Ilustración: Harry Fonseca
Muerte y vida entre los
Miwok

EL PRIMER MUERTO DEL MUNDO

Cuando murió la primera persona, Ah-ha’li el Coyote se puso al sur y Alondra de la Pradera al norte de cuerpo, que no tardó en apestar. Alondra de la Pradera percibió el hedor y no le gustó nada. Coyote, que era mucho más poderoso, le dijo a la Alondra: “Creo que mejor voy a hacer que se levante”. “No, no lo hagas” replicó Alondra de la Pradera. “Si se levanta otra vez habrá demasiada gente. Les va a dar hambre y empezarán a comerse unos a otros”.

Coyote dijo: “Eso no tiene nada de malo. No me gusta que la gente se muera”. Alondra de la Pradera insistió: “No, no es bueno que sean tantos. Otros reemplazarán a los muertos. Los hombres tendrán muchos hijos. Los  viejos morirán, pero los jóvenes vivirán”.

Coyote no discutió más. Desde entonces la gente siempre se muere.
Coyote dijo: “Será mejor echar el cadáver al fuego”. Es por eso que se quema a los muertos.

UN GIGANTE EGOÍSTA

Cuando las primeras gentes pájaro y gentes animal habitaban el valle de Ahwah’ni era un tiempo de abundancia y vivían bien. Entonces llegó por el norte un gigante caníbal, Owul’in, y empezó a comerse a la gente. Estaba hambriento. Ya había recorrido el mundo comiéndose a casi todos lo seres vivos de la Tierra.

El gigante era enorme, como un pino rojo. Sus manos eran tan anchas que podía coger diez hombres a la vez entre sus dedos. Iba por ahí con un descomunal zurrón donde guardaba sus presas. El saco era tan amplio que le cabía de una vez la gente de toda una aldea.

Las gentes pájaro y las gentes animal trataron de matar al gigante de todas las formas posibles. Nada que hicieran lo lastimaba. Las flechas chocaban contra sus miembros y las espadas se rompían en su costado. El gigante no tenía cerebro ni sangre ni un corazón ordinario. Su corazón se localizaba en una manchita del tobillo, y ese era su único punto débil. Sin embargo, las gentes pájaro y las gentes animal no sabían dónde encontrarlo.

La poca gente que quedaba con vida se reunió para discutir cómo deshacerse del coloso. Le preguntaron a Mosca, que tenía una picadura temible, si les podía ayudar. Mosca salió a buscar al gigante y lo encontró dormido. Comenzando por su cabeza, Mosca recorrió cada parte del cuerpo de gigante picándole donde quiera. El gigante no daba muestras de sentir los piquetes de Mosca. Hasta que le tocó al tobillo. Cuando Mosca picó ahí, el gigante soltó tremendo patadón. Mosca había encontrado su punto débil.

Muy excitada, Mosca regresó con las gentes pájaro y las gentes animal que quedaban y les anunció su descubrimiento. De vuelta se pusieron a discutir cómo hacerle para acabar con el gigante. Decidieron que labrarían una buena cantidad de lanzas largas y filosas y las colocaron como estacas a lo largo de la ruta que seguiría el gigante. Las lanzas quedaron dispuestas de modo tal que el gigante a fuerzas tendría que pisarlas.

Cuando el gigante llegó al camino pisó muchas lanzas, hasta que una le atravesó el corazón del pie. El gigante murió enseguida. Fue así que se restauró la paz en el valle de Ahwanh’ni.

Traducción del inglés: Hermann Bellinghausen

El pueblo miwok habitó milenariamente los valles y serranías de lo que es actualmente el parque nacional de Yosemite en el norte de California, Estados Unidos. Una maravilla de la naturaleza, con árboles y peñascos enormes, de la cual fueron expulsados sus pobladores a la llegada del hombre blanco, que los dispersó como si fueran piedras. Sus mágicas historias pervivieron la diáspora miwok de boca en boca y fueron rescatadas por viajeros y estudiosos. Frank La Pena, artista wintu que reside en Sacramento, reunió y pulió estas historias en colaboración con Craig. D. Bates y Steven P. Medley en Leyendas de los miwok de Yosemite (Legends of the Yosemite Miwok, Yosemite Association-Yosemite National Park y Heyday Books, Berkeley, 2007) de donde proceden las presentes versiones.