Ulama ayer, hoy y siempre


Uarhukua, o juego de pelota p’urépecha, Michoacán.
Foto: Francisco Palma

Roberto Rochín

Han pasado más de veinte años desde que se terminó de rodar Ulama, el juego de la vida y la muerte en 1984. A la distancia, considero que es buen momento para reflexionar sobre los efectos positivos que resultaron entonces y a su posterior estreno comercial tres años después. Han sido numerosos los esfuerzos nacionales e internacionales por explicar el tema: una exposición en el Museo Nacional de Antropología, la fundación de la Federación Mexicana de Juegos y Deportes Autóctonos y Tradicionales, la creación de monumentos, parques recreativos y la vigencia del tema en festivales y foros en todo el orbe.

Por encima de todo está la recuperación de la práctica del Juego de Pelota, Ulama en el estado de Sinaloa, que a mediados de la década de los años 80 se encontraba en grave peligro de extinción. Este ancestral deporte es una de las raíces más profundas que conducen a las entrañas del glorioso pasado de nuestro país y que afortunadamente, aún permanecen visibles en pleno siglo XXI.

Durante la colonia el juego se prohibió por razones religiosas, lo que aunado a la gran mortandad de los pobladores originales propició la desaparición de muchos conocimientos indígenas, entre ellos el juego de pelota y, por ende, las técnicas de fabricación del ule. En las crónicas del siglo XVI podemos encontrar algunas descripciones de los componentes de la bolsa de hule, más no detalles de sus manufactura.

La supervivencia del juego en Sinaloa permitió que esta tradición cultural perdurara hasta los años cuarenta o cincuenta del siglo XX, pero se había perdido casi en su totalidad para el tiempo de la filmación de Ulama, en la década de los setenta, en que las dificultades para conseguir ules eran extremas y los pocos que existían tenían casi 30 años de antigüedad. Por estas razones, podemos afirmar que no fue sino hasta la realización del documental que la ciencia llegó a conocer el proceso de su confección.

Durante la producción de la película, se hizo todo lo posible para recuperar el juego original y darle el esplendor que alguna vez tuvo, pues nos quedó muy claro que al mandar a hacer un número considerable de ules para repartir entre las comunidades de jugadores, se propagaría el proceso para fabricarlos. De lo contrario el juego sería relegado al olvido. Por esto mismo también encargamos  alrededor de 18 fajados completos a la familia Tostad, que logró elaborar una suave gamuza de piel de venado como la que utilizan los habitantes  de la región, cuya técnica de fabricación y materiales coincidían con las descripciones contenidas en las crónicas del siglo XVI.

La producción del mencionado documental logró fomentar y propagar por un corto periodo el ulama. Por desgracia, la parafernalia que se repartió fue vendida después, o bien se echó a perder, lo que planteó de nuevo el peligro de extinción del juego. El reto en la actualidad es recuperar las técnicas originales de factura de los ules, para lo que a su vez resulta imprescindible reforestar la selva de árboles de hule. Además, es necesario difundir la práctica del juego para que de esta forma la semilla del conocimiento de los antepasados germine de nuevo y de alguna manera perpetúe este legado del ingenio de la humanidad antigua.

Roberto Rochín, arquitecto, cineasta y escritor mexicano, autor del documental Ulama: el juego de la vida y la muerte (1986), obra fue muy premiada en su momento, que con su repercusión propició un renacimiento del juego de pelota llamado ulama, característico del estado de Sinaloa. También dirigió Stephane Mallarme, el sueño puro de una media noche, y los cortometrajes de animación Sin sostén (1998), Hasta los huesos (2001) e Invasión al planeta Mercurio (2003). Su largometraje Purgatorio reúne “Pedazo de Noche”, “Paso del Norte” y “Después de la Muerte”, cortos basados en cuentos de Juan Rulfo. En 2010 relanzó Ulama en devedé, con un libro del mismo título escrito por él y los arqueólogos Felipe Solís y Roberto Velasco Alonso.