Opinión
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Apuntes postsoviéticos

Día de la Victoria

E

l Día de la Victoria en la Segunda Guerra Mundial –que, en señal de respeto a quienes ofrendaron su vida en los campos de batalla y a los que desde la retaguardia forjaron la derrota de los agresores nazis, aquí se denomina Gran Guerra Patria– se celebra en Rusia el 9 de mayo, ya que la capitulación incondicional del ejército hitleriano se produjo en Berlín la noche del día 8, cuando en Moscú eran las 00 horas y 43 minutos del día siguiente.

Desde 1945, tras ser invadido el país casi cuatro años antes y hasta que dos soldados, uno ruso y otro georgiano, izaron la bandera roja en lo más alto de las ruinas que quedaban del Reichstag, era una sola fiesta para todos los pueblos que formaban parte de la Unión Soviética, la cual se logró al precio de 27 millones de vidas.

Ahora, casi un cuarto de siglo después del colapso soviético, los actos oficiales para celebrar en Moscú el Día de la Victoria son una suerte de barómetro político para medir el grado de distanciamiento de las antiguas repúblicas respecto del Kremlin: no vendrán los jefes de Estado o gobierno de los países bálticos (Estonia, Letonia y Lituania) ya integrados en la Unión Europea y en la OTAN; tampoco los presidentes de Ucrania, Georgia y Moldavia, que mantienen serios conflictos territoriales y de otra índole con Rusia.

No estará en el desfile militar de este sábado en la Plaza Roja, la actividad más importante de los festejos, el líder de Bielorrusia, que con una supuesta neutralidad de última hora aspira a sacar provecho de Rusia y de Occidente.

En contraste, sí se podrá ver en la tribuna de invitados especiales a los gobernantes de la otra mitad de repúblicas ex soviéticas, las centroasiáticas Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán, así como de las caucasianas Azerbaiyán y Armenia, en virtual estado de guerra por el contencioso de Nagorno-Karabaj.

Resulta lamentable que se haya llegado al 70 aniversario de ese glorioso día con una división tan evidente que revela que, para las 15 repúblicas ex soviéticas (con Rusia), la victoria sobre el nazismo ya no es, en el mejor de los casos, una fiesta común para celebrar juntos y, en el peor, se vuelve ocasión para empezar a rescribir a conveniencia esa página de la historia.

Ucrania, por ejemplo, a partir de este año ya no participa más en los festejos del Día de la Victoria y comenzó a conmemorar, el 8 de mayo, el Día de la Memoria y la Reconciliación.

El distanciamiento de Rusia con Estados Unidos y la Unión Europea, aliados en la contienda, es aún mayor que el que ésta tiene con la mitad de los países de la antigua Unión Soviética. Negarse a venir a Moscú, alegando pretextos que sólo son razones de coyuntura política como la guerra de Ucrania, pone en entredicho la contribución del pueblo soviético a la victoria sobre el nazismo.

Y eso es algo que nunca debería suceder, como reconocimiento al heroísmo de un pueblo que derrotó el fascismo y como homenaje a los escasos veteranos que todavía viven, la mayoría ya nonagenarios.