto. Así comenzó la era de los drones.

Polémicas

El mayor Tom Egan (Ethan Hawke) es un piloto con numerosos despliegues de servicio en Afganistán e Irak. La más reciente misión de Egan tiene más alcance que ninguna de las anteriores, pues lo obliga a volar sobre muchos países y, para ello, no tiene que alejarse del suburbio de Nevada donde vive con su esposa e hijos. El veterano ha sido reasignado a un equipo de operadores de drones que trabajan desde uno de los numerosos tráilers estacionados en una base militar en las afueras de Las Vegas. La cinta Good Kill, de Andrew Niccol, que se estrena en la reciente edición del Festival de Tribeca, muestra con veracidad la manera en que se conducen las misiones de “eliminación” de presuntos terroristas en el Medio Oriente. Egan y su copiloto, Suárez (Zoë Kravitz), una mujer de origen hispano, buscan los objetivos que les indican sus superiores, los siguen, verifican los protocolos y, cuando reciben la luz verde, disparan sus misiles. “Splash!”, “Good Kill”, dicen, celebrando la eficiencia de su ejecución, mientras se despeja el humo y el polvo en la pantalla, cuentan a las víctimas y preparan el siguiente ataque. El cajón con aire acondicionado repleto de monitores y equipo de videojuego es el microcosmos donde se debaten los puntos de vista en torno al uso de drones. Suárez tiene una visión humanista, mientras sus dos colegas creen fervientemente que están protegiendo a “América”, y que la solución al resentimiento que están creando en media docena de países con estos asesinatos cobardes es seguir matando sospechosos. Mientras tanto, Egan permanece ausente, deprimido y borracho.

Enajenación

Egan añora volar y siente que su trabajo como piloto de un avión a control remoto es indigno. Extraña sentir el viento en su avión y la sensación de peligro. Pero lo más importante es que comienza a entender que su trabajo como asesino a distancia es injusto, inmoral, ineficaz y, a la larga, contraproducente. Sin embargo, el piloto es incapaz de expresar esto. Al contario, lo que hace es beber y angustiarse, lo cual enloquece a su esposa. Visualmente, Niccol y su cinematógrafo, Amir Mokri, establecen paralelos entre los áridos paisajes de Pakistán, Afganistán y Yemen, y el anestesiado suburbio donde vive Egan. Para retratar la extraña condición existencial de esta clase de “guerreros” que viven en familia y durante sus horas de trabajo se dedican a la cacería virtual de seres humanos en países remotos, Niccol crea una atmósfera enrarecida, a la vez claustrofóbica y agorafóbica, que refleja la soledad, la frustración y el distanciamiento de los personajes.

Distancias

La cinta presenta la polémica de manera bastante didáctica, hasta cierto punto manipuladora. La historia transcurre durante el período de intensificación de los ataques con drones en 2010 y con la llegada de asesores de la cia al programa del ejército. De esta manera, Niccol desvía un poco la responsabilidad de los soldados hacia los burócratas de Langley, Virginia, que ordenan sus matanzas por teléfono. Good Kill es un filme acerca del distanciamiento entre víctimas y victimarios, así como entre aquellos que dan las órdenes y quienes tiran del gatillo, e incluso entre amantes, pero sobre todo entre el patológico y falso mundo cosmopolita de Las Vegas y un mundo provinciano en el que la gente tiene pavor de salir de su casa por miedo a ser volada en pedazos por los misiles de los drones.