Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 10 de mayo de 2015 Num: 1053

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Kilómetros
Miguel Santos

De la carta enviada por
Funes el Memorioso a
don Lorenzo de Miranda

Juan Manuel Roca

Desierto amor
Diana Bracho

Viaje a Indochina:
un periplo por el
sudeste asiático

Xabier F. Coronado

Vietnam, el nuevo
tigre de Asia

Kyra Núñez

Fuga de cerebros
Fabrizio Lorusso

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
Jaime Muñoz Vargas
Cinexcusas
Luis Tovar


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Miguel Ángel Quemain
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Pintado y Popesku, las amigas de Dostoievsky

Karamazov, todo está permitido, de Ylia O. Popesku y María Inés Pintado, dirigida por el joven realizador Hugo Abraham Wirth, es resultado de un trabajo de investigación y comprensión profundo, solvente, comprometido con la literatura, la actuación y la dirección escénica entendida como un proceso de conjunto que enriquece el trabajo final.

La dramaturgia, la autoría, es extraña, porque la obra es de Dostoievsky y aparece atribuida a dos jóvenes actrices que si bien confían en su belleza, su juventud y fortaleza física, la primera estructura en la que sostienen su trabajo es la escuela de actuación rusa, rigurosa y exigente, y su capacidad de reformular la poética del escritor para transformar esta obra imaginada para hombres y ponerla a gravitar en el físico de dos actrices que cambian el punto de vista y potencian el texto bajo la dirección de un joven que responde a la demanda de un proyecto ambicioso, inteligente y de gran compromiso ético.

Popesku y Pintado contradicen la idea de un actor objeto, dócil y sumiso a los dictados de un director, y Hugo Abraham Wirth no se impone tampoco con autorretratos obsesivos de sí mismo y “su lectura” del clásico ruso. Es una puesta en escena donde el espectador puede ver paso a paso los detalles de una dirección mesurada, profunda, cuidadosa de los tonos, limpia, con un trabajo vocal admirable a pesar de la acústica del Teatro Legaria, donde se presentará sábados y domingos hasta el 31 de mayo.


Ylia O. Popesku y María Inés Pintado

Tanto Pintado como Popesku son reincidentes. Dostoievsky es la misma piedra. Hay que informar que Karamazov es la segunda parte de una trilogía que empezó con Dostoievsky: el demonio y el idiota, que dirigió Alberto Lomnitz a principios de 2014 con las actuaciones de dos actrices más: Haydeé Boetto y Cassandra Ciangueroti.

El tema de la modernidad también era un hilo conductor entonces, a través de pares de opuestos que indagan sobre el bien y el mal, la bondad y su contraparte, la estupidez y el orgullo como formas de las patologías inaugurales del siglo XIX en el mundo burgués del siglo XX. La presencia de Los hermanos Karamazov ya estaba en ese montaje que integraba El príncipe idiota y Demonios.

Entonces eran cuatro mujeres sobre una escena de una desnudez impecable, imaginativa, poética, también construida y concebida iluminando el espacio por Carolina Jiménez. Sería injusto obviar el trabajo de Adela Cortázar, porque el vestuario completa un cuadro que le da unidad plástica a toda la articulación entre lo inmóvil y el flujo intenso de los dúos que van y vienen.

Debe acreditarse también a Vicente Rodríguez, cuyos música original y diseño sonoro animan un gran proyecto escénico bajo el estilo de un realismo psicológico de gran exigencia actoral, por la precisión del gesto y el movimiento que pone en juego una escena de mujeres con el poder de diluir admirablemente el género para hacer escuchar los grandes problemas y desencuentros de un ser humano.

Ambas actrices se entregan en un dúo sobre el que sólo se pueden ejercer preferencias de gusto. Las dos son poderosas y con un control de la corporalidad que permite intuir un gesto, un guiño que hace posible presentir un movimiento, anticiparlo. María Inés Pintado tiene la responsabilidad de cuatro personajes: dos muy genéricos (una visitante y una “mujer”) pero no menos impactantes, y además es Dima y Smerdiakova. Popesku es Ivanka y Koklakova.

Aunque esto suene muy general y a lugar común, justamente el valor de la trilogía y la largueza del trabajo permiten aproximarse a gradaciones de esa mundanidad tan dolorosa. Aquí el drama alcanza tanta sutileza en lo femenino porque se confronta con la materialidad y lo fantasmático de un universo materno (“todos deseamos su muerte”) capaz de castrar, de estupidizar a su prole al grado de que esas hijas un poco lorquianas se atreven a apostarle hasta a la muerte en nombre de su libertad.

Todos los que participan en esta puesta son apasionados de la literatura rusa y de un teatro que exige riesgo, capacidad de expresarse corporalmente y suponer que el actor y el conjunto también están habitados por una ética personal y grupal, que les permite pensar que cada paso sobre la escena enriquece al mundo, ilumina nuestro tránsito y significa un combate frontal a la voracidad y la ambición que campea en un mundo sin límites aparentes, donde “todo está permitido”.

Karamazov es un alegato contra la omisión y la indiferencia que nos esteriliza y nos lleva a confundir como naturaleza la construcción de un mundo oprimido.