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Ver día anteriorMartes 5 de mayo de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Nuevo museo queretano
L

a aparición del libro Santiago Carbonell: arqueología de la mirada, auspiciado por Telefónica de México, con mensaje de introducción de Francisco Gil Díaz y editado por GM Espejo, me llevó a conocer el Museo Fundación Santiago Carbonell, inaugurado hace unos meses, que de momento exhibe exclusivamente obra suya de periodos recientes.

Conocía un libro anterior que le fue dedicado, que reproduce un retrato la verdad notable por su realismo y carencia de enjundia oficial del ex presidente Zedillo. Sin duda el pintor nacido en Ecuador, residente en Cataluña desde los dos años de edad y en México desde 1986, es un buen retratista.

En varias de sus composiciones suele ofrecer una belleza (si es que se puede hablar hoy de tal cosa en materia de pintura, sea o no que lo apruebe el teórico Arthur D. Danto) que se adhiere al término bonitura como equivalente a un cierto tipo de encanto en el que las formas discurren en la superficie lisa, perfecta, sin rastros de pincelada sobre el soporte.

Los elementos de las agrupaciones son fácilmente detectables, complacientes e idealizados aunque contengan en ocasiones ciertas notas de sadismo o de terribilidad cuando el tema o la leyenda lo requiere.

Esta tónica es calificada de Realista en la tesis de maestría de Andrea Avendaño. Sus figuraciones, tan nítidas como lo son las de Antonio López, Claudio Bravo, Julio Larraz, quizá Tomás Sánchez, además de los mexicanos Rafael Cauduro, Arturo Rivera, Benjamín Domínguez y la pléyade de cultivadores de los retratos en close up pictórico que hemos podido detectar en las bienales Tamayo recientes.

No me refiero a quienes practican el llamado hiperrealismo fotográfico, realizado por muchos jóvenes, pero ya esa modalidad parece estar en decadencia.

Carbonell no tiene nada que ver con eso, parece perseguir una belleza imposible o muy poco probable de corresponder a la realidad y en ese sentido me permito marcar un respetuoso descuerdo con una frase extraída del prólogo del libro, cuyo autor es el curador del museo quien anota que el pintor supera la añeja discusión entre sujeto y objeto.

Eso no puede ser, porque en pintura todo es representación, todo es artefacto, tanto sujeto como objeto. La autora del ensayo de fondo: Avelina Lésper, acierta al decir que las presencias de Carbonell son las que porta el arte, inventadas y artificiales, sugiere que el autor es voyeurista virtuoso.

Sobre su virtuosismo representacional no hay discrepancia, la habría quizá sobre las formas que elige como motivo de representación porque todas sus figuras y poses, sus rostros, cuerpos y carnes son idealizados además de que tienden a reiterarse de un cuadro a otro.

Podría decirse que todas son placenteras, cumplidoras y refinadamente bien hechas. Las influencias no están, como se pretende, en Caravaggio ni en Rubens ni en los realistas del siglo XIX, como Courbet; tampoco se asimilan a la llamada pintura pompier que tan de moda estuvo y que acusa resurrección después de prolongado embodegamiento en museos de primera línea.

Carbonell no es pompier, pero el término realismo en estricto sentido no se acomoda del todo a su pintura, aunque sean estrictamente realistas varios de sus elementos, sobre todo los objetuales. Su quehacer pertenece a otro gremio.

Lo cierto es que la creación de un museo en el centro histórico de Querétaro, en la casa del siglo XVIII de su propiedad, recuperada y readaptada por el arquitecto Miguel Concha, con asesoramiento y supervisión del Instituto Nacional de Antropología e Historia, es un acierto total.

El público queretano se acerca a ver lo que puede mirarse allí, y lo que se exhibe es una muy buena entrada a los terrenos de la representación y de la labor pictórica, profesional.

Carbonell parece haber absorbido las más estrictas enseñanzas de la Academia de San Fernando, de las arcadas Burlington o de cualquier otra academia rigurosa, sin que su iconografía, ya sea erótica, mística (por cierto este rubro es el que resulta ser más erótico) o identitaria tenga que ver directa o indirectamente con la academia decimonónica o con el surrealismo, hay, eso sí asociaciones, pero están en relación con las poses y sobre todo al color. El color meticulosamente graduado, contrario a los posters que él tanto admira, es básico respecto del agrado que pueden provocar estas pinturas y podría incluso afirmarse que el autor ha estudiado no sólo teorías cromáticas, sino recepción perceptiva al color, tanto desde el ángulo óptico como simbólico. Pero eso es tema para especialistas, como Georges Roque o Arturo Rodríguez Döring.

Resultaría tal vez deseable que el equipo responsable del museo y de los contenidos del libro de Telefónica propiciara una muestra de artistas afines (lo cual no quiere decir ni semejantes ni análogos) a las modalidades de Santiago Carbonell, cosa que implicaría la formulación de un contexto figurativo ya antes insinuado a través de la Galería Praxis.

Por cierto, la fundación Carbonell, que cuenta con discretos apoyos tanto oficiales como privados, tiene como meta coadyuvar a la formación de jóvenes pintores.