Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 10 de mayo de 2015 Num: 1053

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Kilómetros
Miguel Santos

De la carta enviada por
Funes el Memorioso a
don Lorenzo de Miranda

Juan Manuel Roca

Desierto amor
Diana Bracho

Viaje a Indochina:
un periplo por el
sudeste asiático

Xabier F. Coronado

Vietnam, el nuevo
tigre de Asia

Kyra Núñez

Fuga de cerebros
Fabrizio Lorusso

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
Jaime Muñoz Vargas
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Francisco Torres Córdova
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Los ojos de las cosas

El cuerpo hundido en su propio peso y emergiendo apenas a una suave tentación de movimiento; larga la respiración y los ojos atentos bajo los párpados cerrados, en los labios un calor de horas que pueden ser minutos y los minutos días de otros años algunos incluso venideros; en la garganta el suave letargo de la voz a un lado apenas del sonido que pone a las palabras en el mundo, ahora con otra resonancia, con una inteligencia nutrida por el sueño pero aún en la vigilia. El corazón retumba por dentro de los huesos y a la vez en otra parte suya, lejos de la conciencia que lo olvida y no lo oye y lo da por cierto y confirmado, y sin embargo también en las paredes del vacío primigenio que le dice desde siempre que no lo es. Brilla entonces oblicua a los órdenes del mundo la hoja de vidrio, de agua, metal o humo del día o de la noche en el saber cotidiano y útil de la vida con sus ruidos, sus aristas y rumores, el flujo en que se trenza su dura voluntad con el absurdo que tanto la dispersan y concentran. No es la anestesia del quirófano, la cima de un desmayo, el sopor de la pereza o el fondo o la meseta sin bordes de un delirio, y en su recinto delicado no asoman “las cumbres peladas del insomnio.” Cada quien su duermevela, claro, pero si no se corta en las orillas del instinto inicial de la vigilia; si no se quiebra por alguna vana urgencia o al fin se hunde y se dispersa atrapado por el sueño, el pensamiento se desdobla y multiplica, se oye a sí mismo y se mira, se dilata y se precisa en un vasto soliloquio tramado en el deseo y la memoria, los dos extremos de la bestia sustantiva y la incesante criatura que somos, un pie en cada una. Es la noción más consciente que tenemos de la muerte sin morir y la más lejana de la vida sin vivirla, a un paso de su apremio, a salvo de ambas y en su centro. Lo que era vago entonces enciende sus contornos y poco a poco destella en la penumbra lo que somos en los ojos de las cosas. Desde el quicio de esa ausencia anclada en la presencia, el poeta se descubre cierto y ajeno, en medio del cauce en el que fluye la vida con la muerte: “¿Por qué abren las cosas alas para que yo pase?/ Tengo miedo de pasar entre ellas, tan conscientemente paradas./ Tengo miedo de dejarlas atrás de mí quitándose la Máscara.// Pero hay siempre cosas atrás de mí./ Siento su ausencia de ojos mirarme y me estremezco./ Sin moverse, las paredes me vibran en los sentidos./ Hablan conmigo sin voz diciéndome las sillas./ Los dibujos de los manteles tienen vida, cada uno es un abismo./ Brilla sonriendo con labios visibles e invisibles/ la puerta abriéndose conscientemente/ sin que la mano sea más que el camino para abrirse./ ¿De dónde es que me están mirando?/ ¿Qué cosas incapaces de mirar me están mirando’/ ¿Quién acecha todo?// Las aristas me miran./ Realmente sonríen las paredes lisas.// La sensación de ser sólo mi espinazo.// Las espaldas.” (“Episodios. La momia”, fragmento V, Fernando Pessoa, versión de Francisco Cervantes.)